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– Pero, abuelo, no puedo querer a nadie más. Nunca lo haré.

– Con el tiempo le olvidarás, Sofía. Espera y verás. Algún guapo argentino aparecerá y te enamorará como lo hizo tu padre con la joven Anna Melody hace años.

– No, ni hablar. Amo a Santi -declaró categóricamente Sofía.

Dermot O'Dwyer se rió por lo bajo al tiempo que daba una chupada a la pipa. Miró a su petulante nieta a los ojos y asintió.

– Que tengas suerte, Sofía Melody. En ese caso, espérale. Volverá. No se va para siempre, ¿verdad?

Como de costumbre, el abuelo O'Dwyer no podía evitar complacerla. No había nada en el mundo que negara a su nieta. Ni siquiera Santiago Solanas.

– No.

– Entonces, ten un poco de paciencia. Es el gato paciente el que atrapa al ratón.

– No, no es verdad. Es el gato veloz el que atrapa al ratón -dijo Sofía con una pequeña sonrisa.

– Si tú lo dices, querida.

A principios de marzo, cuando las puntas de las hojas justo empezaban a rizarse y las largas vacaciones de verano que habían empezado en diciembre casi se habían agotado como la arena de un reloj, Sofía esperaba frente a la puerta de la casa de Chiquita y de Miguel para despedirse de Santi. Al amparo de las sombras alargadas de la húmeda noche de verano recordó lo que el abuelo O'Dwyer le había dicho. Esperaría a Santi como un gato paciente. No miraría a ningún otro chico. Le sería fiel para siempre.

Las últimas semanas de vacaciones habían sido muy duras para ella. Tenía que disimular cuando, a causa de sus impulsos, se sonrojaba y le sudaban las manos siempre que estaba en presencia de Santi. Tenía que morderse la lengua cuando se topaba con las palabras «te amo» balanceándose precariamente en la punta, prestas a desenmascararla en cualquier momento de descuido. Tenía que esconder sus sentimientos del resto de la familia cuando quería gritarle al mundo el vacío que Santi iba a dejar con su marcha.

Santi tuvo cuidado de no hablar de su viaje en presencia de Sofía. No quería volver a verla llorar. La falta de contención en la demostración de afecto de la que había sido objeto por su prima le había conmovido. Se sentía orgulloso como un héroe de guerra que parte a una nueva batalla mientras las mujeres de la casa aúllan y se arrancan los cabellos por él. Sabía que echaría de menos a Sofía. Le escribiría, claro que sí. Sofía era como una adorable hermana pequeña, y también escribiría a su madre y a su hermana María. Pero Estados Unidos le esperaba con la promesa de mil aventuras y de mujeres de piernas largas y de escasa virtud. Estaba impaciente por partir. Además, Sofía estaría allí a su regreso.

Por fin Santi salió de la casa. Antonio le seguía con las maletas. Abrazó a una María bañada en lágrimas y estrechó la mano de Fernando, que en secreto se alegraba de su marcha. Fernando veía la partida de su hermano con alivio. Todos querían a Santi. Era bueno en todo, se ganaba a todo el mundo, los hacía reír; navegaba por la vida con la gracia y el encanto de un elegante crucero mientras Fernando se sentía como un remolcador. Tenía que trabajar duro y, a pesar de sus esfuerzos, no conseguía demasiado. Por eso, cuanto mayor era, menos se esforzaba en intentarlo. No, no le apenaba que su hermano se fuera. De hecho, estaba encantado. Sin Santi eclipsándole quizá lograra sentir el calor del sol en el rostro, para variar. Panchito estaba en brazos de la vieja Encarnación, demasiado pequeño para entender o para preocuparse por lo que ocurría. Cuando Santi abrazó a Sofía, volvió a prometerle que le escribiría.

– Ya no estás enfadada conmigo, ¿verdad? -preguntó, son riéndole con cariño.

– Sí, pero te perdonaré cuando vuelvas -respondió, tragándose las lágrimas. Santi no tenía ni idea de lo mucho que ella sufría por su partida. No sabía que sentía un nudo en el estómago cada vez que él la tocaba, ni que el corazón le daba un vuelco cuando él le sonreía, ni que la sangre buceaba en sus mejillas cuando la besaba. Para Santi, Sofía era como una hermana pequeña. Para ella, él lo era todo, y ahora que se iba apenas tenía sentido seguir respirando. Sofía sólo respiraba porque no tenía otra elección. Como había dicho el abuelo O'Dwyer, vivía porque no le quedaba más remedio.

