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– Trabajo en una peluquería llamada Maggie's -respondió, y contuvo el aliento, esperando que Zaza le sonriera cortés aunque desdeñosamente antes de darle la espalda.

Pero cuál sería su sorpresa cuando los ojos verdes de Zaza se abrieron como platos y balbuceó:

– No puedo creerlo. Tony, cariño. ¡Tony!

Su marido interrumpió lo que estaba diciendo y se giró hacia ella. Los demás se quedaron escuchando.

– ¡No vas a creerlo! ¡Sofía trabaja con Maggie!

Tony esbozó una sonrisa irónica.

– ¡Qué pequeño es el mundo! ¿Sabes?, Maggie estuvo casada con Viv, primo segundo mío. Dios mío, ¿cómo está la vieja Maggie?

Sofía se había quedado de piedra y en pocos segundos los tenía a todos partiéndose de risa en cuanto empezó a imitar a Maggie y a Antón. David la miraba desde la licorera y pensaba que en su vida había visto a nadie tan delicioso. Había algo trágico en sus enormes ojos castaños, a pesar de la generosidad de su sonrisa, y deseó hacerse cargo de ella y cuidarla. Era mucho más joven que los demás, y sin embargo no tenía el menor problema a la hora de conversar con ellos. Pero cuando Zaza, que sin duda estaba más que encantada con Sofía, le preguntó inocentemente sobre su país, la joven invitada se quedó callada durante un buen rato.

Después de almorzar en el viejo comedor, servidos por una rotunda señora llamada señora Berniston, Gilbert y Miche subieron a su habitación a dormir la siesta.

– Ese budín de chocolate y el vino me ha dejado tres, tres fatigué -dijo Gilbert, tomando a su mujercita de la mano y conduciéndola escaleras arriba. Jake decidió salir a hacer jogging.

– ¿Tú crees que es una buena idea después de un almuerzo tan pesado? -preguntó Sofía.

– No he corrido esta mañana y me gustaría hacerlo antes de que se haga de noche -respondió, subiendo los escalones de dos en dos.

– Bueno, ¿por qué no salimos a dar un paseo? Así también nosotros haremos un poco de ejercicio -sugirió Zaza animada-. ¿Vienes con nosotros, David?

A pesar de que soplaba un viento helado, el sol brillaba de firme desde un cielo azul cerúleo. Los jardines eran casi silvestres, aunque se apreciaba en ellos el inquietante eco del orden de una época pasada en que Ariella, ex mujer de David y fanática jardinera, había cuidado de ellos y les había dado todo su amor. Tony, Zaza, David y Sofía avanzaron por el camino de piedra que cruzaba el jardín hacia la parte trasera de la casa, riéndose de lo llenos y aletargados que se sentían después de un almuerzo tan pesado como aquel. Los árboles habían perdido todas sus hojas debido a las heladas de febrero, y a sus pies la maleza estaba húmeda y podrida.

Sofía respiró hondo el aire del campo y se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado en un lugar tan bello como aquél. Se acordó de Santa Catalina en invierno y pensó que si cerraba los ojos y respiraba los olores de la tierra mojada, cargados con la dulce fragancia del follaje invernal, casi podría convencerse de que estaba allí de nuevo.

Le gustaba David. Tenía ese aplomo tan típicamente inglés que tanto atraía a su naturaleza extranjera. Era un hombre atractivo, intelectualmente atractivo, y aunque no era guapo, sí era apuesto. Era fuerte, sabía lo que quería y tenía un gran carisma, aunque había en sus pálidos ojos azules cierta profundidad que desvelaba que también él había sufrido en la vida. Cuando bajaban por una pequeña colina y los establos quedaron a la vista, a Sofía se le encogió el corazón.

– Si a alguien le apetece montar, tengo un par de caballos -dijo David sin darle demasiada importancia-. Ariella los criaba. Cuando se marchó, la granja de sementales cerró y vendí todas las yeguas. Fue terrible. Me he quedado sólo con dos.

