– ¿Qué ha sucedido? ¿Qué es lo que ha hecho Savannah?
Sandford se limitó a soltar una carcajada. Se alejó de la habitación que acababa de revisar y caminó hacia la siguiente puerta cerrada.
– Eh -dije, corriendo detrás de él-, dime lo que está sucediendo. Yo puedo ayudarte.
– No necesito la ayuda de una bruja. No te cruces en mi camino.
Para darle más énfasis a sus palabras chasqueó los dedos y me envió volando a la pared más alejada. Cuando su mano se cerró sobre el pomo de la puerta, yo le lancé un hechizo de cerrojo.
– Puedo ayudarte o dificultarte las cosas -dije y me puse de pie-. Ahora, ¿cuál…?
La puerta se abrió de golpe. Por un segundo pensé que él había anulado el hechizo de cerrojo. Pero entonces vi que un hombre la transponía después de bajar por la escalera que daba al ático.
– Antón -exclamó Sandford-. Estás bien. Espléndido.
Antón miró a Sandford con unos brillantes ojos verdes, de un verde más intenso de lo que yo recordaba.
– ¿Me has llamado? -preguntó. Su voz era hermosa; como la de un tenor.
Sandford frunció el entrecejo como si esa voz lo hubiera confundido, y sacudió enérgicamente la cabeza.
– Imagino que no has encontrado a la muchacha, ¿verdad? Ven, entonces. Vayamos a la planta baja.
– Te he hecho una pregunta, hechicero -dijo Antón, mirando a Sandford a los ojos-. ¿Me has llamado?
– No, pero me vendrá bien tu ayuda ahora. Iremos…
Antón giró la cabeza y me miró. En esa suerte de tiniebla, su piel parecía brillar con luz propia.
– No le prestes atención -dijo Sandford-. Necesitamos…
– ¿Me has llamado tú, bruja?
Cuando Antón se me acercó, retrocedí instintivamente y me di contra la pared. Extendió la mano, aparentemente hacia mi cuello, pero en cambio me cogió el mentón y levantó mi cara hacia la suya. AI sentir el roce de su mano me estremecí. Tenía la piel caliente.
– ¿Tú me has convocado?
Aunque yo hubiera sabido cómo contestarle, su mano me sostenía la mandíbula con demasiada fuerza para que pudiera hablar. Parecía una prensa de acero, intensa pero no dolorosa. Sus ojos buscaron los míos, como si en ellos pudiera encontrar una respuesta.
– ¿La muchacha? -murmuró-. Un error. Sí, un error. Supongo que perdonable. Al menos, esta vez.
Supe entonces qué era lo que se había apoderado del cuerpo de Antón. Un demonio, y en particular uno del más alto nivel, nunca debía ser convocado, y por lo general resultaba imposible hacerlo.
Bajé la vista. El demonio aflojó la mano sobre mi mentón y me acarició la mejilla con el dedo índice.
– Bruja astuta -murmuró-. No te preocupes, fue un error.
Detrás de él, los labios de Sandford se movieron en un conjuro. Aunque no llegó ningún sonido a mis oídos, el demonio se volvió soltándome del todo, y se enfrentó a Sandford.
– ¿Qué haces?-preguntó el demonio.
Los labios de Sandford siguieron moviéndose, pero fue retrocediendo frente a la mirada del demonio.
– ¿Qué crees que soy yo? -Atronó el demonio y acercó su cara a la de Sandford-. ¿Te atreves a intentar hacerme desaparecer? ¿Con un hechizo para disipar algún espíritu plañidero?
La voz de Sandford aumentó de volumen y una serie de palabras brotaron de su boca.
– ¡Muéstrame un poco de respeto, hechicero!
El demonio cogió a Sandford por los hombros. Sandford cerró con fuerza los ojos y siguió lanzando conjuros.
– ¡Imbécil! ¡Imbécil irrespetuoso!
Con un rugido, el demonio incrustó literalmente su mano en el pecho de Sandford, pues sus dedos desaparecieron en el interior del torso. Los músculos del brazo del demonio se tensaron, como si estuviera oprimiendo algo. La boca de Sandford se abrió en un grito silencioso. El demonio retiró su mano, sin sangre, y dejó que el cuerpo de Sandford cayera al suelo. Después se volvió hacia mí.
Un hechizo de protección voló a mis labios, pero me lo tragué y me obligué a mantenerme erguida y a mirarlo a los ojos, aunque sin expresión desafiante.
