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Quizá sea Bigornia —el ogro jovial y arrabalero, el amante con alma de anarquista, el hacedor de artilugios en su herrería— de entre todos los personajes de A sangre Y FUEGO el más memorable, ese que perdura en el recuerdo cuando ya han pasado años tras la primera lectura de la obra. En la historia de este herrero, de este amante de la libertad en estado primitivo que acude al asalto al Cuartel de la Montaña armado con su martillo y regresa a casa, con su mujer y su prole, asqueado por la estupidez de unos y otros en las filas republicanas, mientras pierden el tiempo y los asesinos de la libertad se acercan a Madrid, se reúnen los sentimientos del periodista. Tan sólo Bigornia y su tanque ruso lanzado contra los moros que trajo Franco hubieran merecido el reconocimiento excepcional que hace descollar a los auténticos maestros de periodistas, en contraposición a la invención de tantos falsos maestros como hemos tenido en los años que van desde finales de los treinta hasta mediados de los setenta. Si para los triunfadores de la contienda, los golpistas y sus sucesores, el periodista sevillano era un personaje indeseable, para los comunistas, los anarquistas y demás «istas» que se enfrentaban en las filas republicanas, A sangre Y fuego terminó siendo el libro de un revisionista, de un equidistante, con la mala baba que tienen todas las equidistancias. Como si fueran iguales.

El mayor de los hijos de Manuel Chaves Rey y de Pilar Nogales Nogales vino al mundo el 7 de agosto de 1897 en Sevilla, muy cerca del palacio de Las Dueñas, residencia de los duques de Alba, y cerca también de la casa donde nació Antonio Machado. Mamó el periodismo, pues a los catorce años ya acompañaba a su padre a la redacción de El Liberal (del que era director su tío, José Nogales) y hacía sus pinitos con pequeñas colaboraciones. Chaves Rey era un hombre de letras; miembro desde muy joven de la redacción de El Liberal, era redactor jefe del periódico cuando murió; fue académico de la Real Academia de las Buenas Letras de Sevilla y cronista oficial de la ciudad. A la muerte del progenitor, la madre comenzó a dar clases de piano para mantener a la familia, mientras el hijo mayor estudiaba y trabajaba.

A mitad de la segunda década del siglo, Chaves Nogales también era ya redactor de El Liberal. Frecuenta los ambientes intelectuales de Sevilla y entre 1918 y 1921 colabora en El Noticiero Sevillano y La Noche. Cuenta Isabel Cintas, en el prólogo de la edición ya citada de sus obras completas, que es entonces cuando vive más de cerca el período del «regeneracionismo andaluz», Sevilla como «símbolo y síntesis de la Andalucía cuyo orgullo se quiere recuperar». Por fin, en 1920 publica en Madrid un libro de relatos breves, titulado Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos hombres humildes y desconocidos.

Ese mismo año conoce a Ana Pérez, que se convertirá en su compañera de éxito y fatigas, hasta acompañarle al exilio en París. Cuando los alemanes se acercaron a la capital francesa, Nogales devolvió a la familia a su Andalucía natal, mientras él marchaba a Londres, donde unos años después falleció.

Pero no adelantemos acontecimientos. Al inicio de los felices veinte, Sevilla vive la efervescencia previa a la Exposición Iberoamericana de 1929 y, pese a todo, la ciudad se le queda estrecha al joven redactor. Como en el caso de otros muchos periodistas, escritores y artistas del momento, Madrid es el objetivo. En la capital se apea en 1922. Gracias a que ya eran conocidos sus artículos en El Liberal y las revistas sevillanas, además de su primer libro, encuentra pronto acomodo en El Heraldo de Madrid, en 1924. Y se incorpora a La Acción en 1926. Mientras tanto, gana el premio Mariano de Cavia con un reportaje titulado «La llegada de Ruth Eider a Madrid». Eider fue la primera mujer aviadora que cruzó el Atlántico en vuelo solitario. Chaves viajó a Lisboa con otros seis periodistas de todo el mundo para volar con ella.

El avión es la pasión de su vida. Valora lo que la velocidad del nuevo medio de transporte significa para un cronista que quiere contar lo que sucede en Europa, en esa etapa de convulsiones. Así es como puede permitirse aterrizar en Venecia, Ginebra, Marsella Londres, Sintra… Llegar, observar, entrevistar a los poderosos y a los humildes, a las gentes de la calle que observan atónitos a los que quieren hacer las revoluciones, a los gobernantes que se oponen. Hacer periodismo. Es el final del período de entreguerras, en el que germinan las pasiones y los males que darán lugar a otra gran conflagración. Es la era en la que el periódico es el gran medio de comunicación. Hasta la Guerra Civil española y los mítines de Hitler previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando la radio devino en la clave para llegar hasta las masas (como advirtieron Goebbels y después, Queipo de Llano), los diarios vivían su edad de oro. Los cronistas del día a día informaban al lado de los grandes escritores, que tenían su columna: Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, Ortega… Todos escriben en la prensa para dar a conocer sus opiniones y sus obras y, de paso, ganarse unos durillos. Parte de la mejor literatura de la época se escribe en los periódicos.

Chaves trabajaba en el Heraldo de Madrid, una publicación vespertina de dieciséis páginas que fue suspendida en el año 1934, durante la Revolución de Asturias. Se siguió publicando durante la Guerra Civil y desapareció con la victoria de los golpistas militares. Fue el diario de tendencia republicana de mayor tirada (entre ciento cuarenta mil y ciento sesenta mil ejemplares diarios). En aquel tiempo Chaves Nogales colaboraba también en Estampa, la revista de Luis Montiel, su patrón también en Heraldo (el diario perdió el artículo tras su venta en 1913), y su amigo.

En 1928, en una entrevista en La Gaceta Literaria, Chaves se retrató ideológicamente: «Así como no profeso ninguna religión positiva, no pertenezco a ningún partido político. Si tuviera un temperamento heroico creo que sería comunista; no lo soy porque me falta ese espíritu nazare-noide que hoy se necesita para ser comunista militante. Cumplo, sin embargo, con mi débito esparciendo en cuanto escribo ese difuso sentimiento comunista que me anima». ¡Qué lejos queda este Nogales simpatizante del comunismo utópico del que tan sólo nueve años después escribe el prólogo y los nueve cuentos de A SANGRE Y fuego! Pero en aquel 1928, era la pluma de lujo de Heraldo, y sus dos grandes amigos, Luis Montiel y Manuel Fontdevilla Cruixent (director del periódico), le concedían todos los «caprichos» para que hiciera sus viajes de reportero. Chaves recorrió diez mil kilómetros de la Europa de entreguerras. Resultado de una parte de esos viajes fue el libro Un pequeño burgués en la Rusia Roja.