Ella se acercó a Cortez, que había conseguido sentarse. Le cogió la cara y lo arrojó de nuevo al suelo. Cortez forcejeó, pero sus ojos ardían de dolor.
Una vez más intenté lanzar el hechizo de asfixia. Esta vez funcionó. Leah jadeó, soltó a Cortez y se lanzó hacia mí. Algo me golpeó en un lateral de la cabeza y caí, rompiendo así el hechizo. Cuando Cortez se movió, ella volvió a arrojar la vasija hacia su estómago. Él cayó hacia atrás, con los ojos muy abiertos y una mueca de dolor en la cara.
Lancé el hechizo de asfixia. Una vez más, funcionó. De nuevo Leah lo rompió, golpeándome esta vez en la nuca con un adorno de cerámica y haciéndome caer de rodillas. Dio un paso adelante y se situó junto a mí.
– Parece que has aprendido un nuevo truco desde que matataste a Isaac -dijo-. Te prevengo que no funciona mejor que las bolas de fuego. Otro hechizo de bruja inservible. ¿O es, quizá, otra bruja inservible?
Me dejé caer y rodé fuera de su alcance. Cuando me levanté, Leah se me vino encima. Detrás de ella, Cortez levantó la mano izquierda, la cerró en un puño, la abrió y luego repitió ese movimiento en rápida sucesión, mientras sus labios se movían silenciosamente. ¿Un hechizo?
Vi que Leah copiaba ese movimiento y cerraba su mano izquierda en un puño. Cortez golpeó su mano contra el suelo haciéndome caer. Me agaché cuando otro objeto pasó volando junto a mí y se hizo pedazos contra la pared. ¡El indicio revelador! Ése era. El movimiento de la mano era el indicio revelador de Leah.
Me puse de pie de un salto y lancé el hechizo de asfixia. Con el primer jadeo, la mano izquierda de Leah se cerró. Yo caí al suelo y rodé sin dejar de estar concentrada. La vasija de barro pasó volando junto a mí. Su mano se cerró de nuevo y yo me hice a un lado, esquivando apenas la vasija que vino volando desde el salón.
– ¿Se te están acabando las cosas para arrojar? -pregunté-. Tal vez deberíamos ir a la cocina. Allí hay muchas cacerolas y sartenes. Y, tal vez, también haya uno o dos cuchillos.
Su cara revelaba su creciente ira mientras trataba de respirar. Su mano se cerró, pero esta vez no sucedió nada.
– ¡Oh, qué impotencia! -exclamé-. La impotencia nunca es buena.
Otra vez el puño. De nuevo, no sucedió nada. La cara de Leah enrojecía de ira mientras ella luchaba inútilmente por respirar. Saltó sobre mí y me golpeó en el pecho, y eso nos hizo caer a ambas. Su puño me dio en la mejilla y el hechizo se rompió. Volví a lanzarlo y con las prisas casi farfullé las palabras, pero funcionó, y ella sólo logró aspirar una pequeña bocanada de aire antes de que yo volviera a cortarle el oxígeno.
Leah comenzó a asfixiarse. La cogí por los hombros, la arrojé lejos de mí y la sujeté contra el suelo. Sus ojos se abrieron de par en par y parecieron salírsele de las órbitas. Realmente se estaba asfixiando, se moría.
Me llené de dudas. ¿Podía hacer esto? Debía hacerlo. Alrededor de nosotros, la casa seguía crujiendo; trozos de yeso caían de las paredes. Todo comenzaba nuevamente, y yo tenía que conseguir sacar de allí a Cortez y a Savannah. Le habíamos dado a Leah la oportunidad de irse y ella se había negado a hacerlo. Jamás nos permitiría salir con vida. Tenía que matarla. Sin embargo, no podía mirarla a los ojos y verla morir… Sencillamente, no podía. Así que cerré los ojos, me concentré todo lo que pude y esperé a que su cuerpo quedara inmóvil. Cuando eso sucedió, aguardé otros treinta segundos y después me levanté, me alejé de ella, no miré hacia atrás y fui hacia donde estaba Cortez.
El se había incorporado a cuatro patas. Abrí la boca, pero la casa volvió a sacudirse y un alarido ensordecedor me hizo callar. Cortez apuntó con un dedo hacia la puerta principal. Yo sacudí la cabeza, pero él consiguió ponerse de pie, me tomó del brazo y comenzó a arrastrarme. Cuando llegamos al porche, la casa retumbó. Una viga que sostenía el porche se quebró y ambos nos arrojamos hacia el césped en el momento en que el porche se derrumbaba sobre sí mismo. Entonces la casa dejó de moverse y los alaridos se transformaron en un zumbido.
