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– Quizá.

– Bien, espero que sea pronto -añadió con un guiño. Sofía arrugó la nariz antes de deshacerse de él con una risa ronca y salir corriendo a reunirse con su equipo.

Esa misma noche, cuando las primeras estrellas tiznaban de plata el crepúsculo, Santi y Sofía estaban sentados bajo las sinuosas ramas del escarpado ombú con la mirada perdida en el horizonte.

– Hoy has jugado bien, Chofi.

– Gracias a ti, Santi. Has creído en mí. He reído la última ¿eh? -y se rió entre dientes al recordar la caída de Agustín-. Esos hermanos míos…

– Olvídate de ellos. Sólo se meten contigo porque les haces sombra.

– No puedo evitarlo. Están tan mimados… sobre todo Agustín.

– Las madres siempre son así con sus hijos. Ya verás cuando te toque a ti.

– Espero que sea dentro de mucho, muchísimo tiempo.

– Quizá mucho menos de lo que imaginas. La vida no es nunca como uno espera.

– La mía sí, ya lo verás. De todas formas, gracias por confiar hoy en mí y por apoyarme. Les he dado una buena lección, ¿no crees? -dijo orgullosa.

Santi miró su ardiente rostro bajo la luz del crepúsculo y puso afectuosamente la mano en el cuello de Sofía.

– Sabía que podías conseguirlo. Nadie tiene tu firmeza. Nadie. -Dicho esto se quedó callado durante un momento, como perdido en sus propios pensamientos.

– ¿Qué estás pensando? -preguntó Sofía.

– No eres como las otras chicas, Chofi.

– ¿No? -volvió a preguntar, complacida.

– No, eres más divertida, más… ¿cómo podría decirlo? Eres todo un personaje.

– Bueno, si yo soy un personaje, para mí tú eres un ídolo. ¿Lo sabías?

– No me pongas en un pedestal porque puedo caerme -respondió Santi echándose a reír.

– Tengo mucha suerte de tener un amigo como tú -replicó ella con timidez, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón-. Sin duda eres mi primo favorito.

– Primo -repitió Santi un poco triste, soltando un profundo suspiro-. Tú también eres mi prima favorita.

Capítulo 4

– Las chicas juegan tan bien como los chicos -anunció Sofía, hojeando distraída las páginas de una de las revistas de Chiquita.

– ¡Tonterías! -replicó Agustín, interrumpiendo su conversación con Fernando y Rafael para morder el anzuelo como una trucha hambrienta.

– No le hagas caso -dijo Fernando de mal humor-. Cállate, Sofía. ¿Por qué no vas a jugar con María y nos dejas en paz?. -Sofía era cuatro años y medio menor que él y Fernando no tenía demasiada paciencia con los niños.

– Me aburro -resopló Sofía, moviendo los dedos de los pies, que tenía estirados delante de ella en el sofá.

Llovía. Contra las ventanas repicaban las gotas gordas típicas de las lluvias de verano. Había estado lloviendo todo el día, una lluvia constante, copiosa e implacable. Santi había ido al pueblo con sus primos Sebastián, Ángel y Niquito. María estaba en casa de Anna con Chiquita, Panchito, la tía Valeria y Horacio, su hijo pequeño. Sofía no compartía con María su afición por jugar con los niños pequeños, así que había dejado que fuera sola. Se estiró, perezosa. No había nada que hacer y nadie con quien jugar. Recorrió la habitación con la mirada y suspiró. Los chicos estaban concentrados conversando.

– Soy tan buena jugando al polo como Agustín y papá lo sabe -insistió, a la espera de la respuesta de su hermano-. Al fin y al cabo, me dejó jugar en la Copa Santa Catalina.

– Cállate, Sofía -dijo Fernando.

– Sofía, eres una pesada -dijo Rafael.

– Sólo digo la verdad. Mírense, hablando de deportes como si su sexo fuera el único que los domina. Las chicas podrían ser tan buenas como ustedes si se les diera la oportunidad. Yo soy la prueba que lo demuestra.

– No voy a responderte a eso, Sofía -dijo Agustín, saltando-, pero lo que sí te digo es que yo tengo más fuerza de la que tú jamás tendrás. Así que ni te atrevas a compararnos.