Miguel y Chiquita subieron al coche y gritaron a Santi que se diera prisa. Llegaban tarde. Santi les dijo adiós con la mano desde el asiento trasero. Fernando volvió a la casa. María y Sofía se quedaron mirando el coche hasta mucho después de que hubiera desaparecido en la lejanía.

Los días siguientes pasaron muy despacio. Sofía vagaba por la finca presa de un estado de ánimo que ni siquiera el humor seco del abuelo O'Dwyer lograba aliviar. María la seguía como un perro feliz. Su sonrisa animada y sus chistes sólo conseguían irritar el desolado corazón de su amiga, que deseaba quedarse a solas para lamentarse. Las vacaciones tocaban a su fin, y con ellas los largos días de verano. Por fin María decidió que ya había soportado bastante el mal humor de su prima.

– Por el amor de Dios, Sofía, déjalo ya -dijo cuando Sofía se había negado a jugar con ella al tenis.

– ¿Que deje qué?

– Deja de ir por ahí lloriqueando como si se te hubiera muerto alguien.

– Estoy triste, eso es todo. ¿No puedo estar triste? -preguntó sarcástica.

– No es más que tu primo. Actúas como si estuvieras enamorada de él.

– Estoy enamorada de él -replicó Sofía con descaro-. Y me da igual si alguien se entera.

María estaba atónita.

– Pero es primo hermano tuyo, Sofía. No puedes amar a tu primo hermano.

– Pues le amo. ¿Algún problema? -preguntó retadora.

María siguió sentada en silencio unos segundos. Vencida por unos celos que no era capaz de ver, se levantó de un salto y gritó a Sofía:

– ¡A ver cuándo creces un poco! Ya eres demasiado mayor para enamoramientos infantiles. De todas formas, Santi no está enamorado de ti. Si lo estuviera, nunca habría ido detrás de Eva, ¿no crees? ¿No te das cuenta de que te estás poniendo en ridículo? Es un escándalo enamorarse de un miembro de tu propia familia. Incesto. Así es como lo llaman… incesto -dijo fuera de sí.

– El incesto es entre hermanos. Santi es mi primo -le soltó Sofía enojada-. Bueno, está claro que ya no quieres ser mi amiga.

María vio desolada cómo su prima salía furiosa de la habitación, dando tal portazo que el cuadro que colgaba junto a la puerta cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.

María estaba tan enfadada que no pudo contener las lágrimas. ¿Cómo podía Sofía haberse enamorado de Santi? Era su primo. No estaba bien. Se sentó y se puso a pensar en ello, dándole vueltas una y otra vez e intentando dar sentido a sus propios sentimientos de aislamiento y celos. Siempre habían sido tres, y ahora, de repente, eran sólo dos y no había espacio para ella.

Cuando empezó el curso y regresaron a Buenos Aires, Sofía seguía negándose a hablar a María. Iban en el coche sin dirigirse la palabra mientras Jacinto las llevaba a la escuela, y Sofía se aseguró de ni siquiera mirar a su prima en clase. María se había peleado antes con ella y siempre había terminado cediendo. La verdad es que Sofía era capaz de mantenerse firme en una disputa durante mucho más tiempo de lo que parecía posible entre amigas tan íntimas. Tenía una habilidad especial para desconectar sus emociones cuando le convenía, y parecía disfrutar con el drama. Evitó deliberadamente a María durante los recreos, se reía en alto con sus amigas y lanzaba a su prima miradas hirientes.

María estaba decidida a no darse por vencida. Después de todo, no había sido ella quien había empezado la pelea. Sofía la había provocado y no pensaba dejar que se saliera con la suya. Durante los primeros días hizo lo imposible por ignorarla. De noche se quedaba dormida llorando, incapaz de comprender del todo el dolor que la embargaba, pero durante el día se ocupaba de sus cosas, mientras Sofía había conseguido que las demás chicas también la ignoraran. Tenía un irresistible carisma que atraía a la gente. En cuanto sus compañeras de clase se enteraron de la pelea, todas fueron apartándose hacia la parte de la clase donde estaba Sofía como conejos asustados.