Выбрать главу

Se echó a reír y luego siguió hablando como sí estuviera sola y hablara consigo misma:

– Nada la asustaba. En ese sentido era casi como un chico. No tenía los típicos miedos de una chica. Le encantaban las arañas y los escarabajos, las ranas y los sapos y las cucarachas, y jugaba al polo mejor que muchos chicos. Siempre se peleaba con Agustín por eso. Se peleaba con todo el mundo. Lo hacía para provocar, pero nunca iba en serio. Simplemente se aburría y quería divertirse. Conseguía poner furiosos a los demás, por supuesto; sabía exactamente cómo meterse con cada uno, conocía el punto débil de los que la rodeaban. Todo era mucho más divertido con ella. Santa Catalina era un lugar mucho más excitante antes de que se fuera. Siempre pasaba algo, no parábamos de reír. Ahora que ya no está, todo parece más gris. Santa Catalina sigue siendo maravillosa, por supuesto, pero ha perdido la chispa que tenía. Pero Sofía volverá, aunque sólo sea para asegurarse de que no la olvidamos. Eso sería típico de ella. Le gustaba ser siempre el centro de atención, y por supuesto, de una forma u otra, siempre lo conseguía. La gente la quería o la odiaba. No importaba: lo único que necesitaba era no pasar inadvertida.

– ¿De verdad crees que volverá? -preguntó Claudia, arrancándose de un mordisco una piel muerta de una de sus largas uñas pintadas.

– Claro que volverá -respondió María-. Lo sé.

– Oh.

Claudia asintió y en sus labios se dibujó una débil sonrisa.

– Le tenía demasiado cariño a Santa Catalina para no volver -dijo María empezando de nuevo a clasificar las fotografías. Tragó con esfuerzo. Sofía no podía dejarlos para siempre, ¿verdad?

– ¿Qué estás haciendo?

– Últimamente no he tenido tiempo de pegar estas fotos en el álbum. Como esta mañana no hay nada que hacer, he pensando que sería buena idea empezar a clasificarlas.

En ese preciso instante María encontró una foto de Sofía y la cogió.

– Mira, esta es una foto típica de Sofía -dijo, y se la quedó mirando con tristeza en los ojos-. Es del verano en que se fue.

El verano en que se enamoró de Santi, pensó Claudia con amargura. Cogió la fotografía de manos de su cuñada y miró el rostro radiante y bronceado que parecía sonreírle con expresión triunfante. Claudia observó cierta satisfacción en su sonrisa. Llevaba unos pantalones blancos ajustados y botas marrones y estaba sentada sobre un poni con un mazo de polo sobre el hombro. Se había recogido el pelo en una cola. Claudia odiaba los caballos y tampoco le gustaba mucho el campo. El hecho de que a Sofía ambos la volvieran loca hacía que aún le gustaran menos.

Los esfuerzos que Claudia había hecho antes de casarse con Santi por fingir que disfrutaba del campo y de los caballos habían sido una verdadera pérdida de tiempo. Se dio cuenta de ello una tarde en que Santi la había llevado con él a montar. Se sintió tan desgraciada a lomos de su poni con la espalda tensa que terminó siendo presa de un llanto enojado y tuvo que confesar que no soportaba los caballos.

– No quiero volver a montar en mi vida -había dicho sollozando.

Para sorpresa suya, Santi se había mostrado casi feliz. La había llevado a casa, la rodeó con sus brazos y le dijo que no tendría que volver a montar en su vida. Al principio ella se había sentido aliviada porque ya no tendría que seguir fingiendo, pero más adelante deseó no haberse mostrado tan encantada. Los ponis, la equitación, el campo… eran parte del territorio de Sofía, y Claudia creía que Santi quería mantenerlos para ella en exclusiva.

– ¿Fue Santi siempre especialmente amigo de Sofía? -preguntó con cautela.

María la miró alarmada.

– No lo sé -mintió-. Eso deberías preguntárselo a Santi.

