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Tras las chanzas iniciales sobre lo terrible que estaba siendo el tiempo y sobre la obra que ellas habían visto la noche anterior, Paco decidió hablarles un poco de su familia.

– Entiendo que para ustedes todo esto parezca muy precipitado, pero les aseguro que no soy ningún vaquero chiflado. Procedo de una familia decente y mis intenciones son también decentes -explicó. Les dijo que había crecido en Argentina. Sus padres eran de origen español, aunque su abuela materna era austríaca. De ahí su pelo rubio y los ojos azules, dijo, echándose a reír.

»Mi padre es tan moreno que jamás pensarían que somos parientes -siguió, intentando aligerar la pesadez de la atmósfera. Emer sonreía, animándole a que siguiera, y la tía Dorothy estaba sentada con la boca cerrada, implacable. Por su parte, Anna escuchaba cada una de sus palabras con mayor reverencia que si hubiera estado escuchando al mismísimo Papa. La seguridad y la autoridad de Paco le garantizaban que estaría bien cuidada una vez casados. Reconocía en él el mismo dominio de sí que siempre había admirado en Cary Grant.

Paco les explicó que había estudiado en el internado inglés de St. George, en Argentina. Hablaba inglés y francés, y dominaba a la perfección el italiano, así como su lengua nativa, el español. Su familia era una de las más ricas y respetadas de Argentina. Además de la estancia familiar de Santa Catalina, su familia era dueña de gran parte de un edificio de apartamentos en el centro de Buenos Aires. Su padre tenía un pequeño avión. Una vez que estuvieran casados vivirían en uno de los apartamentos del edificio familiar y pasarían los fines de semana en Santa Catalina, la casa de sus padres.

– Puedo asegurarle, señora, que cuidaré bien de su hija y que la haré muy feliz. Amo a Ana Melodía. No soy capaz de describir cómo la amo. Yo mismo estoy sorprendido. Pero así es y creo que ella también me ama. Hay gente que tiene la suerte de enamorarse de golpe, como si les hubiera despertado la fuerza de un rayo. Otros tardan más en encontrar el amor y son incapaces de entender ese tipo de enamoramiento. Yo era uno de ellos, pero ahora entiendo lo que tantas veces han escrito los poetas. Me ha ocurrido a mí y soy el hombre más feliz de la Tierra.

Emer podía entender exactamente cómo amaba Paco a su hija. Éste miraba a Anna de la misma forma que Dermot la había mirado muchos años atrás, cuando se casaron. Deseó que estuviera allí con ella en ese momento, pero temía su reacción. Nunca permitiría que su preciosa niña se casara con un extranjero.

– No me importan demasiado las posesiones, señor Solanas. A mi marido tampoco -dijo Emer con su dulce voz. Estaba sentada con la espalda recta y miraba directamente a los sinceros ojos azules de Paco-. Lo que nos preocupa es la felicidad y la salud de nuestra hija. Es nuestra única hija, ¿sabe? En esto puedo hablar por voz de mi marido. La idea de que Anna se case y se vaya a vivir al otro lado del mundo nos resulta traumática. Pero siempre hemos dado a Anna Melody bastante libertad. Si eso es lo que ella quiere realmente, no podemos oponernos. Sin embargo, nos sentiríamos más felices si ustedes pudieran pasar más tiempo juntos antes de casarse y conocerse un poco. Eso es todo. Y, naturalmente, deberá usted conocer a mi marido y pedirle la mano de Anna.

– Pero mamá… -protestó Anna. Sabía que sus padres no podían permitirse instalarla en un hotel y no conocían a nadie en Londres. Paco entendió sin decirlo el dilema al que se enfrentaban.

– Permítame que le sugiera que su hija se quede en casa de mi primo Antoine La Rivière y su mujer Dominique. Acaban de casarse y por el momento viven en Londres. Si dentro de seis meses todavía queremos casarnos, ¿contamos con su bendición?

– Tendré que discutirlo con mi marido -dijo Emer, cauta-. Ana Melody debe volver con nosotras a Irlanda mañana. -Anna la miró horrorizada-. Querida, no precipitemos las cosas. Tu padre querrá hablar de todo esto contigo -dijo su madre, dándole unas palmaditas en la mano y sonriendo, comprensiva, a Paco.

