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Por fin, cuando se acercaron a las ramas del ombú, redujeron la marcha hasta seguir avanzando al paso. Dejaron a los ponis temblando de excitación y resoplando con fuerza en la sombra y desmontaron. Los grillos cantaban desde sus escondrijos y Sofía inspiró aquella esencia tan típicamente argentina que tanto amaba.

– ¿Te acuerdas de la historia que me contaste sobre el precioso presente? -preguntó Sofía a la vez que estiraba los músculos con evidente placer.

– Claro.

– Bueno, pues ahora estoy viviendo auténticamente el presente. Aquí, en este preciso instante.

– Yo también -dijo él en voz baja, acercándose a ella por detrás y rodeándola con sus brazos. Se quedaron mirando cómo el horizonte iba cambiando de color ante sus ojos.

– En este momento soy consciente de todo lo que me rodea. Los grillos, este cielo inmenso, la llanura, los olores. Ahora me doy cuenta de lo mucho que lo he echado de menos.

Él le besó la nuca, pegando su cara a la de ella.

– Recuerdo que, cuando volví de Estados Unidos, Argentina me pareció diferente -empezó él-. Quizá no, quizá siguiera igual, pero yo era consciente de todo. Veía las cosas con otros ojos.

– Ahora sé lo que querías decir.

– Me alegro de haberte enseñado algo -bromeó Santi, pero ninguno de los dos rió. En vez de eso se quedaron en silencio. A pesar de que en ese instante Sofía no quería pensar en ello, en el fondo sabía que en algún momento tendría que volver a irse.

Por fin, él le dio la vuelta. Al mirarle a los ojos, esos ojos verdes colmados de ternura, Sofía sintió que podía ver en el fondo de su alma y él en la suya. Sabía lo que Santi estaba pensando y entendió la profundidad de su amor. Parecía triste, presa de esa tristeza que a menudo da el amor, y ambos se dejaron llevar por la melancolía de sus emociones. Cuando Santi la besó, el contacto con él la absorbió de tal manera que Sofía tuvo que apoyarse contra el árbol para que no le fallaran las piernas. Su piel sabía a sudor, y como no pudo quitarse las botas, Santi le hizo el amor con ellas puestas. Así hacen el amor los amantes, o los adúlteros, pensó Sofía. Había algo de animal en su forma de hacer el amor. Quizá los momentos que pasaban juntos eran momentos robados y apresurados debido a que esta vez tenían más que perder. La inocencia de la juventud había sido sustituida por un hacer experto y preciso que a Sofía le parecía tremendamente excitante y, de algún modo, también trágico.

– Dios, me encantaría darme un baño -dijo Santi, subiéndose los pantalones.

– Qué idea tan fantástica. ¿Crees que habrá alguien en la piscina?

– Espero que no -dijo poniéndole la mano en la cara y volviendo a besarla-. Me siento de nuevo yo mismo, Chofi -añadió con una sonrisa.

El sol se había puesto cuando hubieron dejado los ponis en los establos y se dirigieron a la piscina. La humedad convertía el aire en azúcar y llevaba en sus húmedas partículas el olor a eucalipto y a jazmín. Ambos vieron aliviados que no había nadie en la piscina, que se extendía, silenciosa, delante de ellos. Se quitaron la ropa sin hacer ruido, conteniendo la risa cuando tuvieron que vérselas para quitarle las botas a Santi. Con suavidad, asegurándose de no hacer ruido, se metieron en el agua, uniendo sus cuerpos en la oscuridad del fondo.

– ¿Qué dirás cuando te pregunten dónde has estado? -preguntó Sofía minutos más tarde. Ninguno de los dos sabía la hora que era.

– Mamá sabrá exactamente dónde he estado. Diré la verdad, pero omitiré las partes ilegales -dijo él con una sonrisa.

– ¿Qué dirá Claudia? -se rió Sofía con malicia. Pero él meneó la cabeza, evidentemente preocupado.

– Odio engañarla así. Siempre ha sido muy buena conmigo.

Sofía se arrepintió de haberla mencionado.

