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– Bien, ahora que ha terminado el interrogatorio, ¿cómo está Tony? -repitió David con una sonrisa.

De vuelta a la oficina en pleno frío de noviembre, David hundió sus manos enguantadas en los bolsillos y se encogió de hombros para protegerse del viento. Pensó en Sofía y sonrió. No había querido ir a Londres con él. Había preferido quedarse con los perros y con los caballos en el campo. Desde el episodio con Gonzalo habían sido increíblemente felices, solos los dos. Habían recibido la visita de algunos amigos, pero habían pasado la mayor parte del tiempo solos, recorriendo las colinas a caballo, paseando por los bosques o haciendo el amor en el sofá delante de la chimenea.

A David le encantaba que Sofía entrara en su despacho cuando estaba trabajando y que le rodeara con los brazos por detrás, pegando su suave rostro al suyo. Al anochecer, ella se acurrucaba delante de la televisión en compañía de los dos perros, con una taza de chocolate caliente en las manos y mordisqueando galletas mientras él leía en el saloncito verde que estaba situado junto al salón. De noche le rodeaba con las piernas y con los brazos hasta que él tenía tanto calor que se veía obligado a apartarla a un lado sin despertarla. Si ella se despertaba, David tenía que retomar su postura hasta que ella volvía a dormirse. Sofía necesitaba sentirse protegida y segura.

Hacía meses que Sofía no hablaba con Maggie ni con Antón. Daisy seguía en contacto con ella y había ido a verla un par de veces. Seguía trabajando en la peluquería y tenía a Sofía al día de todos los chismes. Daisy le había pedido que llamara a Maggie.

– Pensará que se te han subido los humos si no la llamas -le había dicho.

Maggie no pareció en absoluto sorprendida cuando Sofía le contó lo de David.

– ¿No te había dicho que te seduciría? -le dijo, y Sofía la oyó dar una profunda chupada a su cigarrillo. Encendía uno siempre que sabía que iba a estar hablando por teléfono el tiempo suficiente para fumárselo entero.

– Sí, es cierto -se rió Sofía.

– Viejo verde.

– No es ningún viejo, Maggie. Sólo tiene cuarenta y dos años.

– Entonces es sólo un sátiro, cariño -dijo Maggie soltando una risotada-. ¿Ya conoces a su ex?

– ¿A la infame Ariella? No, todavía no.

– Ya la conocerás. Las ex siempre aparecen para fastidiarlo todo -dijo, dando otra profunda chupada al cigarrillo.

– Me da igual. Soy muy feliz, Maggie. No creí que pudiera volver a enamorarme.

– Siempre volvemos a enamorarnos. Es mentira eso de que sólo hay un hombre para cada mujer. Yo he querido a varios, cariño, a varios, y todos han sido maravillosos.

– ¿Viv también? -preguntó Sofía con malicia, recordando al primo segundo de Tony.

– Él también. Era un hombre como Dios manda, tú ya me entiendes. Me tenía muy satisfecha, incluso cuando ya no nos soportábamos. Espero que David te tenga bien satisfecha -dijo.

– ¡Oh, Maggie!

– Eres demasiado inocente, cariño. En fin, supongo que eso es parte de tu encanto y sin duda una de las razones por la que él te quiere. No pierdas esa inocencia, cariño. No abunda hoy en día -dijo con brusquedad-. ¿Piensas aparecer por aquí? Antón gimotea como un perro.

– Muy pronto, te lo prometo. En este momento estoy muy ocupada.

– Sería maravilloso que pudieras venir antes de Navidad.

– Lo intentaré.

Sofía encendió el fuego de la chimenea de la salita verde. Cuando David y ella estaban solos en la casa, la salita verde era mucho más acogedora que el gran salón, que en realidad sólo parecía animarse cuando se llenaba de gente. David había telefoneado dos veces mientras ella estaba dando un paseo a caballo por las colinas, de manera que le llamó mientras con la otra mano daba de comer a los perros. Le echaba de menos. Llevaba fuera sólo un día y una noche, pero estaba tan acostumbrada a él que sin David la cama le parecía demasiado grande y fría.

