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Para su sorpresa, Jake Felton la llamó la semana siguiente. En la primera cita la llevó a cenar a Daphne's, un restaurante situado en Draycott Avenue. Jake conocía a Giordano, el extravagante italiano que estaba a cargo del restaurante, y enseguida les dieron la mejor mesa. Al principio Sofía se sentía incómoda, como si estuviera traicionando a Santi, pero entonces recordó que Santi ya la había traicionado. Tenía que madurar, seguir adelante con su vida.

Pasados unos meses, Jake y Sofía se veían con frecuencia. Maggie y Antón se quedaron mudos de admiración cuando se enteraron y se alegraron de corazón por su amiga.

– ¡Jake Felton! ¡Qué guapo! -soltó Antón una vez que se hubo recuperado de la impresión.

Daisy le avisó y le recomendó que tuviera cuidado:

– Es un mujeriego -le dijo.

Daisy tenía mucho tiempo en el trabajo para leer las revistas del corazón. A veces el teléfono no sonaba durante horas. Sofía le respondió que todos los latinos eran así, de manera que ya estaba acostumbrada. No pasó mucho tiempo hasta que empezó a ir a ver a Jake a los ensayos. También conoció a sus amigos. De pronto, el pequeño mundo que tenía en Londres se abrió y empezó a moverse en círculos mucho más interesantes y más bohemios.

Cuando Jake le hacía el amor, Sofía prefería dejar las luces encendidas. Le gustaba mirarle. A él eso le halagaba. Sofía no podía decirle que cuando cerraba los ojos pensaba en Santi. Jake era diametralmente opuesto a Santi, pero el cuerpo de Sofía había sido de su primo, sólo él la había hecho suya. Por mucho que intentara apartarlo de su cabeza, la sensación de tener a un hombre dentro le recordaba a él, y también al niño que habían engendrado juntos. Tenía que tener los ojos abiertos para poder olvidar. Jake era tierno con ella y la excitaba, pero Sofía no le amaba. Le dijo que la quería, que su mundo había cambiado gracias a ella, que nunca había sido tan feliz ni se había sentido tan pleno. Lo único que Sofía podía hacer era decirle lo importante que él era para ella, lo cómoda que se sentía a su lado y de qué manera había llenado el vacío que tenía dentro.

Sofía iba a ver ensayar a Jake por las tardes y después criticaba su actuación. Incluso le ayudaba con sus diálogos en la cama antes de irse a dormir. De repente Jake se levantaba de un salto y empezaba a declamar uno de sus soliloquios. En los restaurantes le suplicaba que practicara con éclass="underline"

– Ahora tú eres Julia. Venga, adelante -le suplicaba. Y así pasaban el rato, recitando las líneas que ya se sabían de memoria y adoptando la expresión del personaje que estaban interpretando hasta que empezaban a reír y tenían que parar porque de tanto reír se quedaban sin respiración.

– Pero, ¿alguna vez habla de ti, nenita? -le preguntó Antón una tarde cuando ya llevaban un mes saliendo.

– Naturalmente. Lo que pasa es que está muy concentrado en su trabajo. Para él su trabajo es lo primero -insistía Sofía. Antón sorbió un poco para dejar clara su desaprobación mientras veía a Sofía barrer los mechones de pelo del suelo.

– No quiero ser aguafiestas, cariño, pero cuando le conocí me pareció muy arrogante -comentó Maggie, tirando la ceniza de su cigarrillo al suelo. Antón recogió las toallas y las echó en un cesto de mimbre.

– Sí, esa es la imagen que da a primera vista. Pero eso es porque es muy tímido -dijo Sofía saliendo en su defensa.

– ¡Tímido! Cariño, si fuera tímido no se agitaría como lo hace en el escenario -le soltó burlona-. Antón, sé bueno y ponme otra copa de vino. Es a lo que único que una vieja como yo puede aspirar hoy en día.

– ¡No seas desabrida, Maggie! -la riñó Antón y luego le sonrió compasivamente-. Pronto serás devorada por algún impresionante tiarrón, ¿verdad, Sofía?

Sofía asintió.