– No estoy hablando de fuerza. Estoy hablando de habilidad. Ya sé que los hombres son más fuertes que las mujeres, eso no tiene nada que ver. Qué propio de ti, Agustín, haberme entendido mal. -Se echó a reír, burlona, encantada de haber logrado provocar su reacción.

– Sofía, si no te callas voy a echarte yo mismo bajo la lluvia. Entonces veremos quién llora como una niña -soltó Fernando exasperado.

En ese momento Santi entró en la habitación como un perro empapado, seguido de cerca por Sebastián, Ángel y Niquito. Los tres se quejaban amargamente del tiempo a la vez que se secaban la lluvia de la cara.

– Casi no hemos podido volver -dijo sin aliento-. Es increíble la cantidad de barro que hay en el camino.

– Es un milagro que no nos hayamos quedado atrapados en el fango -dijo Sebastián, agitando su pelo negro y empapado sobre las baldosas del suelo.

– ¿Qué hace tu abuelo ahí fuera con esta lluvia? -preguntó Santi, volviéndose hacia Sofía.

– No sé, ¿qué hace?

– Paseando como si hiciera sol.

– Típico de él -respondió Sofía riendo entre dientes-. Oye, Santi, ¿tú crees que las chicas son tan buenas en los deportes como los chicos?

– Nos ha estado dando la paliza toda la mañana, Santi. Haznos un favor y llévatela de aquí -dijo Rafael.

– No pienso tomar partido si eso es lo que pretendes, Chofi.

– No estoy hablando de fuerza ni de nada parecido. Habilidad, pericia…

– Eres más hábil que muchos chicos -concedió Santi, apartando las piernas de su prima para poder sentarse junto a ella en el sofá.

– Sólo he dicho que soy tan capaz como Agustín -explicó Sofía viendo cómo los hombros de su hermano se encorvaban, irritados. Éste murmuró algo a Fernando y a Rafael.

– Bien, pruébalo -dijo Santi encogiéndose de hombros-. Podrías seguir con eso durante horas. Es obvio que estás empeñada en fastidiar.

– De acuerdo. Agustín, ¿quieres que te gane al backgammon? -le retó.

– Juega con Santi. No estoy de humor -le contestó frunciendo el entrecejo.

– No quiero jugar con Santi.

– Porque sabes que te ganaría -intervino Santi.

– No es por eso. No intento demostrar que soy mejor que Santi, o que Rafa o Fercho. Estoy diciendo que soy mejor que Agustín.

De repente su hermano se puso en píe y la miró airado.

– De acuerdo, Sofía, ¿así que quieres que te gane? Ve a buscar el tablero y veamos quién de los dos es mejor.

– Déjalo, Agustín -dijo Rafael, harto de las constantes disputas entre sus hermanos. Fernando meneó la cabeza en señal de desaprobación. Sofía podía llegar a ponerse pesada, pero cuando se aburría era insoportable.

– No, jugaré, pero con una condición -dijo Agustín.

– ¿Cuál? -replicó Sofía, sacando el tablero del cajón de juegos de Miguel.

– Si gano reconocerás que soy mejor que tú en todo.

– De acuerdo.

– Prepáralo y llámame cuando estés lista. Voy a por algo de beber -y salió de la habitación.

– ¿De verdad piensas aceptar eso? -preguntó Santi, viéndola preparar el tablero.

– No perderé.

– No estés tan segura. Ya sabes que la suerte también cuenta. Puede que no la tengas de tu parte.

– Ganaré, con o sin suerte -replicó su prima, pomposa.

♦ ♦ ♦

Cuando Agustín y Sofía tiraron el dado para dar comienzo a la partida, los demás se apiñaron a su alrededor como cuervos; todos, excepto Fernando. Se sentó a la mesa de cartas de su padre, encendió un cigarrillo y empezó a completar el rompecabezas a medio terminar que había encima.

– Santi, no puedes ayudar a Sofía. Tiene que hacerlo sola -dijo Rafael muy serio. Santi sonrió a la vez que Sofía sacaba un doble seis.