Выбрать главу

– Uf, ni te lo imaginas, no ha pegado ojo en toda la noche. Ha estado una docena de veces en la habitación de Santi para asegurarse de que todo está perfecto.

– Santi ni siquiera lo apreciará -dijo Agustín, untando con mantequilla un cruasán y mojándolo en la taza de té.

– Claro que lo apreciará, lo apreciará todo -replicó Anna entusiasmada. María cogió una silla al tiempo que Soledad salía de la cocina con otra taza y un plato.

– ¿Y Miguel? -preguntó Paco levantando la mirada del periódico.

– Se ha ido temprano a buscar a Santi al aeropuerto.

– Bueno -respondió Paco. Acto seguido se levantó y musitó que se iba a casa de Alejandro y de Malena a tomarse una copa.

– Un poco temprano para una copa, ¿no crees, papá?

– En casa de Alejandro y de Malena cualquier hora es buena para una copa, Sofía -y al alejarse sus cabellos grises resplandecieron a la luz del sol.

– Dime, Sofía, apuesto a que te mueres de ganas por ver a Santi -apuntó María, sirviéndose una taza de té-. Me pregunto qué aspecto tendrá. ¿Crees que habrá cambiado mucho?

– Si se ha dejado barba o alguna estupidez por estilo le mataré -respondió alegremente Sofía, con chispas de entusiasmo en los ojos.

– No va a reconocer a Panchito, está enorme. Pronto estará jugando al polo con los chicos.

– Y con las chicas -añadió Sofía, mirando de reojo a su madre. Sofía sabía que Anna no soportaba ver a su hija galopando de un lado a otro del campo con los hombres y le encantaba atormentarla. ¿Por qué si María era una muchachita tan digna y femenina tenía Sofía que ser tan masculina? Anna no podía entenderlo-. Oye, Rafa, lo primero que querrá hacer Santi es jugar un partido -dijo con maldad-. ¿Organizamos uno para él?

– Estás irritando a mamá, Sofía, déjala en paz -respondió Rafa ausente, mucho más interesado en los periódicos del sábado que en el cotorreo de su hermana y de su prima. Anna soltó un suspiro que iba dedicado en exclusiva a Sofía, un suspiro sufrido y largo acompañado de un meneo de cabeza.

– Sofía, a ver cuándo aprendes a ver las cosas como son. Santi tendrá mucho que contarnos -sugirió poniéndose tensa. Enseguida, y siguiendo el consejo de Chiquita, decidió darle una oportunidad y añadió con poco convencimiento-: Aunque, ¿por qué no habría de gustarle a Santi jugar un partido contigo? Estoy segura de que no tiene intención de pasarse toda la tarde sentado hablando con nosotros.

– ¿De verdad? -replicó Sofía lentamente. Lanzó una mirada curiosa a su madre, que se limitó a devolverle la mirada y siguió tomando su desayuno. Pasado un rato las dos chicas se levantaron de la mesa y corrieron a la casa, dejando a la adorable Soledad recogiendo los restos del desayuno.

Una vez en la habitación de Sofía, se tiraron encima de la cama, arrugando el recién planchado edredón, quitándose las alpargatas y dejándolas caer al suelo.

– ¿Te lo puedes creer? -cacareó Sofía.

– ¿El qué?

– ¡Mamá ha dicho que no le importa que juegue al polo! -soltó, encogiéndose de hombros.

– Vaya cambio.

– Sí, y me pregunto a qué se debe.

– No te lo preguntes, Sofía, disfrútalo.

– Lo haré. Aunque no durará -suspiró-. Espera a que se lo diga a Santi.

– ¿Cuánto falta para que llegue? ¡Horas! -refunfuñó María mirando el reloj.

– Estoy tan nerviosa que apenas puedo contenerme -se entusiasmó Sofía, sonrojándose-. ¿Qué me pongo?

– A ver, ¿qué tienes?

– Bueno, no mucho. Lo tengo casi todo en Buenos Aires. Aquí siempre llevo vaqueros o bombachas del campo -abrió de par en par las puertas del armario-. ¿Lo ves? -El armario reveló poco más que montones perfectamente doblados de camisetas, jerseis y filas de vaqueros colgados.

– Venga, a ver qué encontramos -dijo María animándose, empezando a explorar el armario con más atención-. ¿Qué estamos buscando? ¿Qué estilo tienes en mente?

