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– Hablas muy bien inglés, Paco -replicó Anna, sonrojándose de inmediato al oírse pronunciar su nombre.

– No te conozco, pero sé que te amo. Sí, te amo -dijo él, acariciando con los dedos su fría mejilla y mirándola con expresión incrédula, como intentando descubrir de dónde venía el hechizo con el que le había cautivado-. ¿Cuándo vuelves a Irlanda? -preguntó. Anna no quería pensar en eso. Ni siquiera quería contemplar la posibilidad de no volver a verle.

– Pasado mañana. El lunes -respondió con tristeza, hundiendo la cara en su mano y sonriéndole con ojos tristes.

– ¡Tan pronto! -exclamó Paco horrorizado-. ¿Podré volver a verte?

– No lo sé -dijo ella con la esperanza de que a él se le ocurriera algo.

– ¿Vienes a Londres con frecuencia?

– No -Anna meneó la cabeza. Paco se separó de ella y se sentó apoyando los codos en las rodillas, frotándose con ansiedad el rostro con las manos. Enseguida Anna pensó que iba a decirle que su romance no tenía sentido. Vio cómo el cuerpo de Paco se expandía bajo el abrigo cuando lanzó un profundo suspiro. A la luz amarillenta de las farolas la cara de él tenía un aspecto melancólico y desilusionado; deseó rodearle con los brazos, pero temió que él la rechazara y se quedó donde estaba; ni siquiera se atrevió a moverse.

– Entonces cásate conmigo -dijo él de pronto-. No podría soportar vivir sin ti.

Anna se sintió abrumada y presa de la incredulidad. Apenas habían pasado unas horas juntos.

– ¿Que me case contigo? -tartamudeó.

– Sí, cásate conmigo, Anna -le dijo totalmente serio. Tomó su mano entre las suyas y la estrechó con fervor.

– Pero si no sabes nada sobre mí -protestó ella.

– Supe que quería casarme contigo en cuanto te vi en el hotel. Nunca he sentido algo así por nadie. He salido con chicas, cientos de chicas. No te pareces a ninguna de ellas. Tú eres diferente. No sé cómo explicarlo. ¿Cómo explicar lo que siente mi corazón? -dijo y le brillaron los ojos-. No quiero perderte.

– ¿Oyes la música? -le preguntó Anna, levantándose y apartando de su cabeza la imagen de Sean O'Mara y el compromiso que supuestamente iban a adquirir en breve. Ambos se quedaron escuchando la dulce música que reverberaba en la plaza desde algún club cercano.

– Ti voglio bene -murmuró Paco, repitiendo las palabras de la canción.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Anna cuando él la tomó entre sus brazos y empezó a bailar con ella alrededor de la fuente.

– Quiere decir «te quiero». Quiere decir que te quiero, Ana Melodía, y que quiero que seas mi esposa. -Bailaron en silencio, atentos a la suave música que llevaba sus pasos. Anna era incapaz de pensar con claridad. Tenía la cabeza hecha un lío, como la madeja de lana con la que tejía la tía Mary, totalmente enredada. ¿De verdad le había pedido que se casara con él?-. Te llevaré a Santa Catalina -le dijo, bajando la voz-. Vivirás en una hermosa casa blanca con persianas verdes y pasarás todo el día al sol, con vista a la pampa. Todos te querrán como yo te quiero.

– Pero, Paco, no te conozco. Mis padres nunca lo permitirán -dijo al tiempo que imaginaba la reacción de la tía Dorothy y se le cerraba el estómago.

– Hablaré con ellos. Les diré lo que siento -anunció. Luego clavó la mirada en los asustados ojos de ella y añadió-: ¿Y tú? ¿No me quieres, ni siquiera un poquito?

Anna dudó, no porque no le quisiera. Le adoraba, la tenía totalmente abrumada con ese entusiasmo que la llenaba de vida, pero su madre siempre le había dicho que el amor era algo que crecía. El amor «urgente» entre dos personas que se atraían mutuamente era algo totalmente distinto.

