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Cuando volvió a la casa, Claudia le esperaba en camisón sentada en la cama. Estaba tensa y había ansiedad en su rostro. Se había quitado todo el maquillaje; sin los labios pintados había perdido por completo el color.

– ¿Adónde has ido?

– A dar un paseo.

– Estás enfadado.

– Ya estoy bien. Necesitaba un poco de aire, eso es todo -dijo y se quitó la camisa de los pantalones y empezó a desabrochársela.

Claudia le miró fijamente.

– Has estado en el ombú, ¿verdad?

– ¿Qué te hace pensar eso? -preguntó dándole la espalda.

– Porque es allí donde siempre ibas con Sofía, ¿verdad?

– Claudia… -empezó Santi irritado.

– He visto las fotos de María. Había muchas de Sofía y tú en el árbol. No te estoy acusando, mi amor, sólo quiero ayudarte -dijo, tendiéndole la mano.

Santi siguió desvistiéndose, dejando caer la ropa al suelo.

– No necesito ayuda y no quiero hablar de Sofía -dijo sin más.

– ¿Por qué no? ¿Por qué nunca hablas de ella? -preguntó con una voz desconocida.

El clavó la mirada en la rigidez de sus rasgos.

– ¿Preferirías que te hablara de ella? Sofía esto, Sofía lo otro… ¿Es eso lo que quieres?

– ¿No entiendes que negándote a hablar de ella, Sofía sigue interponiéndose entre nosotros como un fantasma? Cada vez que me acerco a ti siento cómo se desliza entre los dos -dijo Claudia con voz temblorosa.

– Pero ¿qué es lo que quieres saber? Ya te lo he contado todo.

– No quiero que sigas ocultándomela.

– No te la estoy ocultando. Quiero olvidarla, Claudia. Quiero construir mi vida contigo.

– ¿Todavía la amas? -preguntó de repente.

– ¿Adónde quieres llegar? -preguntó confundido, sentándose en la cama junto a ella.

– He tenido mucha paciencia -se aventuró a decir Claudia-. Nunca te he preguntado por ella. Siempre he respetado esa parte de tu vida.

– Entonces, ¿por qué te sientes tan insegura ahora? -le preguntó Santi con suavidad a la vez que tomaba su mano entre las suyas.

– Porque siento su presencia por todas partes. La siento en los silencios de la gente. Todos tienen miedo a hablar de ella. ¿Qué fue lo que hizo para que la gente se comporte así? Ni siquiera Anna la menciona. Es como si estuviera muerta. No hablar de ella la hace más fuerte, más amenazadora. Siento que te está alejando de mí. No quiero perderte en manos de un fantasma, Santi -dijo tragando con dificultad, poco acostumbrada como estaba a demostrar sus emociones.

– No vas a perderme. Nadie va a apartarme de tu lado. Eso ocurrió hace muchos años. Ya pasó.

– Pero todavía la amas -insistió.

– Amo el recuerdo que tengo de ella, Claudia. Eso es todo -mintió-. Si Sofía volviera, ambos habríamos cambiado. Ya no somos los mismos.

– ¿Me lo prometes?

– ¿Qué tengo que hacer para convencerte? -preguntó, atrayéndola hacia él. Pero conocía la respuesta a esa pregunta.

De repente la abrazó y la besó apasionadamente, acariciándole las encías y los dientes con la lengua y apretando con firmeza sus labios a los suyos. Claudia contuvo el aliento. Nunca la había besado así, no con ese desenfreno. La tumbó en la cama y le subió el camisón de seda por encima del ombligo. Se quedó mirando la suave ondulación que dibujaba su estómago y luego la acarició, sin dejar de mirarla en silencio. Claudia abrió los ojos y se dio cuenta de que había en el rostro de Santi una expresión extraña. Cuando se miraron a los ojos y ella frunció el ceño, los rasgos de Santi parecieron suavizarse. Él le sonrió mientras ella intentaba adivinar sus pensamientos, pero en ese momento Santi le hundió la cara en el cuello y empezó a lamerlo y a besarla hasta que la hizo chillar de placer. Sus manos se movían con firmeza entre sus piernas y no dejaba de acariciarle los pechos. La tocaba con pasión y destreza, y ella se retorcía de placer a medida que él despertaba en ella una sensualidad de la que jamás se habría imaginado capaz. Luego Santi se desabrochó los pantalones y liberó su miembro. Le separó las piernas y la penetró.

