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Cuando el calor se hizo insoportable, Eva animó a Sofía y a María a bañarse con ella; los tiburones resultaban demasiado amenazadores para meterse sola en el agua. Cuando se levantó de la hamaca, fue como sí un viento helado hubiera soplado sobre los lánguidos confines de la piscina, despertando a todo el mundo de su siesta. De repente Agustín volvía a bucear, Fernando nadaba crol de un extremo a otro de la piscina, Sebastián, Niquito y Ángel volvieron a refrescarse después de su partido de tenis, y Santi se sentó en el borde de la piscina con los pies en el agua. Sólo Rafael siguió roncando a la sombra, haciendo volar las páginas de su revista con sus ronquidos. Sofía seguía enfurruñada en su rincón, mientras María y Eva intentaban nadar unos largos en el agua turbia y picada.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Santi, dejándose caer al agua y nadando hasta llegar al rincón donde Sofía seguía reconcomiéndose.

– Nada -replicó Sofía a la defensiva.

– Te conozco -dijo él sonriéndole.

– No, no me conoces.

– Oh, ya lo creo. Estás celosa porque no eres el centro de atención. -Sus ojos verdes centellearon, lanzándole una mirada divertida-. Te he estado observando todo el tiempo.

– No seas idiota. No me encuentro bien.

– Chofi. Eres una mentirosa y una cría, pero siempre serás mi prima favorita.

– Gracias -dijo Sofía, sintiéndose un poco mejor.

– No puedes ser siempre el centro de atención. Tienes que dar alguna oportunidad a los demás.

– Mira, no es eso. De verdad que no me encuentro bien. Creo que voy a ir a tumbarme un rato a la sombra -replicó sin ningún entusiasmo con la esperanza de que él la acompañara.

– Como gustes -respondió Santi al tiempo que se giraba para ver a Eva nadando con la gracia de un cisne entre la conmoción de un grupito de patos juguetones.

Esa noche las tres chicas decidieron dormir juntas. Soledad puso un plegatín en la habitación de Eva y le dijo a Sofía que, como era la anfitriona, le tocaba a ella dormir en él. «Qué típico -pensó resentida-, y encima era yo la que no quería que compartiéramos dormitorio.» Pero, a medida que charlaban a la pálida luz azulada de la luna que entraba por los grandes ventanales abiertos junto con las dulces fragancias de la húmeda pampa, le cambió el humor y Eva empezó a gustarle a pesar de todo.

– Cuando volvía a la casa, Agustín ha salido de detrás de un árbol y me ha empujado contra él -contó Eva entre risas-. Ha sido muy embarazoso.

– ¡No me lo puedo creer! -exclamó Sofía, asombrada ante el descaro de su hermano-. ¿Qué te ha hecho?

– Me ha empujado contra el tronco del árbol y me ha dicho que estaba enamorado de mí.

– ¡Como todos! -se rió María-. Ten cuidado, dentro de nada no quedará ni un solo árbol seguro en toda Santa Catalina.

– ¿Te ha besado? -preguntó Sofía esperanzada, a pesar de que sabía que Eva nunca se sentiría atraída por el bruto de Agustín.

– Lo intentó.

– Oh, Dios mío, qué vergüenza.

– Y luego, cuando estábamos jugando a tenis, sólo me daba la pelota después de haberme besado.

– Oh, pobre.

– Sofía, no debería estar contándote esto, es tu hermano.

– Sí, por desgracia. Los hermanos de María son mucho más recomendables que los míos.

– Sí. Santi es muy atractivo -dijo Eva, mientras sus ojos claros brillaban a causa de la fiebre que había cautivado su joven cuerpo.

– ¿Santi? -a Sofía se le paró el corazón.

– Sí, Santi.

– ¿Ese alto y rubio? ¿El que cojea?

– Sí, el que cojea -repitió Eva-. Es guapo y dulce, y la cojera le hace aún más encantador.