Sofía se encontró caminando cada vez más rápido hasta que dejó a los demás atrás en la colina. Sintió cómo se le cerraba la garganta cuando abrió el pestillo de la puerta de uno de los establos. En cuanto el ruido de la paja indicó que dentro había un caballo, tuvo que reprimir la emoción. Enseguida percibió el olor a heno caliente y tendió la mano, sonriendo tristemente, mientras el aterciopelado morro del animal la olisqueaba con curiosidad. Le pasó los dedos por la cara blanca sin dejar de mirar afectuosamente los ojos brillantes del caballo. Fue entonces, con el inconfundible olor a caballo llenándole la nariz, cuando Sofía fue verdaderamente consciente de lo mucho que los echaba de menos. Pegó la cabeza del animal a la suya y usó la suavidad de su piel para secarse las lágrimas.

– ¿Quién eres? -le preguntó, acariciándole las orejas-. Eres muy hermoso, mucho.

Sintió una lágrima en el labio y la hizo desaparecer con la lengua. El caballo parecía notar su tristeza y le resopló en la cara. Ella cerró los ojos e imaginó que estaba de vuelta en casa. Se apoyó en su nuevo amigo, y al sentir su piel sedosa y cálida contra la suya se sintió brevemente transportada a la humedad de la pampa. Pero el sentimiento era demasiado real y tuvo que abrir de inmediato los ojos y alejar de sí el recuerdo.

Cuando David apareció por una de las esquinas de los establos, vio la cabeza de Sofía hundida en el cuello de Safari. Sintió deseos de acercarse a ella, pero tuvo la sensación de que aquél era un momento de profunda intimidad. Con gran muestra de tacto, condujo a Zaza y a Tony en dirección contraria.

– ¿Se encuentra bien? -susurró Zaza, a la que no se le escapaba nada.

– No lo sé -dijo David, meneando la cabeza visiblemente preocupado-. Qué chica tan curiosa, ¿no os parece?

– No ha querido hablar de su casa cuando antes he sacado el tema -apuntó Zaza.

– Quizá sea mera añoranza -dijo Tony cabal-. Seguro que echa de menos su país.

– ¡David!

Se giraron para ver a Sofía que se acercaba corriendo.

– Necesito… quiero decir, me gustaría salir a montar. ¿Puedo?

Zaza y Tony continuaron caminando solos, dejando a David y a Sofía ensillando los caballos. Minutos más tarde emprendían un largo paseo a caballo del que no volverían hasta el anochecer. Mientras galopaban por los Cotswolds, Sofía sentía como si por fin hubiera conseguido liberarse de un terrible peso. Podía volver a respirar y dejaba que el aire le llenara los pulmones a grandes bocanadas. Se le aclaró la cabeza. De repente sabía quién era y dónde estaba su sitio. Galopando sobre aquellas colinas y viendo esa infinita extensión de bosques y campos extenderse ondulantes ante sus ojos como un océano de verdes y ocres, se sentía como si hubiera vuelto a casa. Sonreía de nuevo, y no sólo por fuera. Sonreía desde dentro, rebosante de paz y felicidad. Estaba llena de energía, una sensación que no había vuelto a tener desde la última vez que estuvo en Santa Catalina.

David percibió de inmediato el cambio que se había operado en ella. Igual que el actor cuando termina la obra, Sofía se había quitado el traje, desvelando con ello el verdadero ser que se ocultaba debajo. Cuando por fin cerraron las puertas de los establos y colgaron las bridas en el cuarto de los aperos, ambos se reían como dos viejos amigos.

Capítulo 26

Cuando Jake llevaba a Sofía de vuelta de Queen's Gate, ella reflexionaba sobre la oferta de David.

– Me encantaría volver a poner este lugar en marcha -le había dicho, refiriéndose a la granja de sementales-. No me cabe duda de que sabes mucho de caballos. Mi ex, Ariella, criaba caballos de carreras. Producía primales de primera clase. Cuando se marchó, eso se acabó. Los vendí todos, excepto a Safaré e Inca. Te pagaría, por supuesto, y contrataría a quien necesitaras. No tendrías que pasarte toda la semana aquí, en el campo. Bastaría con que supervisaras el trabajo. El lugar está muerto sin gente que cuide de él. No tardará mucho en caer en el abandono, y odio pensar en tener que vender los caballos.