– Entonces, si vuelvo a Irlanda mañana, supongo que al menos podremos pasar la tarde juntos -dijo Anna-. Quieres que nos conozcamos mejor, ¿no? -Paco tomó su mano, se la llevóa los labios y la besó, indicándole en silencio que le dejara tratar esos asuntos a él.

– Sería para mí un honor si me permitieran llevarlas a cenar -dijo, cortés.

Emer hizo caso omiso de su hermana, que le daba patadas por debajo de la mesa. Anna abrió la boca, horrorizada.

– Es usted muy amable, señor Solanas -respondió, escondiendo los pies bajo la silla-. ¿Por qué no lleva usted a Anna Melody? Después de todo, tienen que conocerse si van a casarse. Puede pasar a recogerla al hotel a las siete y media.

– Y traerla de vuelta antes de medianoche -añadió la tía Dorothy con acritud.

Después del té Anna y Paco se despidieron en la puerta mientras la madre y la tía de Anna esperaban a que les trajeran sus abrigos.

– Dios mío, Emer, ¿tú crees que hemos hecho lo correcto?

– Lo único que puedo decirte, Dorothy, es que Anna Melody sabe lo que quiere. Tendrá una vida mucho mejor con este joven que con Sean O'Mara, de eso puedes estar segura. No puedo soportar pensar que la vamos a tener en el otro lado del mundo. Pero, ¿cómo negarle una vida así si eso es lo que quiere? Por Dios, tiene que haber mucho más para Anna que lo que pueda darle Glengariff.

– Espero que Paco Solanas sepa lo caprichosa y enérgica que es Anna Melody. Si es la mitad de lista de lo que creo que es, se cuidará mucho de demostrarlo hasta que tenga el anillo en el dedo -comentó la tía Dorothy secamente.

– Dorothy, a veces eres terrible.

– De terrible nada, Emer. Soy sincera. Parece que sea yo la única que ve las cosas como son -añadió, ceñuda, antes de disponerse a salir a la calle.

Capítulo 6

. La última noche en Londres había sido de lo más inquietante. Emer y la tía Dorothy habían esperado sentadas en camisón hasta que Anna había vuelto a medianoche, sana y salva. Ésta, atrapada en la mentira que había inventado sobre el hotel en el que se hospedaba, había tenido que coger otro taxi al hotel Brown's para que Paco pudiera reunirse allí con ella, tal como habían acordado. La había llevado a cenar a un pequeño restaurante con vistas al Támesis, por donde más tarde pasearon y conversaron bajo las trémulas estrellas que brillaban sobre sus cabezas.

A Paco le entristecía que ella tuviera que volver a Irlanda y no conseguía entender por qué. Había albergado la esperanza de que se quedara en Londres. Temeroso de que desapareciera entre las nieblas celtas para siempre, se había asegurado de anotar la dirección y el teléfono de Anna y le había dicho que la llamaría todos los días hasta que volviera. Había querido ir con ella de regreso al hotel Brown's, pero Anna había insistido en que la acompañara a coger un taxi, con la excusa de que el vestíbulo del hotel era un lugar poco dado al romance.

– Quiero que me beses al pie de una farola bajo la llovizna. No quiero recordarte besándome en un vestíbulo público -le había dicho, y él le había creído. Su beso había sido largo y lleno de sentimiento. Cuando Anna volvió al hotel De Vere en South Kensington, el corazón le quemaba, ardiente, en el pecho y en su boca todavía temblaba el recuerdo de aquel último beso. Como estaba demasiado nerviosa para poder dormir, se quedó estirada con los ojos fijos en la oscuridad, volviendo a recordar los besos de Paco una y otra vez hasta que sus pensamientos se convirtieron en sueños y se quedó profundamente dormida.

Anna era como una muñeca mecánica. No dejaba de dar vueltas por la suite en un estado de maníaca excitación. No parecía acordarse demasiado de Sean O'Mara. Todos sus pensamientos estaban dedicados en exclusiva al guapo Paco Solanas, y por mucho que la tía Dorothy intentara hacerle ver la gravedad de su situación, ella parecía no querer saber.