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– ¡Santi, no le has dado! Eso no es propio de ti. ¿Qué te pasa?

¿No será que te gusta Eva? -dijo Sofía a la vez que intentaba disimular su sonrisa jugueteando con un mechón de pelo que se había llevado a la boca.

– Por supuesto que no. Ahora vete, me estás distrayendo.

– Bien. Hasta luego. -Sofía se alejó con sus arrogantes andares de pato, sonriendo para sus adentros de puro júbilo.

Santi no podía creer que a Eva le gustara Agustín. Estaba furioso y perplejo. ¡Agustín! Simplemente no era posible. Entrecerró los ojos cuando dirigió la mirada a la terraza donde Sofía estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la hierba con María y Eva. Hablaban con las cabezas juntas como un trío de brujas que planearan algo. ¿Qué estará tramando Sofía?, pensó Santi, sabiendo que era mejor no confiar del todo en las palabras de su prima.

– Bueno, por lo menos no te ha dicho que no le gusto -dijo Eva esperanzada.

– No, no me ha dicho que no le gustes -admitió Sofía con fingida complicidad.

– Gracias, Sofía, eres una buena amiga. -Eva la besó en la mejilla. Durante un instante Sofía se sintió culpable, pero el sentimiento se desvaneció al segundo y empezó a cortar su jugosa pieza de lomo, hambrienta.

Durante los días que siguieron Sofía vio a Eva flotar por Santa Catalina como Blancanieves seguida por Fernando, Agustín, Sebastián, Niquito y Ángel como enanitos babeantes. Para su alivio, se dio cuenta de que desde su conversación, Santi había perdido interés en Eva. Prácticamente la ignoraba. Hasta Eva había dejado de hablar de él como si supiera que la batalla estaba perdida. Sofía disfrutaba de su victoria.

A medida que las vacaciones de Eva tocaban a su fin, Sofía empezó a verla cada vez menos. Desaparecía a caballo durante horas o se iba al pueblo con Chiquita. Ya se manejaba con soltura por la estancia y había empezado a divertirse sola. Sofía estaba encantada. Su plan había dado resultado. No sólo había conseguido que dejara de ir detrás de Santi sino que también se las había ingeniado para no tener que pasar con ella toda la semana. Habría estado aún más encantada si Santi no se hubiera mostrado igualmente evasivo. Sin embargo, él se excusaba diciendo que se iba a la estancia vecina a jugar al polo. Sofía suponía que estaba enfadado con ella por haberle dado las malas noticias sobre el romance secreto entre Eva y Agustín. Lo superará, pensaba segura de sí misma.

Eva pasó su último día en la piscina y en la pista de tenis. Dijo adiós a los primos antes de desaparecer en el interior de la casa para hacer la maleta y cambiarse. Cuando se fue, Santi se sentó al lado de Sofía y en secreto le pasó una nota que había metido en un sobre blanco y sellado.

– Chofi, por favor, dáselo a Eva antes de que se vaya -le pidió.

– ¿Qué es? -preguntó, sin dejar de dar vueltas al sobre.

– Mi último intento. Asegúrate de que Agustín no te ve, ¿quieres? Si se entera me mata.

Sofía se encogió de hombros.

– Bien. Si quieres se lo doy, pero no servirá de nada -le dijo al tiempo que sonreía comprensiva.

– Puede -replicó Santi esperanzado.

Sofía corrió a la casa. Apenas quedaba tiempo para abrir el sobre con vapor antes de que Eva se fuera al aeropuerto. Corrió a la cocina y puso la tetera al fuego. Pobre Santi -pensó-, no tiene ni idea de nada. Sofía no podía imaginar que alguien prefiriera a Agustín en vez de a Santi. En qué cabeza cabía. Sin embargo, le había convencido. Rió para sus adentros cuando el chorro de vapor de la tetera golpeó contra el sobre. Instantes después conseguía abrirlo. Se apoyó en el mueble de la cocina, desdobló la hoja de papel y leyó el mensaje, un mensaje breve y escrito a mano:

Chofi, la próxima vez, ocúpate de tus asuntos.