Sofía estaba a punto de llorar. ¡No te puede gustar Santi, no te puede gustar mi Santi!, gritaba en silencio. Luego, más serena, tomó una decisión. Tenía que urdir un plan, tenía que dar con la forma de impedir el romance que sin duda iba a tener lugar si ella no lo abortaba cuanto antes. Impediría que esa hermosa tentadora clavara sus largas uñas rosas en Santi. Qué lastima, estaba empezando a gustarme, pensó Sofía, despidiéndose de ella en silencio.

Capítulo 9

Sofía pasó los siguientes tres días asegurándose de que se convertía en la mejor amiga de Eva y en su confidente. Su madre la había felicitado por ser tan buena anfitriona y por su encomiable esfuerzo por hacer que su joven invitada se sintiera bienvenida. Iban juntas a todas partes y Sofía no necesitaba espiar a Eva puesto que, al haberse ganado su confianza, ésta se lo contaba todo por decisión propia.

De pronto los chicos empezaron a interesarse también por Sofía. La veían como la puerta de acceso a Eva. Sofía disfrutaba con sus atenciones. Había salido de la sombra y jugaba su papel con bravura. Pero a Eva no le interesaba Agustín ni Fernando ni ninguno de los demás. Se sentía desesperadamente atraída por Santi. Daba parte a Sofía de cada uno de los avances de éste. Santi la había llevado a montar por la llanura. Sofía había decidido no ir con ellos, con la débil excusa de que tenía que ayudar al abuelo a ordenar su habitación. Luego Santi le había pedido que fuera su pareja en un partido de tenis. Eva había confesado que sentía que se le iban las fuerzas cada vez que veía a Santi, pero hasta el momento él no había dicho nada que pudiera sugerir que sintiera algo más que amistad.

– No te preocupes -dijo Sofía-. Santi es mi primo y le conozco mejor que nadie. Me lo cuenta todo, hasta lo que no cuenta a María. Descubriré qué siente por ti. No tengas cuidado, se lo preguntaré con mucho tacto, luego te lo contaré. Pero si quieres que lo haga, no le digas nada a María; es incapaz de guardar un secreto -mintió.

– De acuerdo, pero ten cuidado. No quiero quedar en ridículo.

– No te preocupes por eso -la tranquilizó Sofía alegremente.

Más tarde se las ingenió para quedarse a solas con Santi. Él estaba practicando su swing en el terreno que quedaba frente a la casa. Sofía dejó hablando a María y Eva en la terraza con su madre y sus tías y se dirigió hacia donde él estaba para cumplir su misión.

– Buen swing, Santi -le dijo a su primo al tiempo que él daba un buen golpe.

– Gracias, Chofi.

– Has sido muy bueno con Eva llevándola a montar contigo y enseñándole la granja.

– Es un encanto de chica -dijo él, colocando una bola nueva sobre la hierba.

– Es más que eso. Es guapa y adorable. De hecho, no creo haber visto a ninguna chica más guapa que ella, en serio.

– Ya lo creo que es guapa -admitió Santi sin prestar demasiada atención, más concentrado en su swing que en la conversación que estaba teniendo con su taimada prima.

– ¿Sabes detrás de quién anda? -preguntó Sofía, escogiendo sus palabras con el cuidado de una serpiente que se deslizara entre la hierba en pos de su presa.

– ¿De quién? -respondió él, bajando el palo y fijando sus ojos en ella.

– De Agustín.

– ¿De Agustín? -soltó burlón.

– Sí.

– Bromeas, ¿verdad?

– ¿Por qué? Es muy atractivo…, un tipo especial.

– Sofía, no te creo -dijo Santi y sonrió, meneando la cabeza con impaciencia.

– Bueno, la besó la otra noche. Eva no quiere que nadie lo sepa.

– ¿La besó? ¿Estás segura?

– Te lo prometo, pero ni se te ocurra decírselo a nadie, Eva me mataría. Nos hemos hecho tan buenas amigas que no quiero estropearlo. Pero ya me conoces, no puedo ocultarte nada.

– Gracias, Chofi -le dijo sarcástico. A continuación se echó el palo a la espalda y lo disparó con furia contra la bola, errando el golpe-. ¡Mierda!