– Nunca habla de ella -dijo encogiéndose de hombros y bajando la vista.

– Ya entiendo. Bueno, siempre fueron muy amigos. Santi era como un hermano mayor para ella, y Sofía era como una hermana para mí.

De pronto María se sentía incómoda, como si la conversación estuviera empezando a írsele de las manos.

– ¿Te importa si miro más fotos? -preguntó Claudia cambiando de tema. Se dio cuenta de que quizás estaba siendo demasiado inquisitiva. No quería que María le contara a Santi su conversación.

– Toma, mira éstas, ya las he clasificado -le propuso María aliviada a la vez que daba a Claudia uno de los montones ya marcados-. No las mezcles con el resto, por favor.

Claudia se sentó en la silla y se puso las fotos sobre las rodillas. María le echó un rápido vistazo cuando su cuñada no se daba cuenta de que la miraba. Sólo le llevaba un par de meses, pero parecía mucho mayor que ella. Sofía siempre decía que la gente nace a una cierta edad. Decía que tenía dieciocho años y que María ya había cumplido los veinte. Bueno, si ese hubiera sido el caso, probablemente habría dicho que Claudia tenía cuarenta. No tenía nada que ver con su cara, que era bronceada, de piel suave y carnosa. Era guapa, de una belleza natural. El veredicto de Sofía tenía más que ver con su forma de vestir y de comportarse. Claudia se había ofrecido a enseñar a María a maquillarse mejor.

– Veamos qué puedo hacer con tu cara -le había dicho con una indudable falta de tacto. María era demasiado buena para sentirse ofendida. No quería maquillarse con los colores vivos que usaba Claudia. Además a Eduardo no le haría ninguna gracia. Se preguntó si Claudia se quitaba el maquillaje para dormir, y, en caso de que lo hiciera, si Santi la reconocía por la mañana. Se moría de ganas de preguntárselo, pero no se atrevió. Hubo un tiempo en que le habría preguntado cualquier cosa, pero las cosas habían cambiado, sutilmente, sí, pero habían cambiado.

Nadie entendía por qué Santi se había casado con Claudia. No les desagradaba la joven, puesto que era agradable y bonita, pero la pareja no parecía tener nada en común. Eran como el agua y el aceite. Chiquita le había cogido cariño enseguida, pero sólo porque se sentía aliviada al ver que Santi se había casado. Le hacía feliz ver a su hijo sonreír de nuevo y seguir adelante con su vida. Por muy extraño que pareciera, la única persona con la que Claudia había entablado amistad era Anna. Ambas eran mujeres frías y odiaban los caballos. Pasaban mucho tiempo juntas, y Anna había hecho lo posible para que Claudia se sintiera en casa.

– ¿Qué miras? -le preguntó Claudia de repente sin dejar de mirar las fotografías. María temió que se hubiera dado cuenta de que la había estado estudiando.

– Nada, mera curiosidad. Tienes mucha maña para maquillarte -respondió intentando disimular.

– Gracias. Ya te dije que si querías te enseñaba -dijo sondándole.

– Ya lo sé. Creo que voy a hacerte caso -concluyó con una débil sonrisa.

♦ ♦ ♦

– Dios mío, pero ¿te has mirado al espejo? -exclamó Eduardo horrorizado cuando vio a su esposa aparecer para la cena con la cara pintarrajeada como la de una dependienta de Revlon.

– Claudia me ha estado enseñando -replicó María poco convencida, haciendo parpadear sus largas pestañas negras.

– Me preguntaba qué estarán haciendo ahí dentro -dijo Eduardo, quitándose las gafas y limpiándoselas con la camisa. En ese momento por detrás de María apareció Claudia. Llevaba un vestido largo negro, sujeto por dos delicadas tiras plateadas.

– Mi amor, estás preciosa -dijo Santi, levantándose para besar a su mujer. Casi no la había visto en todo el día.