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Antes de que pudiera seguir dándole vueltas, Sofía llegó a su lado dando botes. A Santi todavía le molestaba que se hubiera convertido en una mujer. En cierto sentido echaba de menos a la niña que había dejado tras de sí el día de su partida. Pero en cuanto empezaron a hablar no tardó en reaparecer esa chispa de malicia tan reconocible en los ojos de su prima, y Santi se sintió aliviado al ver que la persona que habitaba aquel cuerpo voluptuoso era de hecho su querida prima.

– Papá me deja jugar siempre que quiero -dijo alegremente mientras caminaban hacia los establos de los ponis.

– ¿Ytía Anna? ¿Cómo te las arreglaste para convencerla?

– Bueno, no lo creerás, pero esta mañana ha sugerido que jugara al polo contigo.

– ¿Está enferma?

– Seguro. Desde luego no está del todo en sus cabales -añadió entre risas.

– Me encantaban tus cartas -confesó él, y sonrió a su prima al recordar los cientos de largas cartas escritas con su letra descuidada y confusa en papel aéreo azul.

– Y a mí las tuyas. Por lo que decías, daba la sensación de que lo estabas pasando en grande. La verdad es que me dabas mucha envidia. Me gustaría muchísimo irme.

– Algún día lo harás.

– ¿Has tenido muchas novias en Estados Unidos? -preguntó en un secreto alarde de masoquismo.

– Muchas -respondió como si se tratara de algo sin importancia, al tiempo que la agarraba cariñosamente de la nuca. A decir verdad le apretó un poco demasiado fuerte-. ¿Sabes, Chofi?, no te puedes imaginar lo feliz que estoy de haber vuelto. Si ahora me dijeran que jamás volveré a salir de Santa Catalina, sería el hombre más feliz del mundo.

– Pero, ¿no te gustaba tanto Estados Unidos? -preguntó ella, recordando de pronto el tono de sus cartas, en las que sugería que aquel país le había robado el corazón.

– Muchísimo, lo he pasado en grande, pero no te das cuenta de cuánto quieres algo hasta que no lo dejas por un tiempo. Cuando vuelves, lo ves bajo una luz totalmente distinta, porque de pronto eres capaz de verlo como realmente es. De repente amas con una increíble intensidad todo aquello que previamente habías dado por sentado porque sabes lo que es no tenerlo. ¿Me sigues?

Sofía asintió.

– Eso creo -respondió, aunque estaba claro que no, puesto que, a diferencia de él, jamás había salido de Santa Catalina.

– Tú das Santa Catalina por supuesta, ¿verdad, Chofi? ¿Te paras en algún momento a mirarla en toda su belleza?

– Sí, claro que sí -fue su respuesta, aunque no estaba demasiado segura de hacerlo. Él la miró con una sonrisa forzada, y al sonreír se le marcaron las arrugas alrededor de los ojos.

– He aprendido una buena lección mientras estaba lejos de aquí. Me la enseñó mi amigo Stanley Norman.

– ¿Stanley Norman?

– Sí. Tengo que contártela en inglés porque en español no funcionará.

– De acuerdo.

– Es una pequeña historia sobre «el precioso presente».

– «El precioso presente».

– Es una historia verdadera sobre un niño que vive con sus abuelos. El abuelo era un hombre sereno y espiritual que le contaba historias maravillosas. Una de esas historias hablaba del «precioso presente».

Sofía se acordó del abuelo O'Dwyer y de pronto se puso triste.

– El niño estaba muy entusiasmado con la historia y siempre le preguntaba al abuelo qué era exactamente el presente. El viejo le dijo que lo descubriría en su momento, pero que se trataba de algo que le haría eternamente feliz como no lo había sido hasta entonces. Bien pues, el niño mantuvo abiertos los ojos, y cuando el día de su cumpleaños le regalaron una bicicleta que le hizo inmensamente feliz, pensó que aquél debía de ser el «precioso presente» que el abuelo le había descrito. Pero con el paso de los días se aburrió de su nuevo juguete y se dio cuenta de que no podía ser el «precioso presente» porque el abuelo le había dicho que le traería una felicidad eterna.

»E1 niño creció hasta convertirse en un joven y conoció a una chica de la que se enamoró. Por fin, pensó, este es el precioso presente que me traerá felicidad eterna. Pero empezaron a discutir y a pelearse y al final se separaron. El joven empezó a viajar y a ver mundo, y en cada nuevo lugar al que llegaba creía haber encontrado la verdadera felicidad, pero se encontraba siempre mirando al siguiente país, al siguiente lugar hermoso, y se dio cuenta de que la felicidad nunca duraba. Era como si estuviera buscando algo inalcanzable, pero al mismo tiempo no pudiera dejar de buscar. Y eso le entristeció mucho. Después de volver a casarse y tener hijos y darse cuenta de que no había descubierto el "precioso presente" del que le había hablado el abuelo, quedó muy desilusionado.

»Por fin, un día su abuelo murió y con él murió también el secreto del "precioso presente", o eso pensó el joven. Se sentó, sintiéndose desgraciado, y se acordó de los momentos felices que había compartido con su sabio abuelo. Y en ese momento lo vio, después de tantos años de búsqueda. ¿Qué tenía su abuelo que le hacía sentirse tan satisfecho, tan sereno y tan contento? ¿Qué había en él que hacía que uno se sintiera la persona más importante del mundo cuando hablaba con él? ¿Cómo conseguía crear esa atmósfera relajada a su alrededor y la contagiaba a todo aquel que conocía? Después de todo, el "precioso presente" no era un regalo en el sentido material de la palabra. No era más que el aquí y el ahora, el presente, el momento… el ahora. Su abuelo había vivido el momento presente, saboreando cada segundo. No se preocupaba por el mañana, porque ¿para qué gastar tu energía en algo que podía no llegar a pasar nunca? Y tampoco se había quedado anclado en el ayer, porque el ayer se ha ido y ya no existe. El presente es la única realidad, y a fin de conseguir una felicidad eterna debemos aprender a vivir en el aquí y el ahora y no preocuparnos o gastar energía pensando en nada más.

– Hey, ¡vamos, chicos! -gritó Agustín entusiasmado, galopando por el campo sin dejar de practicar con el mazo y la bola.

– Qué historia más maravillosa -dijo Sofía, al tiempo que pensaba lo mucho que le habría gustado al abuelo O'Dwyer. Esa era parte de su filosofía.

– Venga, Chofi, volvamos a jugar juntos. Lo hacemos bien juntos, ¿no te parece? -la apremió Santi, alejándose de ella para montar en su poni. Sofía le vio entrar a medio galope en el campo. Su historia la había impresionado.

Santi estaba encantado de volver a jugar con su hermano y con sus primos en la granja que tanto amaba. Rebosaba alegría y energía vital, y en ese momento se sentía capaz de conquistar cualquier cosa y a cualquiera. Daba vueltas al campo a medio galope consciente de cada olor, de cada color y de todo aquello que formaba parte de Santa Catalina, y tomaba largas y profundas bocanadas de aire. Amaba la estancia como si se tratara de una persona. Cuando empezó el partido estaba viviendo plenamente el momento. No deseaba acelerar la llegada del mañana ni pensar en el ayer.

Sofía jugaba con Santi, Agustín y Sebastián. En el equipo contrario estaban Fernando, Rafael, Niquito y Ángel. Era un partido amistoso, aunque no exento de la competitividad que ya era habitual cuando jugaba la familia entera. Sus gritos resonaban por todo el campo a medida que galopaban de un extremo a otro, sudando de lo lindo en el aire pesado y húmedo.