– Pero, no te has puesto preservativo -le advirtió ella, enrojecida por el deseo.

– Quiero plantar en ti mi semilla, Claudia -respondió Santi sin aliento, mirándola muy serio-. Quiero construir un futuro contigo.

– Oh, Santi, te amo -suspiró ella feliz, rodeándole con los brazos y las piernas como un pulpo, empujándolo dentro de sí.

Ahora me dejarás en paz, Chofi, pensaba Santi en silencio. Así te olvidaré para siempre.

Capítulo 31

Inglaterra, 1982

– “Ribby no daba crédito. ¿Has visto alguna vez algo parecido? ¿De verdad había un tazón? Pero si todos mis tazones están en el armario de la cocina. ¡Bueno, pues yo nunca! ¡La próxima vez que dé una fiesta, invitaré a la prima Tabitha Twitchit!" -dijo Sofía bajando la voz al tiempo que cerraba el librito de Beatrix Potter.

– Otro -dijo Jessica medio dormida sin quitarse el pulgar de la boca.

– Con uno es más que suficiente, ¿no te parece?

– ¿Y el cuento del gatito Tom? -sugirió esperanzada, acurrucándose aún más en el regazo de Sofía.

– No, con uno basta. Dame un abrazo -dijo, acurrucando a la niña entre sus brazos y dándole un beso en su carita rosada. Jessica se agarró a ella. No tenía la menor intención de dejarla marchar.

– ¿Y las brujas? -preguntó mientras Sofía la metía en la cama.

– Las brujas no existen, cariño, por lo menos aquí no. Mira, este es un osito mágico -dijo, metiendo al osito en la cama junto a la niña-. Si viniera una bruja, este osito conoce un hechizo que la haría desaparecer en un segundo.

– Qué osito más listo -dijo la pequeña feliz.

– Sí, es un osito muy listo -admitió Sofía antes de inclinarse sobre ella y besarla con ternura en la frente-. Buenas noches.

Cuando se giró para salir de la habitación se encontró con David apoyado en la puerta entreabierta. La miraba en silencio y sonreía meditabundo.

– ¿Qué haces ahí? -susurró Sofía, saliendo sin hacer ruido de la habitación.

– Te miraba.

– ¿Ah, sí? -soltó echándose a reír-. ¿Y eso por qué?

David la estrechó entre sus brazos y le dio un beso en la frente.

– Parece mentira lo bien que se te dan los niños -dijo con voz ronca.

Ella sabía adónde llevaba esa conversación.

– Sí, David, ya lo sé, pero…

– Cariño. Estaré contigo en todo momento, créeme, no dejaré que pases por eso tú sola -dijo mirándola a los ojos, unos ojos velados por el miedo-. Estamos hablando de nuestro hijo, una pequeña parte de mí y una pequeña parte de ti, la única cosa en el mundo que será una parte de los dos y que nos pertenecerá solamente a nosotros. Creía que era eso lo que querías.

Sofía le condujo por el pasillo, lejos de la habitación de la pequeña.

– Adoro a los niños y algún día me gustaría tener uno… muchos. Un trocito de ti y un trocito de mí… no puede haber nada más maravilloso, más romántico, pero todavía no. Por favor, David, dame tiempo.

– No tengo tiempo, Sofía. Ya no soy joven. Quiero disfrutar de una familia mientras todavía tengo edad para ello -dijo David, a la vez que se le hacía un nudo en el estómago a causa de una extraña sensación de algo déjà vu. Había tenido esa misma conversación con Ariella innumerables veces.