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Cuando, después del tercer mes, la pareja por fin rompió su silencio, Sofía empezó a recibir montones de flores y de regalos de amigos y de parientes de David. Como debido a su estado no podía montar a caballo, volvió a tocar el piano, y empezó a tomar clases tres veces por semana con un encantador octogenario cuya cara le recordaba a la de una tortuga. Visitaba regularmente al ginecólogo en Londres, y se gastaba cientos de libras en cosas para el bebé que le eran realmente necesarias. Como estaba segura de que iba a ser niña, elegía las cosas más femeninas que encontraba, y pidió a Ariella que pintara todos los personajes de Winnie the Pooh en las paredes de la habitación del bebé.

– Quiero que sea una habitación alegre y luminosa -dijo.

La obra de Ariella tuvo tal éxito que inauguró una moda que la llevó, pincel en mano, por todo Gloucestershire, copiando los personajes de E. H. Shepard.

– Cariño, hace demasiado frío en esta casa. ¿Le pasa algo a la calefacción? -se quejó un día, sin dejar de tiritar.

– Yo tengo un calor insoportable. Creo que es por culpa del embarazo -dijo Sofía, que iba por la casa en camiseta de tirantes.

– Puede que sí, pero ¿y nosotros? En serio, me sorprende que David no haya dicho nada.

– David es un ángel. El domingo pasado tuvo que salir a comprarme un bote de aceitunas. Tenía un antojo terrible. Si no comía aceitunas me daba algo.

– Ag, nunca me han gustado las aceitunas. Qué asco -dijo Zaza horrorizada-. Venga, abramos la caja, quiero enseñarte mi botín. No, cariño, tú no. Quédate ahí sentada y déjame a mí el trabajo duro -añadió autoritaria cuando Sofía intentó ayudarla a poner la caja sobre la mesita. Zaza abrió la cremallera con sumo cuidado, poniendo especial atención a no romperse una uña al hacerlo.

– Eran de Nick -dijo sacando unos pantalones de terciopelo rojo-. Preciosos, ¿no?

– Son perfectos para un niño de dos años -se rió Sofía-. Pero voy a tener una niña -dijo llevándose la mano a la barriga.

– ¿Tú cómo lo sabes? -dijo Zaza-. Por la forma de la barriga diría que va a ser niño. La mía era igual cuando estaba embarazada de Nick. Era una monada de niño.

– No, sé que va a ser una niña. Estoy segura.

– Sea lo que sea, mientras tenga cinco dedos en cada mano y cinco en cada pie, lo demás no importa.

– A mí sí me importa -dijo Sofía, pidiendo en silencio que fuera una niña-. Qué bonito -añadió, sacando un vestidito blanco-. Éste sí es para una niña.

– Era de Angela. Es precioso. Pero, claro, en seguida se hacen mayores y la ropa se les queda pequeña.

– Eres muy amable al dejármela -dijo Sofía, con un par de zapatitos en miniatura en las manos.

– No seas tonta. No te la estoy dejando. Te la estoy dando. Ya no la necesito.

– ¿Y Angela? Puede que algún día la necesite.

– ¿Angela? -soltó malhumorada-. Está en plena adolescencia y no hay quien la aguante. Dice que no le gustan los hombres y que está enamorada de una chica llamada Mandy.

– Probablemente te diga eso para hacerte enfadar -dijo Sofía maliciosamente.

– Pues lo está consiguiendo. Y no es que esa tal Mandy me preocupe.

– ¿Ah, no?

– No. A mí también me gustaron las mujeres en una época. Bueno, no le he puesto la mano encima a ninguna desde el colegio. Pero es que Angela está de un humor insoportable. Está hecha una maleducada y nos ha perdido el respeto, se gasta todo el dinero que le damos y luego nos pide más, como si el mundo le debiera algo. O por lo menos como si nosotros le debiéramos algo. Prefiero a Nick mil veces. Como siga así, no creo que vaya a necesitar nada de todo esto -dijo hundiendo sus garras rojas en un par de botitas de lana-. No, confío en que Nick me hará abuela algún día, aunque espero que tarde unos años. Todavía soy demasiado joven y atractiva para ser abuela. ¿Has visto a Ariella últimamente?

