Corrí hacia él y le tomé el pulso, pero no tenía pulso. La sangre manaba desde su nuca aplastada y le caía por el cuello y sobre mis dedos.
– Oh, Dios. Oh Dios. -Respiré hondo y traté de serenar mi voz-. Está bien, Savannah. Todo estará bien. Tú no quisiste hacerlo. Yo lo sé.
Ella volvió a canturrear. Tenía las manos entrelazadas en lo alto, la cabeza gacha, los ojos cerrados. Traté de descifrar el hechizo, pero las palabras fluían con tanta rapidez que resultaban casi ininteligibles. Sólo sabía que ella estaba convocando a alguien, pero, ¿a quién?
Entonces pesqué una palabra, una única palabra que me lo dijo todo. Madre. Savannah estaba tratando de convocar el espíritu de su madre.
– Savannah -dije en voz baja y serena-. Savannah, querida. Soy yo. Soy Paige.
Ella siguió lanzando el hechizo, repitiendo incesantemente las palabras en una cinta sin fin. Mi mirada se desplazó a sus manos, y me llamó la atención un brillo rojizo. La sangre le corrió por las muñecas cuando sus dedos se le clavaron en las palmas de las manos.
– Oh, Savannah -susurré.
Me acerqué a ella con los brazos extendidos. Cuando estaba a apenas centímetros de tocarla, sus ojos se abrieron. Estaban en blanco, como si sólo fuera una forma o una persona desconocida. Gritó algo y se golpeó las manos contra los costados. Mis pies volaron por debajo de mí y fui arrojada hacia la pared más alejada.
Permanecí en el suelo hasta que ella volvió a su canturreo. Entonces me puse de rodillas.
Desde mi nuevo punto de vista, la luz procedente del pasillo del sótano le daba a Savannah en la cara y hacía brillar las lágrimas que se la surcaban y que le mojaban la pechera de la blusa. Las palabras volaron de sus labios, más expulsadas que habladas, pasando incesantemente de un hechizo al siguiente, de un idioma a otro, en un intento desesperado de encontrar la manera adecuada de hacer aparecer el espíritu de su madre.
– Oh, pequeña -le susurré y sentí que mis ojos se llenabaí también de lágrimas-. Mi pobre niña.
Ella lo había intentado tanto, moviéndose de una vida a la otra esforzándose todo lo posible para adaptarse a un nuevo mundo poblado por desconocidos que no querían, no podían entenderla Ahora, incluso ese mundo se había destruido. Todos la habían abandonado, le habían fallado, y ahora trataba desesperadamente de convocar a la única persona que jamás le había fallado. Y era lo único que nunca podría lograr.
Savannah podía convocar a todos los demonios del universo y nunca alcanzaría a su propia madre. Podía accidentalmente haber hecho levantar a los espíritus de aquella familia en el cementerio, pero no podía hacer lo mismo con su madre, sepultada en una tumba desconocida a miles de kilómetros de distancia. Si tal cosa fuera posible, yo me habría puesto en contacto con mi madre, al margen de los problemas morales que algo así supondría. ¿Cuántas veces la habría convocado en este último año para pedirle consejo o guía, para cualquier cosa? O sólo para hablar con ella…
Mi dolor me inundó; mis lágrimas cayeron a borbotones y rompieron la barrera que con tanto cuidado me había construido. Qué diferente habría sido todo si mi madre hubiera estado allí. Ella podría haberme dicho cómo lidiar con el Aquelarre, podría haber intercedido a mi favor. Podría haberme rescatado de la cárcel y consolado después de aquella tarde infernal en la funeraria. Con ella allí, las cosas nunca habrían salido así, yo jamás me habría equivocado tanto.
No estaba preparada para nada; ni para Savannah ni para ser líder del Aquelarre, ni para nada de lo que me había sucedido desde su muerte. Ahora me encontraba allí, en ese sótano desconocido, escuchando los cánticos de dolor de Savannah, sabiendo que si yo no la detenía, ella convocaría a algo sobre lo que no teníamos ningún control. Algo que nos destruiría a ambas.