El fuego crepitó alegremente en la chimenea. Puso un disco. A David le gustaba la música clásica, por lo que eligió uno de los de él. Así tendría la sensación de que estaba con ella en casa y llenaría el silencio con su música. Se estaba haciendo de noche. La luz de la tarde iba diluyéndose en la niebla invernal. Corrió las gruesas cortinas verdes y pensó en Ariella. Sin duda había sido ella quien había decorado la casa. Se apreciaba con claridad el gusto de una mujer. David no era la clase de hombre que se interesara por la decoración.

Sofía se preguntó qué aspecto tendría Ariella. David no le había hablado mucho de su ex mujer. Sólo le había dicho que tenía un gusto exquisito, un gran ojo para el arte y que le encantaba la música. Era inteligente y muy culta. Se habían conocido durante el último año de ambos en Oxford. A él nunca le había ido detrás una mujer. En su mundo eran los hombres los que llevaban la iniciativa. Pero Ariella no estaba acostumbrada a esperar a que la cortejaran. Era de las que salían a buscar lo que quería. David no se había sentido atraído por ella al principio. Le gustaba una chica de su clase de literatura. Pero Ariella insistió y por fin se acostaron. Ariella no era virgen. En lo que hacía referencia al sexo se comportaba más como un hombre, le había explicado David. Se casaron un año después y se divorciaron nueve años más tarde. De eso hacía siete años. Otra vida, había dicho David. No habían tenido hijos. Ariella no quería tener una familia y no había más que hablar.

Sofía no había hecho demasiadas preguntas. No le importaba demasiado, y David tampoco había insistido mucho por conocer detalles del pasado de Sofía. Pero al estar sola en la casa, de repente sentía la presencia de Ariella en los edredones y en el papel de las paredes. No había fotografías enmarcadas de ella, como habría cabido esperar, pero había que tener en cuenta que el divorcio no había sido una experiencia precisamente agradable. Al fin y al cabo, había sido ella quien había dejado a David, y no al contrario.

Sofía se encontró abriendo cajones y buscando entre los papeles de David fotografías de su pasado. En ningún momento pensó que a David fuera a importarle. Probablemente se las enseñaría él mismo si hubiera estado ahí con ella. Pero Sofía no quería pedírselo, no quería parecer demasiado interesada. No hay nada peor que una novia celosa, pensó. De todas formas, no estaba celosa, sólo sentía curiosidad.

Por fin encontró lo que parecía ser un álbum de fotos al fondo de uno de los cajones del estudio. Lo cogió. Era un volumen pesado, forrado en cuero y mordisqueado en una de las esquinas sin duda por un perro. Lo abrió por el medio para asegurarse de que era lo que buscaba. Cuando vio a un sonriente David que rodeaba con el brazo los hombros de una hermosa rubia, cerró el libro, se lo llevó al salón, se acomodó en el sofá con una bandeja de galletas y un vaso de leche fría y empezó a mirarlo por el principio. Sam y Quid se tumbaron en el suelo delante de la chimenea sin dejar de batir la cola de satisfacción y con un ojo en la bandeja de galletas.

En las primeras páginas aparecían David y Ariella en las colinas de Oxford durante un picnic. Ariella era muy bella, pensó Sofía a regañadientes. Tenía una melena abundante y casi blanca, la piel rosada y el rostro alargado y anguloso. Llevaba una gruesa capa de maquillaje que acentuaba los rasgos felinos de sus ojos verdes, y, en sus labios, sorprendentemente finos, se dibujaba una expresión taimada. Aunque era hermosa, si tomabas cada uno de sus rasgos por separado no había en ellos nada notable, simplemente combinaban muy bien juntos. Si destaca tanto en todas las fotos es por su pelo blanco, pensó Sofía, decidida a no admitir que pudiera tener belleza ni tampoco carisma.

Pasó las páginas del álbum, sonriendo al ver las fotos de David cuando era joven. En aquel entonces era muy delgado y un poco chabacano, antes de que, con el tiempo y la prosperidad, hubiera ganado algunos kilos. Además tenía una buena mata de pelo rubio que le caía sobre la frente. David aparecía en todas las fotos rodeado de gente, siempre riendo, haciendo el tonto, mientras que Ariella parecía siempre comedida, mirando tranquilamente a los demás, y sin embargo resplandecía de una forma muy especial; en cada una de las fotos el ojo del observador se veía atraído inmediatamente hacia ella.