– David Harrison, el productor de la obra de Jake, nos ha invitado a pasar el fin de semana a su casa de campo -les dijo, guardando la escoba y sentándose en el sofá junto a Maggie.

– Ya sabemos quién es David Harrison, ¿no es cierto, Maggie?

– Sí, es muy famoso. Tuvo un doloroso divorcio hace unos diez años, quizá más. No me acuerdo. Ése sí es un hombre para ti, cariño.

– No seas ridícula, Maggie. Estoy muy bien con Jake.

– Lástima -dijo Antón frunciendo los labios.

– Bueno, como quieras -le dijo Maggie-. Luego no digas que no te avisé cuando Jake te la pegue con la actriz principal. Todos los actores son iguales. Yo he salido con unos cuantos y no repetiría ni aunque me pagaran. La verdad es que David podría ser tu padre…, aunque no hay nada malo en un hombre mayor, rico y agradable, ¿verdad, Antón?

– Cuéntanoslo todo cuando vuelvas, ¿prometido, nenita? -le dijo Antón con un guiño.

Jake recogió a Sofía en Queen's Gate el sábado por la mañana con su Mini-Cooper y condujo a toda velocidad por la autopista en dirección a Gloucester. Durante todo el viaje no hizo más que hablar de sí mismo; al parecer había tenido una pelea con el director de la obra a causa de cierta escena.

– Yo soy el actor -le había dicho Jake-, y te repito que mi personaje nunca reaccionaría así, ¡conozco perfectamente mi personaje!

Sofía se acordó de la conversación que había tenido con Maggie y con Antón y miraba entristecida el paisaje helado que veía pasar a toda velocidad por su ventanilla. Jake no parecía darse cuenta de que Sofía no decía nada; estaba demasiado ocupado parloteando sobre su director. Sofía respiró aliviada cuando llegaron a casa de David Harrison, un edificio de color ocre situado al final de un largo camino, justo a la salida de la ciudad de Burford.

David Harrison apareció en la puerta, rodeado de dos labradores color miel que menearon sus gruesos rabos en cuanto vieron el coche. David era un hombre de mediana estatura, delgado y de abundante pelo castaño claro que empezaba a teñírsele de canas en las sienes. Llevaba unas gafas pequeñas y redondas y tenía una sonrisa amplia y amistosa.

– Bienvenidos a Lowsley. No os preocupéis por vuestro equipaje -dijo-. Entrad a tomar una copa.

Sofía cruzó la gravilla detrás de Jake en dirección a David. Los dos hombres se estrecharon la mano y David dio unas afectuosas palmadas a Jake en la espalda.

– Me alegra verte, Lotario.

– David, esta es Sofía. Sofía Solanas -dijo, y Sofía le tendió la mano.

– Jake me ha hablado mucho de ti -dijo David, estrechándosela con firmeza-. Será un placer conocerte personalmente. Pasemos dentro, dejémonos de cumplidos.

Le siguieron hasta un vestíbulo de grandes dimensiones. Todas las paredes estaban cubiertas de cuadros de muchos tamaños, y no había ni un solo rincón que no estuviera ocupado por vacilantes montañas de libros. Los magníficos suelos de madera estaban parcialmente tapados por lujosas alfombras persas y tiestos de porcelana con plantas enormes. A Sofía le gustó la casa inmediatamente. Era muy acogedora, y el olor a perro parecía llenarlo todo.

David los condujo al salón donde cuatro personas, a las que Sofía no conocía, fumaban y bebían, sentadas frente a un fuego exuberante. De repente a Sofía le recordó la casa de Chiquita en Santa Catalina y tuvo que reprimir la punzada de dolor que solía acompañar a ese tipo de recuerdos. Fueron presentados a los demás invitados: los vecinos de David, Tony Middleton, escritor, y su mujer Zaza, dueña de una pequeña boutique en Beauchamp Place; y Gilbert d'Orange, un columnista francés, y su esposa Michelle, apodada Miche. Una vez hechas las presentaciones, volvieron a sentarse y retomaron la conversación.

– ¿A qué te dedicas? -preguntó Zaza, girándose hacia Sofía. Sofía pareció encogerse.