Выбрать главу

– En cierto modo sí. A quien echo de menos no es al padre que vino a Argentina sino al padre con el que crecí en Glengariff. De algún modo nuestra relación cambió. Quizá fui yo la que cambió, no lo sé -bajó la mirada. Chiquita observó su rostro iluminado por la cálida luz del atardecer y pensó en lo increíblemente bella que era y en lo amargada que se había vuelto.

– Yo también le echo de menos -dijo.

– En parte Sofía está tan mimada por culpa suya. Yo nunca la malcrié. Ni él ni Paco pudieron nunca ver más allá de su encanto.

– ¡El encanto de los Solanas!

– ¡El maldito encanto de los Solanas! -repitió Anna, echándose luego a reír-. Mi madre también tenía su encanto. Todo el mundo la quería. La pobre tía Dorothy era gorda y fea. Mi madre acaparó toda la belleza. La tía Dorothy nunca se casó.

– ¿Qué fue de ella? -preguntó Chiquita.

– No lo sé. Me avergüenza decir que perdimos el contacto.

– Oh.

– Sé que no estuvo bien por mi parte, pero ella estaba tan lejos… -se le apagó la voz. Se sentía culpable. Ni siquiera sabía si su tía estaba viva o muerta. Debería haber intentado encontrarla cuando el abuelo O'Dwyer murió, pero no podía enfrentarse a eso. Mejor no saber. Ojos que no ven, corazón que no siente, pensó, olvidando definitivamente el asunto.

Chiquita deseó preguntarle sobre sus otras tías y tíos, ya que sabía por las historias que contaba el abuelo O'Dwyer que la suya era una familia numerosa, pero no se atrevió. En vez de eso volvió al tema de Sofía.

– Estoy segura de que Sofía pronto cambiará de comportamiento. No es más que una fase adolescente.

– Yo no estoy tan segura -Anna no podía admitirlo delante de nadie, pero veía más de sí misma en su hija de lo que se atrevía a reconocer-. ¿Sabes, Chiquita?, lo que más me preocupa de Sofía es que si, como tú sugieres, le doy más rienda suelta, se vuelva salvaje del todo. No quiero que el resto de la familia diga que he criado a una salvaje.

Chiquita se echó a reír comprensivamente; era incapaz de pensar mal de nadie.

– Querida, todo el mundo quiere a Sofía, es un espíritu libre. Santi y María la adoran, todos se lo perdonan todo. Sólo tú consideras que obra mal; para los demás, Sofía de ninguna manera actúa mal. De todas formas, ¿qué más da lo que los demás piensen?

– A mí me importa muchísimo. Ya sabes cómo son. No hay nada que les guste más que el comadreo.

– A algunos sí, pero ésos no importan -dijo Chiquita, mirando a su cuñada. Después de tantos años Anna todavía se sentía fuera de lugar, inferior, por eso le preocupaba tanto lo que los demás pudieran pensar de sus hijos. Necesitaba desesperadamente sentirse orgullosa de ellos. Sus éxitos se reflejaban en ella, también sus fracasos. Se sentía obligada a probar su valía constantemente. No conseguía relajarse nunca.

Chiquita estuvo a punto de decirle que eso no tenía ninguna importancia. Las clases no tenían ningún valor. Todos querían a Anna; era parte de la familia. La querían como era; sus inseguridades formaban parte de ella, una de las razones por las que todos la querían. Al principio, cuando llegó a Santa Catalina, vieron en ella a una cazamaridos que quería casarse con Paco por su dinero y por su posición social. Estaba totalmente fuera de lugar. Pero una vez que hubo recuperado la confianza en sí misma, el cervatillo tímido se había convertido en un tigre orgulloso que se ganó el respeto de todos.

Chiquita quiso decirle que Sofía era rebelde porque Anna se ocupaba sólo de sus hijos varones. Se desvivía por Rafael y por Agustín. Si ellos se hubieran comportado tan mal como Sofía, Anna se habría sentido orgullosa de la extravagancia de sus caracteres en vez de intentar someterlos a base de disciplina. Habría estado encantada viendo su propio espíritu desafiante reflejado en ellos y les habría apoyado con todo su amor. Pero en vez de eso, Anna estaba celosa del lugar que su hija ocupaba en la familia, celosa de que la presencia de Sofía fuera tan indiscutible. Tanto si la odiaban como si la querían, nadie se mostraba indiferente ante ella. Pero Chiquita ya lo había intentado antes y sus comentarios sólo habían servido para subrayar el sentimiento de inadaptación de Anna. Había aprendido a no hacer ninguna referencia al tema.