– No, hace días que no la veo. Está muy ocupada pintando.

– La verdad es que esa habitación ha quedado fantástica. Tiene mucho talento -dijo Zaza, arqueando las cejas y asintiendo con admiración.

– Vendrá a vernos el último fin de semana de marzo -la informó Sofía-. ¿Por qué Tony y tú no vienen también? A David le encantaría. Estarán también mis padres adoptivos, Dominique y Antoine. Será divertido. Te encantará Dominique.

– Oh, no sé. Ariella y yo nunca nos llevamos demasiado bien. Nunca me ha gustado -balbuceó pensativa.

– Pero de eso hace muchos años. Las dos han cambiado mucho. Si yo puedo querer a Ariella, estoy segura de que tú también podrás. Por favor, ven. Está muy bien esto de estar embarazada, pero no puedo montar a caballo y no tengo nada que hacer excepto practicar con el piano para la tortuga. Necesito buena compañía -insistió.

Zaza lo pensó durante unos instantes.

– Oh, de acuerdo -dijo feliz-. Me encantaría. Así me libraré un par de días de Angela. Tendrán la casa para ellos solos.

– Entonces está decidido. Perfecto -dijo Sofía.

A medida que marzo iba retirándose, dando paso a una impaciente primavera que salpicaba el jardín de campanillas y de narcisos, la barriga de Sofía se hinchaba con la bendición que crecía en sus entrañas y que decidía moverse cuando a ella le apetecía descansar. A veces podía ver un pequeño puño dibujarse durante un instante en su piel cuando el bebé pataleaba y golpeaba, ansioso por salir al mundo. Otras, bailaba al ritmo de la melodía del piano hasta que la tortuga, Harry Humphreys, parecía tan asustado que casi escondía la cabeza en su concha al ver cómo la camisa de Sofía parecía moverse sola a su lado. A David le gustaba poner la cabeza en la barriga de su esposa y escuchar al bebé moverse dentro del líquido amniótico. Pasaban las horas imaginando cómo sería el bebé, qué rasgos heredaría de cada uno.

– Tus enormes ojos castaños -decía David, besándole los párpados.

– No, tus hermosos ojos azules -decía Sofía echándose a reír al tiempo que le daba un cariñoso beso en la nariz.

– Tu boca -decía él, poniéndole una mano en los labios.

– Por supuesto -concedía ella-. Pero tu inteligencia.

– Naturalmente.

– Mi cuerpo.

– Eso espero si es niña. Tu mano para los caballos. Tu valor.

– Tu dulzura en vez de mi testarudez.

– Y tu orgullo.

– Bueno, no será tanto.

– Tu gracia al caminar.

– No te burles de mí.

– Pero si es muy graciosa. Caminas como un pato -dijo él, haciéndola reír.

– ¿En serio? -preguntó coqueta. Pero sabía que era cierto y también lo atractivo que resultaba. Santi la había acusado de caminar así a propósito para llamar la atención. Le había dicho que la hacía parecer arrogante y creída. Pero no era cierto, siempre había caminado así.

– Y si es niño…

– No será un niño. Sé que es una niña. Nuestra pequeña -dijo totalmente convencida.

– Otra Sofía. ¡Dios nos asista!

Ella le echó los brazos al cuello y lo besó justo debajo de la oreja. David la abrazó con fuerza y deseó con todas sus fuerzas que el bebé fuera una niña y tan adorable como su esposa.

♦ ♦ ♦

Ariella llegó la primera. Apenas pudo ocultar su enojo cuando Sofía le dijo que Zaza llegaría de un momento a otro.

– Bien, sufriré con elegancia -dijo condescendiente mientras David subía su maleta a su cuarto. Sofía estaba ayudándola a deshacer el equipaje, dándole instrucciones desde la cama, cuando los perros ladraron, anunciando la llegada de un coche. Sofía miró por la ventana y saludó con la mano a Zaza y a Tony.