– Algo parecido a lo que llevas tú -dijo Sofía después de pensarlo unos segundos. María llevaba un bonito vestido que le llegaba a los tobillos. Estaba hecho de encaje y lazos a juego con el lazo que le sujetaba la larga melena oscura.

– ¿Parecido a lo que llevo yo? -respondió atónita, arrugando la nariz-. Pero si nunca te has puesto un vestido como éste.

– Bueno, siempre hay una primera vez. Mira, Santi vuelve a casa después de dos años y quiero impresionarle.

– Mejor ocúpate de impresionar a Roberto -replicó María con una sonrisa.

Roberto Lobito era alto, bronceado, rubio, y por su encanto podía salir con la chica que eligiera. Era un gran amigo de Fernando y formaba parte del clan Lobito de La Paz, la estancia vecina. No sólo tenía un hándicap de seis goles en el campo de polo sino que además era el ídolo de las multitudes. Si Roberto Lobito jugaba, todas las chicas de la estancia, y probablemente también las de las estancias vecinas, dejaban a un lado sus novelas rosa para ir a verle jugar.

A Sofía nunca le había interesado Roberto. Incluso cuando él se había dirigido a ella aquella vez después de la Copa Santa Catalina, o cuando se le había acercado a medio galope y le había dado en el trasero con su mazo de polo, no le había hecho ningún caso. A ojos de Roberto la indiferencia de Sofía la había hecho distinta del resto de chicas que se sonrojaban y tartamudeaban cuando hablaba con ellas. No había en ninguna de ellas el más mínimo reto. Sofía hablaba con él, bromeaba con él, pero Roberto se daba cuenta de que no le atraía, y eso hacía que la caza fuera aún mucho más excitante.

Después de la pelea con María, Sofía había pensado que lo mejor sería salir con alguien para que nadie sospechara de lo que sentía por su primo. Nadie excepto María sospechaba de sus sentimientos ocultos por Santi, y la única forma de convencerla de que había olvidado su enamoramiento infantil había sido mostrarse apasionadamente enamorada de otro. No le gustaba nadie, de manera que no importaba demasiado a quién escogiera. Sin embargo, su orgullo la llevó a decidir que el elegido debía ser el chico más guapo que tuviera a su alcance, así que había escogido a Roberto Lobito.

Había sido tarea fácil. En vez de decir «no» y reírse de sus proposiciones, había dejado que la besara. Había sido toda una decepción. No es que esperara que la pampa entera se pusiera a temblar, pero con un pequeño temblor habría bastado. Cuando la boca húmeda de Roberto se había pegado a la suya y con su lengua había empezado a jugar con la suya, Sofía se había apartado, asqueada. No podía seguir con aquel juego por mucho tiempo. Pero entonces se le ocurrió una idea. Cerró los ojos y dejó que Roberto volviera a besarla. Esa vez imaginó que eran los labios de Santi los que se habían posado sobre los suyos, sus manos en su cintura, su barbilla rascando la suya. Había funcionado. De pronto se le había acelerado el corazón, se había sonrojado y la pampa casi había temblado. De todos modos había sido mucho mejor que mirar la cara entusiasmada de Roberto Lobito a un centímetro de la suya.

No había pasado un solo minuto en esos veinticuatro meses en que no hubiera pensado en Santi y en que no hubiera deseado con todas sus fuerzas que llegara de una vez el día de su regreso. Cuando él se había marchado, Sofía había sentido que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Santa Catalina no era lo mismo sin él. Cuando se convirtió en la novia de Roberto Lobito a ojos del mundo, en su corazón se convirtió en la novia secreta de Santi, aunque había una gran diferencia: nunca se acostó con Roberto Lobito. En el momento en que dejó de ser una niña y se convirtió en una mujer se dio cuenta de que sus sentimientos también habían cambiado y habían pasado a ser algo mucho más peligroso. Pasaba largas noches revolcándose en la cama, sonrojándose ante las imágenes sensuales que le venían a la cabeza. A menudo se despertaba a primera hora de la mañana con el cuerpo dolorido de lo mucho que deseaba a Santi. Se quedaba tumbada bajo las sábanas sin saber cómo encontrar alivio a la opresión de tanta calentura. Sabía que esos pensamientos eran pecaminosos, pero pasado un tiempo se había acostumbrado tanto a ellos que dejaron de asustarla y empezaron a reconfortarla. Así que empezó a disfrutarlos.