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– No puedo creer la suerte que tienes -escupió Agustín, competitivo, viendo cómo su hermana construía una gruesa pared de piezas y bloqueaba a dos de sus jugadores. Sofía se sentía tan competitiva como su hermano, pero intentaba por todos los medios no demostrarlo. En vez de eso tiraba despreocupada el dado, hacía comentarios ridículos y mostraba una arrogante sonrisa en los labios que, como bien sabía, molestaba a su hermano.

Sofía ganó la primera partida, pero no fue suficiente. Se daba por hecho que cualquier partida, fuera de tenis o de pulga, se jugaba al mejor de tres. Cuando ganó la primera no pudo evitar pavonearse por su victoria.

– ¿Lo ves? ¡Pobre Agustín! ¿Cómo te sientes al haber sido vencido por una chica? -gritó con entusiasmo-. Y encima soy más pequeña que tú.

– Es al mejor de tres. Todavía tengo mucho tiempo por delante para ganarte -respondió su hermano con forzada tranquilidad.

Sofía y Santi se miraron y ella le guiñó el ojo. El la reprendió meneando lentamente la cabeza. Presentía que con todo ese pavoneo la caída iba a ser aún más dura.

Empezó la segunda partida. Los comentarios de Sofía enmudecieron cuando al parecer sólo lograba sacar números bajos mientras Agustín sacaba cincos y seises. La sonrisa se borró de su rostro, dejando en él una mueca bastante desagradable. Santi la miraba, divertido. Una o dos veces vio cómo su prima hacía un movimiento desfavorable e intentó captar su atención con la mirada, pero Sofía no levantaba los ojos del tablero. Sentía que se le escapaba la partida. Le ardieron las mejillas cuando Agustín capturó uno de sus jugadores, y luego volvió a tirar el dado porque no quedaba ningún sitio libre en el que ella pudiera caer. Podía sentir la sonrisa de satisfacción de su hermano. Se le metía bajo la piel y la hacía retorcerse de rabia.

– Venga, date prisa -ordenó Sofía, petulante-. Estás jugando así de lento para fastidiarme.

– ¡Vaya! ¡Cómo han cambiado las cosas! -la aguijoneó Agustín-. Ya no sonreímos, ¿eh? Y bien, uno a uno -anunció, triunfante-. ¿Preparada para la decisiva, hermana querida?

Fernando no había estado escuchando. De hecho, había estado haciendo un gran esfuerzo para no escuchar. El rompecabezas le había mantenido concentrado durante unos minutos y el cigarrillo le había sentado bien. Cogió el paquete y encendió otro. Cuando oyó gimotear a Sofía desde el otro extremo de la habitación, pensó que las cosas se estaban poniendo interesantes. Tiró la cerilla a la chimenea vacía y se acercó a ver lo que ocurría.

– ¿Así que Sofía está siendo derrotada por un chico? -dijo, echándose a reír a la vez que echaba un vistazo a la partida. Su prima no respondió y agachó la cabeza. Inclinándose sobre la escena como un enorme murciélago, Fernando cubrió con su sombra el tablero. Sebastián, Niquito y Ángel soltaban chistes cada vez que Sofía tiraba los dados, y Agustín, que ahora estaba ganando, se reía a sus anchas. Rafael, que en un principio había deseado que ganara su hermano, como siempre cambió de bando para apoyar al más débil. Siempre se ablandaba cuando Sofía se enfadaba. Santi, por supuesto, quería que ganara Sofía. Siempre se había sentido como un hermano mayor protector cuando se trataba de ella. Podía ver claramente que su prima se sentía muy desgraciada al ver que perdía, y que probablemente se arrepentía de haberse mostrado tan segura de sí misma. Finalmente sus ojos se encontraron con los de ella. Sofía le miró avergonzada. Probablemente sólo había hostigado a Agustín para llamar la atención y porque llovía, y no tenía nada mejor que hacer que molestar a los demás. Conocía bien a Sofía. Mejor que nadie.

– ¡He ganado! -proclamó orgulloso Agustín, poniendo sus últimas fichas en la ranura de cuero situada en uno de los extremos del tablero.

– Has hecho trampa -dijo Sofía enojada. Santi se echó a reír y miró al techo.

