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– Son mis amigos, Elizabeth. Antón, Daisy, Maggie y… bueno, mejor que dejemos a Marcello en paz, no le gusta que le digan nada, sólo quiere que le admiren -dijo, riéndose por lo bajo-. Esta es mi suegra, Elizabeth Harrison.

Elizabeth pasó junto a Marcello, dejando el mayor espacio posible entre ella y la silla en la que él estaba sentado, tarea harto difícil en una habitación de esas dimensiones. Se inclinó sobre la cuna.

– ¿Qué es?

– Es niña -respondió Sofía, acercando la cuna hacia ella con ademán protector. No quería que su suegra se acercara demasiado al bebé, podía traerle mala suerte a la pequeña.

– ¿Nombre?

– Honor -respondió Sofía, sonriente y llena de júbilo.

– ¿Honor? -repitió Elizabeth visiblemente disgustada-. Qué nombre tan horrible. Honor.

– Es un nombre precioso. La hemos llamado así en honor de la abuela de David, su suegra. Me ha dicho que la quería mucho.

– Honor es nombre de actriz o de cantante, ¿no crees, Antón? -dijo Maggie con malicia.

– Sin duda, Maggie, nombre de artista -añadió Antón para redondear la faena.

– ¿Dónde está David? -exigió saber la señora Harrison.

– Ha salido -replicó Sofía con frialdad. Probablemente sabía que vendrías, vieja bruja, pensó.

– Bueno, dile que he venido -dijo antes de posar sus ojos saltones sobre Sofía. Se quedó pensando unos segundos antes de hablar.

– David es mi único hijo -dijo con su voz profunda, carraspeando a causa de una mucosidad que se le había quedado trabada en los pulmones-, y esta niña es mi única nieta. Hubiera preferido que se casara con alguien de su clase y de su país. Ariella era perfecta, pero David fue incapaz de darse cuenta, el muy idiota…, igual que su padre. Pero tú le has dado un hijo. Habría preferido un niño, pero el próximo será un niño, un niño que conservará el apellido de la familia. No me gustas, y aún me gustan menos tus amigos, pero le has dado un hijo a David, así que al menos tienes algo a tu favor. Dile a David que he venido -repitió antes de salir de la habitación. Segundos después, cuando ya todos estaban a punto empezar a comentar su visita, la puerta se abrió de golpe y Elizabeth apareció de nuevo.

– ¡Huy, ha olvidado la escoba! -dijo Antón.

– O quizá haya olvidado echarnos un maleficio -añadió Sofía.

– Dile también a David que no pienso llamar Honor a la niña. Tendrá que pensar en otro nombre.

Acto seguido la puerta se cerró tras ella.

– Qué mujer tan agradable -dijo Daisy sarcástica.

– Qué podría hacer yo con ese pelo -murmuró Antón.

– Yo que tú no me preocuparía -dijo Maggie-. No tardará mucho en morirse.

En ese momento, para sorpresa de todos, Marcello se movió.

– ¡Porca miseria! -dijo sin alterarse-. Hace años que está muerta.

Cuando horas más tarde David entró en la habitación, Sofía estaba dando de mamar al bebé. Él se quedó mirándola a los pies de la cama. Se sonrieron con absoluta complicidad. No había palabras que pudieran expresar la profunda reverencia que David sentía ante el poder de la naturaleza, y no quería decir nada que pudiera estropear el momento y quitarle la magia a la escena que tenía ante sus ojos. Así que siguió allí, con una irreprimible expresión de ternura en la cara, casi de melancolía, observando el lazo misterioso que unía a madre e hija. Sofía miraba la carita de su bebé, disfrutando de cada uno de sus movimientos, maravillada ante la exquisita perfección de sus rasgos.

Cuando Honor hubo terminado de mamar, Sofía la arropó y volvió a ponerla con cuidado en la cuna para que durmiera.

– No sabes lo que me cuesta separarme de ella -murmuró, pasando el dedo por la cabeza aterciopelada de la pequeña.

– Tengo noticias sorprendentes -dijo David, sentándose en la cama junto a ella y besándola.

– Yo también -dijo Sofía-. Pero tú primero.