Convocando a Eve
Savannah-Dije atropelladamente-. Está tratando de convocar al espiritú de su madre.
– No puede hacerlo.
– Ya lo sé, pero no quiere parar. Ni siquiera parece darse cuenta de que estoy aquí. No logro acercarme a ella.
La casa tembló de nuevo. Cuando comencé a moverme para entrar corriendo, Cortez me cogió del brazo y después empezó a toser descontroladamente. De su boca brotó un esputo sanguinolento.
– Tengo que hacer que se detenga -dije-. Antes de que convoque a alguna otra cosa o haga que la casa se derrumbe del todo.
– Yo conozco un hechizo… -La tos me impidió entender sus siguientes palabras. -… parecerte a Eve.
– ¿Qué?
– Un hechizo que hará que te parezcas a Eve. No es perfecto. Su éxito depende de que la persona que lo ve esté dispuesta a creer en ese engaño. Savannah, evidentemente, lo está.
– ¿Quieres que me haga pasar por su madre? -Sacudí la cabeza. -Eso… eso es… yo no puedo hacerlo. No la traicionaré de esa manera. No está bien.
– Tienes que hacerlo. En cualquier minuto la casa se derrumbará. ¿Acaso Eve preferiría que tú dejaras que su hija muriera allí adentro? Sí, está mal, pero justificado. Jamás le diremos la verdad a
Savannah. Tú le estarías regalando un último minuto con su madre, Paige. Sé que entiendes cuánto significa eso para ella.
– Oh, Dios. -Me froté la cara con las manos-. Bueno, está bien. Hazlo. Pero, por favor, apresúrate.
Cortez lanzó el hechizo, que pareció llevarle una eternidad. Dos veces tuvo un ataque de tos y las dos se me detuvo el corazón. ¿Cuál era la gravedad de sus lesiones? ¿Y si…? No, yo no podía pensar en eso. No en ese momento.
Por fin lo hizo. Cuando abrí los ojos y bajé la vista, vi mis dedos cortos y mis anillos de plata.
– ¿Cómo fue…? -Levanté la vista y lo miré-. ¿Funcionó?
– La ilusión depende de la disposición para creer de quien te vea. Tú incluida.
Cerré los ojos y me obligué a superar mis propias dudas. Necesitaba que eso funcionara. Necesitaba parecerme a Eve.
Cuando volví a mirarme, mis dedos brillaron y luego se afilaron, mis uñas se volvieron largas, los anillos desaparecieron. Me puse de pie y supuse que me sentiría desorientada, pero nada de eso sucedió. Mi cuerpo se movió como siempre lo había hecho. Tal y como dijo Cortez, la ilusión estaba en los ojos del que miraba.
Puesto que la puerta principal era ahora inaccesible, corrí hacia la entrada lateral. Al girar la cabeza vi a Cortez renqueando detrás de mí y utilizando el costado de la casa como apoyo.
– Sigue adelante -dijo-. Te encontraré abajo.
– No. Debes quedarte aquí.
– No dejaré que Savannah me vea, Paige. La ilusión debe ser completa. Sólo quiero estar cerca como apoyo, por si se produce alguna emergencia.
Corrí hacia él y le puse la mano sobre el pecho, impidiéndole así que siguiera avanzando.
– Por favor, quédate aquí afuera. Estás herido.
– Todavía puedo lanzar hechizos…!
– No, por favor. -Lo miré a los ojos. -Si algo llegara a salir mal, nunca conseguirías escapar a tiempo. Necesito saber que tú estás bien. Yo estaré perfectamente.
La casa crujió. Las tejas comenzaron a deslizarse y una me cayó sobre el hombro. Cortez me empujó hacia la casa. Yo no necesitaba otra insinuación. Después de mirar un instante hacia atrás, entré.
Corrí hacia el sótano. Desde el interior del cuarto de la caldera, Savannah continuaba con sus oraciones, y su voz se elevaba y descendía. Me oprimí la cara con las manos e hice una inspiración profunda, mientras luchaba por controlar los fuertes latidos de mi corazón. Tenía que creer. Ella debía creer.