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– ¿Cómo has podido? -gritó-. ¿Cómo has podido invitarle sin mi permiso?

– No sé de qué estás hablando, Sofía. Cálmate -le dijo con voz firme, intentando ponerle una mano en el brazo. Ella la retiró de un manotazo.

– No pienso calmarme -le soltó enfurecida. David cerró la puerta. No quería que Zaza los oyera-. ¡Conoce a mi familia! Volverá y les dirá que me ha visto -sollozó.

– ¿Yeso importa?

– ¡Sí! ¡Sí! ¡Claro que importa! -chilló y se dirigió a la cama. Los dos se sentaron-. Importa muchísimo -añadió más tranquila, enjugándose las lágrimas.

– Sofía, no entiendo lo que intentas decirme. No puedes esperar que te entienda si no me lo cuentas. Simplemente pensé que te gustaría conocer a alguien de tu país.

– Oh, David -sollozó de nuevo, echándose contra su pecho. Poco a poco él la rodeó con el brazo. Sofía no se apartó ni le rechazó, así que David siguió sentado abrazándola-. Me fui de Argentina hace tres años porque tuve una aventura con alguien al que mis padres no aprobaban. Desde entonces no he vuelto.

– ¿No has vuelto? -repitió, sin saber qué decir.

– Me peleé con ellos. Los odio. Desde entonces no he vuelto a hablar con nadie de mi familia.

– Mi pobre niña -dijo David, y se encontró de pronto acariciándole el pelo. Temía estropear el momento si se movía.

– Los quiero y los desprecio. Los echo de menos e intento olvidarlos. Pero no puedo, no puedo. Estar aquí, en Lowsley, me ha ayudado a olvidar. Aquí he sido muy feliz. ¡Y ahora esto!

David se quedó perplejo cuando ella empezó a llorar de nuevo. Esta vez de sus entrañas brotaban violentos sollozos. Él siguió abrazándola e intentaba consolarla. Nunca había visto a alguien sentirse tan desgraciado. Sofía lloraba tanto que apenas podía respirar. David se asustó. No se le daban muy bien ese tipo de situaciones y pensó que quizás una mujer lidiaría mejor con lo que estaba ocurriendo, pero cuando se levantó para ir en busca de Zaza, Sofía le agarró del jersey y le pidió que se quedara.

– Hay más, David. Por favor, no te vayas. Quiero que lo sepas todo -le suplicó. Y tímidamente le habló de la traición de Santi y de Santiaguito, omitiendo que Santi era su primo hermano-. Entregué a mi bebé -susurró desesperada, mirándole fijamente a los ojos. Al ver sus ojos aterrados, David pudo sentir su dolor. Deseaba decirle que él le daría hijos, todos los que quisiera. Su amor compensaría el amor de toda su familia. Pero no sabía cómo decírselo. La estrechó entre sus brazos y se quedaron así en silencio. En ese momento de inmensa ternura, David sintió que la amaba más de lo que jamás habría imaginado amar a alguien. Cuando estaba con Sofía se daba cuenta de lo solo que había estado. Sabía que podía hacerla feliz.

Sofía se sentía extrañamente mejor por haber compartido su secreto con él, incluso aunque sólo le hubiera contado parte de la historia. Levantó la mirada y miró a David con otros ojos. Cuando sus bocas se encontraron, a ninguno le sorprendió. En los escasos minutos que acababan de transcurrir Sofía había confiado en él más de lo que había confiado nunca en nadie, exceptuando a Santi. Cuando David la apretó contra su pecho Sofía se olvidó del resto del mundo, y lo único que existió en ese momento era Lowsley y el refugio que allí había construido.

Capítulo 27

Cuando David y Sofía volvieron al estudio todos fingieron que nada había pasado. Sofía pensó que esa actitud era típicamente británica. De donde ella era, todos se habrían peleado por hacer la primera pregunta. Sin duda Zaza había dado órdenes a Gonzalo y Eddie para que no mencionaran lo ocurrido y empeoraran la situación, así que éstos se limitaron a sonreírle y a preguntarle por los caballos.

