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Una vez que Sofía convenció a sus primos de que no iba a cambiar de opinión, hubo que firmar algunos papeles y ver a gente para dar legalmente a su hijo en adopción. Dominique estaba destrozada. Intentó decirle a Sofía que iba a arrepentirse de su decisión, quizá no entonces, pero sí más adelante. Dominique nunca había conocido a nadie tan testarudo como ella y durante un segundo comprendió a Anna. Cuando no se salía con la suya, Sofía no era el angelito que parecía ser. Tenía unos prontos terribles: se enfurruñaba y a continuación se cruzaba de brazos, ocultando el rostro tras una máscara carente de toda expresión que no había forma de traspasar. No sólo era testaruda, sino también orgullosa. Dominique rezaba para que Sofía cogiera a su hijo y volviera a Argentina. Después del impacto inicial y del escándalo la tormenta se calmaría y ambos volverían a ser aceptados. Pero Sofía no quería volver. Nunca.

Mientras esperaba a que el proceso de adopción se completara, con el paso de los días la realidad de abandonar a su hijo se hizo cada vez más intensa. Ahora que sabía que se iba, atesoraba cada momento que pasaba con Santiaguito. Apenas podía mirarle sin echarse a llorar. Sabía que nunca llegaría a verle hecho un hombre y que no podría influir en modo alguno en la formación de su carácter ni en su destino. Se preguntaba qué aspecto tendría de niño. Estrechaba a su bebé contra su pecho y le hablaba durante horas, como si por algún milagro el niño pudiera llegar a recordar el sonido de su voz o el aroma de su piel. Sin embargo, a pesar del dolor que le producía dejarle, sabía que estaba haciendo lo correcto para ambos.

Dominique y Antoine le dieron a regañadientes algo de dinero para ayudarla a empezar en Londres. Dominique le sugirió que se alojara en un hotel las primeras noches antes de alquilar un piso. La pareja la llevó al aeropuerto para despedirse de ella.

– ¿Qué debo decirle a Paco? -preguntó Antoine con brusquedad, intentando ocultar sus emociones. Se había encariñado muchísimo con Sofía, pero no podía evitar estar resentido por la frialdad de su prima. No podía entender cómo había sido capaz de desprenderse de su hijo. Delphine y Louis eran lo mejor que les había pasado.

– No lo sé. Diles que he decidido empezar una nueva vida, pero no les digas dónde.

– En algún momento volverás a casa, ¿verdad, Sofía? -preguntó Dominique, meneando con tristeza la cabeza. Sofía vio los largos pendientes de motivos étnicos balancearse alrededor del cuello de su prima. Iba a echar mucho de menos a Antoine y Dominique. Tragó con dificultad para no perder la compostura.

– Ya no me queda nada en Argentina. Mamá y papá me echaron de allí como si ya no significara nada para ellos -dijo con voz temblorosa.

– Ya hemos hablado de esto, Sofía. Tienes que perdonarlos, o el rencor podrá contigo y no te traerá más que infelicidad.

– No me importa -respondió.

Dominique dio un profundo suspiro y abrazó a su prima, que se había convertido en una hija para ella, a pesar de que una hija suya jamás habría sido tan tozuda.

– Si necesitas algo, lo que sea, llama. O vuelve. Estamos aquí para lo que quieras, chérie. Te echaremos de menos, Sofía -dijo, y la abrazó con fuerza, dejando que las lágrimas le mancharan el maquillaje.

– Gracias. Gracias a los dos -sollozó Sofía-. Oh, Dios, no quería llorar. Soy una maldita llorona. ¿Qué me pasa? -Se enjugó las lágrimas con la mano. Prometió no perder el contacto con ellos y llamarles si necesitaba algo.

Cuando cogió en brazos al pequeño Santiaguito por última vez, acercó su suave cabecita a los labios y aspiró su cálido olor a bebé. Le costaba tanto separarse de él que estuvo a punto de cambiar de parecer. Pero no podía quedarse en Ginebra. La ciudad le recordaría en todo momento su desgracia. Tenía que empezar desde cero. Se agachó y se quedó mirando la carita de su hijo unos instantes a la vez que sacaba una foto mental que llevarse consigo y que pudiera recordar para siempre. Él le devolvió la mirada, clavando con curiosidad sus brillantes ojos azules en los de su madre. Sofía sabía que nunca se acordaría de ella y que probablemente ni siquiera podía verla con claridad. Ella desaparecería de su vida y él jamás sería consciente de haberla conocido. Se levantó y en silencio se animó a seguir adelante. Después de acariciar con el dedo la sien de Santiaguito, se dio la vuelta, cogió la maleta y desapareció por el control de pasaportes.

Ya en el otro lado tuvo que tragar con fuerza, mantener la cabeza alta y dejar de llorar. Estaba empezando de nuevo, una nueva vida. Como solía decir el abuelo O'Dwyer: «La vida es demasiado corta para lamentaciones». La vida es lo que tú haces de ella, Sofía Melody. Depende de cómo la mires. Un vaso puede estar medio lleno o medio vacío. Todo es cuestión de actitud. Una actitud mental positiva.

Capítulo 22

Santa Catalina, 1976

Habían pasado dos años sin noticias de Sofía. Paco había hablado con Antoine, que le había dicho que su hija se había marchado sin revelar adónde. Sofía no había querido que ellos conocieran su paradero, ni siquiera el país en el que había decidido vivir, pero Antoine consideraba el asunto totalmente desproporcionado, de manera que le dijo a Paco que Sofía había dicho que quería establecerse en Londres.

A Anna la destrozó la noticia de que Sofía había decidido no cursar estudios en Laussane como estaba planeado, e intentó desesperadamente ponerse en contacto con ella e implorarle que regresara a casa. Le preocupaba que pudiera decidir no volver jamás. ¿Había sido demasiado dura con ella? Se había dicho que la niña había necesitado disciplina, para eso estaban los padres. ¿Y qué esperaba? ¿Una palmadita en la espalda? ¿Un «no vuelvas a hacerlo, cariño»? No, se lo había tenido bien merecido y estaba segura de que así lo había entendido. Pero ya todo había pasado. Dominique la había tranquilizado al decirle que «Sofía había solucionado su problema». ¿Cómo podía la niña seguir enfadada después de tanto tiempo? Había sido por su bien. Algún día le daría las gracias. Pero ¿ni siquiera dar señales de vida? Ni una simple carta, nada. Después de todas las que ellos le habían escrito. Anna se sentía como un monstruo. Se convenció de que Sofía estaba pasando por una fase «desafortunada» y de que terminaría volviendo. Claro que volvería. Santa Catalina era su casa.

– Es tozuda como su abuelo, Una auténtica O'Dwyer -se lamentaba Anna delante de Chiquita. Sin embargo, el corazón le latía con la punzante regularidad de alguien que sabe que se ha equivocado pero que es incapaz de admitirlo, incluso ante él mismo.

Chiquita había visto cómo Santi había adelgazado y palidecido. Le preocupaba que su cojera estuviera causándole molestias, pero él había dejado de comunicarse con ella. Su cuerpo seguía allí, pero tenía la cabeza en otro sitio. Al igual que Anna, Chiquita esperaba que Sofía volviera. Fernando estudiaba ingeniería en la universidad de Buenos Aires. También él estaba pasando por un momento difícil. Se quedaba en la calle después del toque de queda, había perdido su carnet de identidad y no dejaba de meterse en líos con la policía. Se oían historias sobre gente a la que arrestaban y que desaparecía, historias siniestras. Le preocupaba que se estuviera mezclando con jóvenes socialistas que planeaban derrocar el Gobierno.