– ¡Cállate! -saltó Agustín-. He ganado justamente y tengo cinco testigos que lo prueban.

– Me da igual. Has hecho trampa -refunfuñó Sofía.

– Chofi, acepta la derrota con honor -dijo Santi, poniéndose serio y saliendo de la habitación.

– Ni hablar. No si el que me ha ganado es Agustín. ¡Eso nunca! -chilló y salió corriendo tras él.

– Bien hecho, Agustín -aplaudió Fernando, dándole unas palmadas en la espalda-. Eso hará que se calle. Ahora podremos disfrutar de una tarde tranquila.

– Tú disfrutarás de una tarde tranquila -suspiró Rafael-. Nosotros tendremos una noche horrible. Sofía va estar de morros durante días.

– Nadie se enfurruña como Sofía -concedió Agustín-. Pero el berrinche valdrá la pena. No sabes lo que he disfrutado. ¿A alguien le apetece una partida?

Sofía siguió a Santi por el pasillo.

– ¿Adónde vas? -le preguntó, pasando la mano por la pared a medida que avanzaba.

– Deberías aprender a perder con más elegancia.

– Me da igual.

– Pues no debería. Un mal perdedor no tiene ningún atractivo. -Sabía que eso la haría reaccionar. Sofía era muy vanidosa.

– No creo que haya sido tan poco elegante. Sólo lo soy con Agustín. Ya sabes que me saca de quicio.

– Si no recuerdo mal, fuiste tú quien le retó.

En ese momento la puerta se abrió de golpe para dar paso a Chiquita, María y Panchito, que se protegían de la lluvia con un enorme paraguas negro.

– ¡Qué tiempo más horroroso! -jadeó Chiquita-. Ah, Santiago, hazme el favor y ayuda a Panchito a quitarse la ropa, está empapado. ¡Encarnación! -gritó.

– ¿Qué está haciendo Dermot ahí fuera con esta lluvia? -preguntó María, escurriéndose el pelo con las manos.

– ¡Voy a ver al abuelo! -anunció Sofía, pasando corriendo junto a ellos-. Hasta luego.

– Parece mentira que llueva así siendo verano. No ha parado en todo el día -dijo Chiquita, meneando la cabeza.

Sofía corrió entre los árboles mientras llamaba a gritos a su abuelo. En realidad no llovía mucho, y podía imaginar qué había llevado al abuelo a aventurarse a salir en mitad de aquel diluvio. Para su regocijo, le vio al otro lado de la llanura, golpeando bolas de croquet a través de los aros, siendo tristemente observado por una pareja de perros cubiertos de hierba y con las colas colgándoles inertes entre las patas.

– Abuelo, ¿qué demonios estás haciendo? -preguntó acercándose a él.

– Está a punto de salir el sol, Sofía Melody -respondió él-. ¡Ah, buen golpe, Dermot! Ya te dije que lo conseguiría -añadió, dirigiéndose a los perros, a la vez que la bola azul se deslizaba con gran facilidad por el aro.

– Pero si estás empapado.

– Igual que tú.

– Llevas toda la tarde aquí fuera. Todos están hablando de ti.

– Pronto me secaré. El sol está a punto de salir, ya lo siento en la espalda.

Sofía sintió cómo las gotas frías resbalaban por la suya y la recorrió un escalofrío. Miró al cielo, esperando ver sólo una niebla gris, pero para su sorpresa vio que un resplandor empezaba a asomar entre las nubes. Entrecerró los ojos para evitar que la lluvia se le metiera dentro y pudo sentir el calor en la cara.

– Es verdad, abuelo. Está a punto de salir el sol.

– Claro que es verdad. Venga, coge un mazo. Veamos si eres capaz de hacer pasar la amarilla por aquel aro.

– No estoy de humor para juegos. Agustín acaba de ganarme al backgammon.

– Vaya, y supongo que no has sido una buena perdedora -se rió por lo bajo.

– Tampoco tan mala.

– Por lo que te conozco, Sofía Melody, debes de haber salido de allí enfurecida como una princesa malcriada.

– Bueno, desde luego no estaba contenta -admitió honradamente, enjugándose una gota de la punta de la nariz con el envés de la mano.