– En fin -suspiró Anna para alivio de Chiquita-, basta ya de hablar de Sofía, le deben de pitar los oídos y eso no le haría ningún bien. Menos mal que Rafael y Agustín son totalmente diferentes. Rafael está saliendo con Jasmina Peña, ya sabes, la hija de Ignacio Peña. Ese sí sería un buen matrimonio -dijo Anna, inspirando por la nariz, orgullosa-. Él cree que no lo sé, pero a menudo le oigo hablando por teléfono. Naturalmente no pienso decirle nada al respecto. Ya me lo dirá él cuando lo considere oportuno. Me lo cuenta todo, no como su hermana, que es como un ladrón en la oscuridad. -Se interrumpió al darse cuenta de que había vuelto a sacar a colación a Sofía-. Debes de estar muy contenta de que Santiago vuelva a casa -dijo, reprimiendo la necesidad de seguir quejándose de Sofía-. No puedo imaginar cómo lograste sobrevivir a las Navidades sin él.

Chiquita meneó la cabeza, apesadumbrada.

– Fue terrible. Naturalmente, por el bien de los demás, intenté que no se me notara, pero probablemente tú te diste cuenta. No era lo mismo sin él. Me encanta cuando estamos todos juntos. De todas formas, Santi quería irse a Tailandia y viajar por el mundo. Ha estado en todas partes. Creo que no hay continente que le haya quedado por ver en este año y medio. Ha sido una experiencia maravillosa. Creo que le notarás muy cambiado. Ya es todo un hombre -dijo con orgullo al recordar las vacaciones de primavera, cuando se había dado cuenta de que el niño que había sido había desaparecido para siempre. Tenía la voz grave, vello en la barbilla, los ojos más profundos debido a la experiencia y el cuerpo fuerte y poderoso como el de su padre. También observó que su cojera era casi imperceptible-. No puedo creer que vuelva a casa -suspiró feliz.

Santi tenía previsto estar de regreso a mediados de diciembre, coincidiendo con las largas vacaciones de verano que iban de diciembre a marzo, después de las cuales empezaría sus estudios en la universidad de Buenos Aires. Se había perdido unas Navidades y Chiquita estaba totalmente decidida a no permitir que volviera a ausentarse de nuevo. Aunque había estado contando los días en silencio, intentando no desperdiciar su vida en la larga espera, a duras penas había conseguido evitar vivir única y exclusivamente para ver llegar la hora en que su hijo volviera a estar en casa.

La mañana del sábado 12 de diciembre, sin haber pegado ojo en toda la noche, Chiquita se levantó con el corazón colmado de felicidad. Al abrir las cortinas, el sol pareció más radiante de lo normal y las flores más delicadas. Se mantuvo ocupada yendo de nuevo a la habitación de Santi a poner un jarro de rosas frescas en la mesita de noche. La casa rebosaba entusiasmo. Panchito corría de un lado al otro del rancho con sus primos pequeños y los hijos de los gauchos y de las criadas que vivían en la estancia. Fernando desapareció a caballo, esperando el regreso de su hermano pequeño con sentimientos encontrados y sintiendo despertarse de nuevo en su corazón el resentimiento y los celos. Miguel había salido temprano al aeropuerto en el Jeep, dejando a su mujer, corroída por la impaciencia, ocupándose del almuerzo, y María, que no quería estorbar a su madre, corrió a casa de Sofía en cuanto hubo terminado de desayunar.

Encontró a Sofía en la terraza con el resto de su familia, rodeados de cruasanes, buñuelos y tazas de té.

– Hola, María, ¿qué haces? -gritó Sofía cuando la vio acercarse.

– Buenos días, Anna, Paco… -saludó María, inclinándose alegremente a besar a cada uno.

– Tu madre debe de estar nerviosísima -dijo Anna, sabiendo exactamente cómo se sentiría si fuera Rafael o Agustín quienes regresaran a casa.