Zaza encendió un cigarrillo y se arrebujó en el sofá. Con los ojos entrecerrados miraba sospechosamente a David y a Sofía. David parece caminar a saltitos, por mucho que intente disimularlo, pensó, dejando escapar una delgada columna de humo por la comisura de la boca. Observó a Sofía. Todavía tiene las pestañas mojadas por las lágrimas, pero apenas puede disimular el brillo de sus mejillas. Sin duda aquí está pasando algo.

Gonzalo encontró a Sofía irresistible por dos razones: era trágica y guapa. Había oído hablar de ella en Argentina. Buenos Aires era una ciudad pequeña y era imposible mantener en secreto un escándalo como el que ella había protagonizado. Intentó acordarse de cuál había sido la causa. ¿No había tenido una aventura con uno de sus hermanos y la habían enviado a Europa? No le extrañó que Sofía no quisiera que la reconocieran. Qué vergüenza. De todas formas, pensó, sin perder de vista su sonrisa amplia y sus labios temblorosos, yo podría perdonarle cualquier cosa.

– Sofía, ¿te apetece salir a montar un rato? -le preguntó en español. Ella le sonrió con timidez. Al instante miró a David, que arqueó una ceja. Ahora que se había declarado a David, no quería separarse de él, ni siquiera un minuto.

– Gonzalo quiere que le acompañe a montar -dijo, a la espera de que alguien propusiera un plan mejor.

– Buena idea -dijo Tony, mordiendo su cigarro-. Eddie, ¿por qué no vas con ellos?

– Sí, cariño, anda. El aire fresco te sentará bien -dijo Zaza, deseando quedarse a solas para interrogar a David. Eddie, que estaba tumbado perezosamente en el sofá delante de la chimenea, no tenía la menor intención de salir con aquel frío. Era un horroroso día de llovizna y, de todas formas, estaba claro que a Gonzalo le gustaba Sofía. No quería interponerse.

– No, gracias. Id vosotros -dijo, metiendo los dedos en la caja de dulces que había sobre la mesita.

– No puedes quedarte ahí toda la mañana, cariño. Deberías abrirte el apetito para el almuerzo de la señora Berniston.

– Bueno, papá y tú tampoco pensáis salir -le soltó, hundiendo aún más el trasero en el sillón. Zaza frunció los labios, intentando disimular su frustración. El interrogatorio tendría que esperar.

David vio a Sofía salir de la sala con Gonzalo y sintió una punzada de celos. Aunque sabía que Sofía se iba a regañadientes, no podía tolerar pensar en ella galopando por esas colinas en compañía de un hombre de su mismo país, un hombre joven y guapo que hablaba su idioma, que entendía su cultura y que se relacionaba con ella como él jamás podría hacerlo. Cuando ella se fue, la sala parecía estar más fría.

– Eres un genio, querido -dijo Zaza, estudiando a David con detenimiento.

– ¿Por qué lo dices? -preguntó él, intentando inyectar un tono humorístico a su voz que, cómo sabía, sonaba totalmente neutra.

– Por haber invitado a Gonzalo.

– ¿Y por qué crees tú que eso me hace especialmente inteligente?

– Porque hacen muy buena pareja. ¡Gonzalo y Sofía! -soltó Zaza entre risas. Acto seguido se llevó la boquilla de ébano a la boca y escudriñó el rostro de David. No consiguió ver nada en él.

– Zaza, cariño, creo que en este fin de semana no hay lugar para Cupido. El muy torpe de Gonzalo la ha enviado llorando a su cuarto.

No me parece la forma más romántica de ganarse el corazón de una mujer -intervino Tony.

– ¿A qué ha venido esa escenita? -preguntó Eddie, feliz de que su padre hubiera sacado el tema. Todos miraron a David, que se sentó en el guardafuego y empezó a remover los troncos con un punzón de hierro.

– Echa de menos su casa, eso es todo -respondió reservado.

– Oh -dijo Eddie, desilusionado-. ¿Qué le has dicho para que haya vuelto a recuperar la sonrisa?