Se quedó boquiabierta. La sangre le subió a la cara hasta que la sintió palpitar de vergüenza. Volvió a leerla despacio, una y otra vez, incrédula. Luego la hizo pedazos y la tiró a la basura. Empezó a caminar aterrada de un lado a otro de la cocina. No sabía qué hacer, y desde luego no tenía el menor deseo de enfrentarse a Santi ni a Eva.

Finalmente, se dio cuenta de que no tenía más remedio que salir con la cabeza bien alta y fingir que no había pasado nada. Eva estaba despidiéndose de María, que abrazaba a su nueva amiga entre lágrimas e intercambiaba con ella teléfonos y direcciones. Sofía buscó a Santi con la mirada, pero la alivió ver que él no estaba a la vista. Sonrió como sonreiría una gran actriz y abrazó a Eva, volviendo a oler la fresca fragancia a limón de su colonia. Le prometió pasar las siguientes vacaciones de verano en Cachagua y escribir a menudo.

De pronto Santi salió de entre los árboles con paso decidido. Pasó junto a Sofía, tomó a la delicada Eva entre los brazos y la besó en los labios tan apasionadamente que las otras chicas tuvieron que apartar la mirada. Se abrazaban con fuerza, como lo hacen los amantes que no quieren separarse. Se besaban con la intimidad de dos personas que conocen a la perfección el cuerpo del otro. Sofía sintió cómo la sangre le bajaba a los pies y la cabeza le daba vueltas. Cuando por fin se separaron, Eva subió al coche y desapareció por la larga avenida arbolada. Santi siguió diciéndole adiós con la mano hasta que Eva no fue más que un pequeño destello en el horizonte. Luego se acercó a Sofía.

– No vuelvas a mentirme nunca más -le dijo con firmeza-. ¿Me has entendido? -Sofía abrió la boca para responder, pero fue incapaz de articular palabra. Contrajo la garganta y dejó de parpadear para impedir que le saltaran las lágrimas y revelar así lo avergonzada que estaba. Entonces Santi le sonrió y meneó la cabeza-. Eres muy mala, Chofi -suspiró, pasándole el brazo por el cuello-. ¿Qué voy a hacer contigo?

Capítulo 10

Cuando, al término de las vacaciones de verano, Santi anunció que se iba dos años a estudiar a Estados Unidos, Sofía salió llorando de la habitación. Él salió corriendo detrás, pero Sofía le gritó que la dejara en paz. Afortunadamente Santi no le hizo caso y la siguió hasta la terraza.

– ¿Te vas dentro de un mes? ¿Por qué no me lo has dicho antes? -dijo Sofía enfadada, girándose hacia él.

– Porque en un principio me iba a ir en septiembre, que es cuando empieza el curso, pero antes quiero pasar seis meses viajando, y volver a viajar cuando acabe los estudios. De todas formas, sabía que te lo tomarías mal.

– He sido la última en enterarme, ¿verdad? -sollozó enojada.

– Sí. Bueno, supongo. En realidad, a los demás les da igual -dijo Santi, encogiéndose de hombros.

– ¿Dos años? -Sofía se enjugó las lágrimas que iban trazando pequeños senderos brillantes por sus mejillas.

– Bueno, casi dos años.

– ¿Cuántos meses exactamente?

– No lo sé.

– ¿Cuándo volverás?

– Dentro de dos veranos. En octubre o noviembre, todavía no lo sé.

– Y ¿por qué no puedes estudiar aquí como todo el mundo?

– Porque papá dice que es fundamental vivir en el extranjero. Mejoraré mi inglés y sacaré muy buenas notas.

– Yo te ayudaré a mejorar tu inglés -dijo Sofía mansamente, sonriendo con timidez.

Santi se echó a reír.

– Eso podría ser interesante -musitó.

– ¿Volverás por vacaciones? -preguntó esperanzada.

– No lo sé -Santi volvió a encogerse de hombros-. Quiero viajar y ver mundo. Probablemente pase las vacaciones viajando.

– ¿Quieres decir que ni siquiera vendrás por Navidad? -jadeó Sofía, sintiendo de repente un nudo en el estómago ante la perspectiva de vivir dos años sin él.

– No lo sé, probablemente no. Mamá y papá vendrán a verme a Estados Unidos.

Santi vio cómo su prima empequeñecía y casi formaba un charco con sus lágrimas sobre las baldosas de la terraza.