– Te quiero -confesó, y se sorprendió al percibir el temblor de su propia voz. Nunca había dicho esas palabras a nadie, ni siquiera a Sean O'Mara-. Tengo la sensación de que te conozco desde siempre -añadió, como si quisiera justificar ante sí misma que la forma en que la amaba no tenía nada que ver con ese amor irracional y «urgente» que sentían dos personas que se atraían mutuamente, sino que era algo mucho más profundo y más real.

– Entonces, ¿cuál es el problema? Puedes quedarte en Londres y así darnos tiempo para conocernos mejor, si eso es lo que deseas.

– No es tan sencillo -objetó Anna, deseando que lo fuera.

– Las cosas sólo se complican si tú lo permites. Voy a escribir a mis padres y les diré que he conocido a una chica inocente y hermosa con la quiero compartir el resto de mi vida.

– ¿Y lo entenderán? -preguntó ella no sin cierta aprensión.

– Lo harán cuando te conozcan -respondió él confiado, volviendo a besarla-. Creo que no lo entiendes, Ana Melodía. Te amo. Amo tu sonrisa, la forma nerviosa con que juegas con tu pelo, el miedo que refleja tu mirada cuando te digo lo que siento. Amo la seguridad y la alegría con las que me has recibido esta noche en el hotel. Nunca he conocido a nadie como tú. Lo admito, no te conozco. No sé cuál es tu comida favorita, ni qué libros te gustan. No sé cuál es tu color preferido ni cómo eras de niña. No tengo ni idea de cuántos hermanos o hermanas tienes. No me importa. Lo único que sé es que aquí -dijo, poniendo la mano sobre el abrigo-, es donde palpita mi corazón, y con cada latido me dice lo que siento por ti. ¿Lo sientes? -Ella se echó a reír e intentó percibir los latidos de su corazón debajo del abrigo, pero lo único que sintió fue la aceleración de su propio pulso-. Me casaré contigo, Ana Melodía. Me casaré contigo, porque si dejo que te vayas me arrepentiré el resto de mi vida.

Cuando Paco la besó, Anna deseó más que nada en el mundo que aquello tuviera uno de esos finales felices que veía en las películas del cine. Cuando la rodeó con sus brazos y la estrechó contra él, se sintió completamente segura de que la protegería contra todo lo desagradable que había en el mundo. Si se casaba con Paco, podría irse de Glengariff para siempre. Estaría con el hombre que amaba. Sería la señora Solanas. Tendrían hijos que serían tan guapos como él, y sería feliz como nunca había soñado. Cuando él la besó, Anna se acordó del pobre beso de Sean O'Mara, del miedo que sentía a la noche de bodas, del desolado futuro que se abría ante ella como un camino gris que llevaba únicamente a la dificultad y al estancamiento, y sobre todo a una vida sin verdadero amor. Con Paco era diferente. No había nada que deseara tanto como pertenecerle, entregarse a él y dejarle que se adueñara de su cuerpo para poder amarla del todo.

– Sí, Paco, me casaré contigo -susurró, presa de la emoción. Paco la envolvió entre sus brazos con tanta fuerza que de pronto se encontró riéndose apoyada en su cuello. Él también se echó a reír, aliviado.

– ¡Estoy tan feliz que me pondría a cantar! -exclamó, levantándola del suelo de manera que sus pies quedaron suspendidos en el aire.

– Paco, bájame -le dijo Anna entre risas. Pero él se puso a bailar así con ella alrededor de la fuente.

– Te voy a hacer muy feliz, Ana Melodía. No te arrepentirás -dijo, volviendo a dejarla sobre la acera húmeda-. Quiero conocer a tus padres mañana mismo. Quiero pedir tu mano a tu padre.

– Temo que no nos dejen casarnos -dijo Anna con recelo.

– Déjamelo a mí, mi amor. Deja que me ocupe yo de todo -añadió, acariciándole la cara-. Encontrémonos mañana en el salón de té Gunter's.

– ¿En Gunter's? -repitió ella con la mirada perdida.

– En el salón de té Gunter's. Queda en Park Lane. A las cinco -concluyó antes de volver a besarla.

Anna se quedó con Paco hasta que el amanecer tiñó el cielo de dorado. Hablaron de su futuro juntos, hicieron planes y cosieron sus sueños a la tela de su destino común. El único problema era cómo iba ella a explicar todo a su madre y a la tía Dorothy.