– Ya lo sé. A mí tampoco me gusta engañar a David. No hablemos de eso. ¿Te acuerdas del precioso presente? -dijo entusiasmada, a pesar de que el momento había quedado estropeado. Nadaron un rato en silencio, luchando contra sus conciencias, antes de sentarse a secarse en las baldosas que rodeaban la piscina.

»C de culpa, ¿eh? -susurró Sofía, compadeciéndose de él.

– Sí -respondió él, rodeándola con el brazo y atrayéndola hacia él-. Pero ninguna A de arrepentimiento.

– ¿Ni una sola?

– No. ¿Vendrás mañana temprano?

– Claro, pero quiero pasar el mayor tiempo posible con María. Parece estar mucho mejor ahora que ha vuelto a casa.

– Sí, Chofi, pero…

– ¿Sí?

– Se muere -dijo con voz temblorosa.

– A veces ocurren…

– ¿Milagros? -no pudo seguir hablando. Esta vez fue Sofía quien lo atrajo hacia ella a la vez que él se desintegraba en un llanto profundo y descorazonador. Sofía no encontraba palabras con las que consolarle. No podía decirle lo que él esperaba oír, de manera que siguió abrazándole contra su pecho, dándole tiempo para que sacara su dolor.

– Santi, cariño, sácalo todo. Te sentirás mucho mejor -susurró, al tiempo que también ella lloraba en silencio, pero con un dominio de sí misma que le encogía la garganta. Sabía que si se abandonaba al llanto, no habría forma de consolarla; es más, sus lágrimas no serían sólo por María.

Capítulo 42

Cuando Sofía volvió a la casa, ya era tarde y sus padres la esperaban en la terraza con Rafael y Jasmina. Les dijo que quería darse un baño y les preguntó si podía llamar a su casa. En realidad no quería, pero sabía que David se preocuparía por ella si no lo hacía.

– ¿Cómo está tu prima? -le preguntó David.

– No durará mucho -respondió Sofía tristemente-, pero al menos puedo pasar algún tiempo con ella.

– Escucha, cariño, quédate el tiempo que quieras. Las niñas están bien, todo está bien.

– ¿Ylos caballos?

– Ninguna novedad. Pero las niñas te echan de menos.

– Yo también las echo de menos -dijo, avergonzada de que el torbellino que inundaba su corazón hubiera ensombrecido lo mucho que las añoraba.

– Este año Honor es la actriz principal en la obra de teatro de la escuela. Está que no cabe en sí porque en la obra hay chicas de diecisiete años y ella sólo tiene catorce. Me temo que se lo está creyendo demasiado.

– Me lo puedo imaginar.

– Espera, quiere hablar contigo -dijo. Cuando la voz de Honor sonó al otro lado de la línea, Sofía sintió una punzada en la garganta fruto de una combinación de culpa y de añoranza.

– Hola, mami. Soy la actriz principal en «La bruja blanca» -exclamó llena de júbilo.

– Lo sé, papá me lo ha dicho. Estoy orgullosa de ti.

– Tengo que aprenderme mis diálogos. Son muchísimos. Tengo más que los demás y la señorita Hindpill me está diseñando un vestido para la función, y voy a tomar clases de dicción para aprender a proyectar la voz.

– Vas a estar ocupadísima, ¿eh?

– Mucho. No tendré tiempo para estudiar.

– Vaya novedad -se rió Sofía-. ¿Cómo está India?

– Papá dice que es mejor que no hable contigo porque se pone triste -anunció Honor con ese tono de hermana mayor responsable.

– Ya veo. ¿Le darás un beso muy especial de mi parte? Los echo mucho de menos.

– Vas a volver pronto, ¿verdad?

– Claro, cariño, muy pronto -le dijo Sofía, intentando ocultar la emoción que la embargaba-. ¿Me pasas a papá? Un beso enorme para las dos.

Honor le envió un beso antes de pasarle a su padre.

– ¿Está bien India? -preguntó sin ocultar su ansiedad.

– Sí. Te echa de menos, eso es todo. Pero no te preocupes, está muy bien. Pareces muy triste, cariño. Lo siento muchísimo. Ojalá pudiera estar ahí contigo.