Lo sabía, pero no podía hacer nada al respecto. No tenía idea de qué hacer. Al oír a Savannah gritar el nombre de su madre, con una voz que aumentaba de intensidad en un crescendo enloquecido, hice lo único que se me ocurrió: le pedí ayuda a mi madre. Cerré los ojos y me dirigí a ella; la llamé desde las profundidades de mi memoria y le supliqué que me ayudara. Cuando Savannah calló un instante para inhalar aire, oí que alguien pronunciaba mi nombre. Por un segundo el corazón me dio un vuelco al pensar que, de alguna manera, mi petición había tenido éxito. Entonces la voz se volvió más identificable.
– ¡¿Paige?! ¡¿Savannah?! ¡¿Paige?!
Era Cortez, desde el piso superior. Le susurré una palabra de agradecimiento a mi madre o a la Providencia o a quienquiera que lo hubiera enviado, y entonces eché a correr. Pasé junto a la caldera y subí por la escalera. Cuando llegué arriba vi que Cortez corría hacia el otro extremo del pasillo.
– ¡Aquí! -grité-. ¡Estoy aquí!
La casa tembló. Me refugié en el marco de la puerta y me preparé para la siguiente sacudida, pero no sucedió nada. Mientras la casa temblaba y luego quedaba inmóvil, corrí por el pasillo y me reuní con Cortez a mitad de camino. Él me ciñó en un abrazo feroz.
– Gracias a Dios -dijo-. ¿Dónde está Savannah? Tenemos que salir de aquí. Algo está sucediendo.
– Es Savannah. Ella…
– Bueno, mirad eso -dijo la voz de Leah detrás de nosotros-. El príncipe azul llega justo a tiempo. Qué afortunada que eres, Paige. Todos mis caballeros mueren y dejan que yo termine sus batallas.
Nos apartamos y le hicimos frente.
– Tú ya tienes lo tuyo, Leah -gritó Cortez-. No tenemos tiempo para ti. Hablaré con mi padre y serás inmune a cualquier represalia.
– ¿Represalia? -Ella se echó a reír-. ¿Qué represalias? Yo estoy aquí para salvar al hijo y a la nieta de Thomas Nast, para lo cual arriesgo mi vida por la de ellos. Por esto me harán VP.
– Nada de eso -dije yo-. No hay ningún hijo que salvar. Kristof Nast está muerto.
Cortez parpadeó, pero enseguida se recuperó.
– Supongo que entiendes lo que eso significa, Leah. Si sales de aquí con vida, serás la única superviviente del desastre de una Camarilla… Un desastre que mató al heredero de Nast. Thomas Nast no te recompensará. Tendrás suerte si no te mata.
– Lo hará cuando descubra que tú iniciaste esta tragedia -añadí-. Le dijiste a Savannah que yo estaba muerta, que su padre me había matado. La instigaste. Sea cual fuere el plan que tenías, te salió el tiro por la culata. Toma lo que Cortez te ofrece y vete antes de que cambiemos de idea.
Una vasija de barro voló junto a la escalera del frente. Cortez me empujó para apartarme de su trayectoria y trató de esquivarla, pero le golpeó tan fuerte en el estómago que lo arrojó contra la pared. Se deslizó hacia el suelo y se dobló en dos, gimiendo. Yo corrí hacia él, pero Leah me empujó hacia atrás.
– Si hay algo que sé -dijo y pisó a Cortez mientras él tenía arcadas y tosía-, es cómo convertir una oreja de cerdo en una cartera de piel. Un proyecto de la Camarilla que salió horriblemente mal, con un heredero de la Camarilla muerto, ¿por qué no hacer que sean dos los herederos muertos? Así podría recoger, al menos, una buena recompensa. Con una casa llena de cadáveres, a nadie le extrañará que haya dos más.
Lancé el hechizo de asfixia, pero fallé. Cuando ella se inclinó hacia mí le lancé una bola de fuego, mi único hechizo ofensivo infalible. Le golpeó en la parte posterior de la cabeza. Cuando se volvió, una mesita baja voló por el aire y se estrelló junto a mí, arrancándome de los labios el siguiente hechizo.
Leah avanzó sobre mí. Detrás de ella, Cortez luchaba por incorporarse, tosía y de su boca brotaba un pegote de flema enrojecida. Sus ojos se abrieron de par en par, su mano derecha se levantó y sus dedos se movieron. El hechizo me derribó. Mientras me tambaleaba, una pata astillada de la mesa se estrelló contra la pared, justo donde yo había estado de pie.