– Bien. No vas a creer lo que voy a contarte. Zaza ha dejado a Tony y se ha ido a Provenza con Ariella.

– Tenías razón. No me lo puedo creer -balbuceó Sofía, atónita-. ¿Sabes?, oí discutir a Zaza y a Tony en su habitación el fin de semana pasado, pero no llegué a entender lo que decían. Ahora lo entiendo todo. ¿Estás seguro?

– Tony acaba de llamarme para contármelo.

– ¿Qué te ha dicho?

– Que se han ido juntas. Dice que Zaza estará de vuelta antes de un mes, cuando Ariella haya encontrado algo nuevo con lo que divertirse.

– ¿Estaba enfadado?

– No, más bien irritado. Dice que Angela está destrozada y furiosa porque su madre se le ha adelantado. Ha reconocido que en realidad no está enamorada de Mandy, sino de un chico llamado Charlie. Por el contrario, Nick parece habérselo tomado bien.

– No me sorprende demasiado -dijo Sofía.

– En fin, Tony dice que no le importa que Zaza se haya ido con Ariella para vivir una experiencia. Estará ahí para darle su apoyo cuando todo salga mal, lo que parece inevitable. Ariella sólo está jugando con ella para divertirse un poco. Es como un gato blanco y perverso jugando con un apetitoso ratón. Tiene que estar pasándolo en grande. Nunca le gustó demasiado Zaza.

– ¿Crees que darán señales de vida? -preguntó Sofía, deseosa de saber más del asunto.

– Por supuesto. Quieren felicitarte. Bueno, ahora cuéntame tú -dijo David, cogiéndole la mano y empezando a acariciarla.

– La suegra endemoniada ha venido esta mañana -dijo.

– Oh -respondió David con cautela.

– Y adivina quién estaba aquí en ese momento -preguntó Sofía con una maliciosa sonrisa en los labios.

– No sé… ¿quién?

– Antón, Maggie, Marcello y Daisy.

– ¡Oh, Dios! -suspiró-. Debe de haberse quedado horrorizada.

– Ya lo creo. Dice que no le gusta el nombre de Honor, así que tendrás que pensar en otro, como si yo no tuviera ni voz ni voto.

– Según ella, así es.

– Creo que la hemos asustado.

– No te preocupes, déjamela a mí -dijo David, resignándose a tener que llamar a su madre para volver a lidiar otra trivial batalla en su guerra particular, esa guerra estúpida provocada por la incapacidad de Elizabeth de controlarle, y alimentada por la creciente amargura que la carcomía como un insaciable fantasma. Era una guerra que sólo acabaría con su muerte. Se imaginó a su pobre padre en el cielo, temblando al pensar que en algún momento ella subiría hecha una furia a reunirse con él, como una nube negra y malhumorada.

Sonó el teléfono.

– ¡Zaza! -exclamó Sofía entusiasmada. David arqueó una ceja.

– Querida. ¡Bien hecho! Una niña, según he oído. Qué nombre tan bonito. Debes de estar encantada -concluyó Zaza, animadísima.

– Sí, la verdad. Estamos muy contentos. ¿Cómo estás tú? -preguntó impaciente, más interesada en oír las noticias de Zaza que en las propias. Ya estaba empezando a aburrirse de tanto repetir la historia del nacimiento de Honor cada vez que llamaba algún amigo.

– Estoy en Francia.

– ¿Con Ariella? -preguntó Sofía.

– Sí. Supongo que Tony ya se lo ha soltado a David. Qué típico. Lo debe de saber todo Londres -suspiró melodramática.

– No, no creo. David es muy discreto -insistió Sofía, guiñándole un ojo a su marido.

– Oh -dijo Zaza. Por su voz parecía decepcionada-. Bueno, Ariella está aquí y quiere hablar contigo. Lo estamos pasando de maravilla -añadió con efusividad-. Pienso en ti y en tu bebé. Dale un abrazo a David de mi parte. No puedo hablar con él ahora, tengo a Ariella a mi lado -y añadió, bajando la voz-: Tú ya me entiendes.

– Sí, se lo daré. Pásame a Ariella -dijo Sofía, y oyó a Zaza llamándola a gritos-: ¡Ariellaaaa!