Se me acercó y su mano cogió mi mentón de nuevo y levantó mi cara hacia la suya. Sus ojos buscaron los míos. Luché contra el impulso de apartar la vista. Durante un minuto interminable se quedó mirándome fijamente… Miró mi interior. Hasta que sus labios se curvaron en una sonrisa y me soltó.
Permaneció allí mirándome por un momento, luego se dirigió al pasillo. Después de unos pasos, levantó las manos y el cuerpo de Antón cayó al suelo. Un viento fuerte, tan caliente como el estallido de una caldera, me rodeó y desapareció.
Me abracé con los brazos y temblé a pesar del calor. Al bajar la vista y mirar a Sandford, vi que su camisa no estaba rota ni ensangrentada, como si yo sólo hubiera imaginado lo que presencié. Estremecida, pasé por encima de su cuerpo sin vida.
El cuerpo de Antón estaba tendido un poco más allá y también bloqueaba el pasillo. Yacía boca abajo, con la cabeza hacia la pared y los ojos cerrados. Cuando levanté un pie para pasarlo por encima, su cuerpo se convulsionó. Pegué un salto hacia atrás y tropecé con Sandford. El cadáver de Antón se sacudió y se levantó un poco del suelo. Por último, permaneció inmóvil.
Luché por controlar mi corazón, que se había disparado. Levanté lentamente un pie. Es magia de pacotilla, me dije. Pero ese mantra ya no tenía efecto, ya no era cierto. Había cosas allí que podían lastimarme, cosas que mi cerebro casi no podía imaginar.
Cuando mi pie pasó por encima de la cabeza de Antón, sus ojos se abrieron y yo caí hacia atrás con un chillido. La cabeza de Antón se levantó y se sacudió de un lado al otro. Después describió un círculo casi completo, mientras se oía el crujido de huesos rotos. Sus ojos se perdieron en los míos. Los iris color verde luminoso habían desaparecido y fueron reemplazados por discos color amarillento opaco con enormes pupilas. Esos ojos de reptil se fijaron en los míos, amplios y sin parpadear. La boca se abrió y de ella brotó un río de estridentes galimatías. Después, eso que había sido Antón se elevó sobre las puntas de los dedos algunos centímetros sobre el suelo y reptó hacia el siguiente cuarto abierto. Desde su interior se oyeron más galimatías y luego el raspado de uñas que se movían con rapidez contra el piso de madera.
Pasé a toda velocidad junto a la puerta abierta y corrí hacia la escalera delantera, que bajé de dos en dos. A medio camino, uno de los escalones se partió en dos. Me tambaleé y me agarré del pasamanos. El siguiente escalón crujió y luego el siguiente, y el siguiente…, todos hechos pedazos, los escalones fueron cayendo en el agujero vacío de más abajo. Volví a subir por la escalera mientras oía cómo los escalones iban crujiendo y desintegrándose a mí paso.
Corrí hacia la escalera de atrás, con la vista fija en la puerta que tenía delante. Algo silbó en mi camino y me frené en seco. Antón -o lo que había sido Antón- se encontraba agazapado sobre el cadáver de Sandford. Ese ser siseó y resopló cuando me acerqué, pero mantuvo la cara apoyada en el torso de Sandford, como si lo estuviera olisqueando.
Miré hacia la escalera del frente, convertida ahora en un precipicio de casi cuatro metros. Después miré al ser. Todavía no había levantado la cabeza, ni siquiera parecía saber que yo estaba allí. Si tan sólo pudiera pasar por encima de ellos… ¡Oh Dios! Me tragué el horror que sentía y traté de hacerme fuerte. Una carrera corta, un salto y estaría de vuelta en la escalera. Pero lo que no podía pensar siquiera era en sobre qué tendría que dar ese salto.
Mientras me preparaba para la carrera, cambié de idea. Siempre había fracasado en carreras de pista y de campo en la escuela primaria, y nunca pude saltar ni siquiera la valla más baja. Si corría y saltaba, me arriesgaba a dar una patada a ese ser y a enfurecerlo. Así que, en lugar de saltar, avancé de puntillas por el pasillo, pegada a la pared, y lentamente comencé a caminar de lado hacia el cuerpo de Sandford. Su brazo estaba estirado sobre su cabeza. Con mucho cuidado pasé por encima y luego seguí caminando hasta pasar junto a su cabeza y la parte superior de su pecho. Antón seguía agachado sobre el estómago de Sandford, con sus pies apoyados contra la pared.