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Ella me contó que nunca había sido considerada una belleza cuando era joven. Nadie pensaba que ella no fuera atractiva, y ella fue de hecho muy popular, pero ella nunca fue señalada como un diamante de primera magnitud. Me dice que las mujeres inteligentes envejecen mejor.

Encuentro eso interesante, y espero que sea un buen presagio para mi propio futuro.

Pero en el presente no estaba preocupada por cualquier futuro fuera de los próximos diez minutos, después de estar convencida que podría perecer de calor. – La tarde, – repetí. – ¿Cuándo dirías que termina? ¿A las cuatro? ¿Cinco? Por favor, no me digas que a las seis.

Finalmente ella levantó la mirada. – ¿De qué hablas?

– Mrs. Brougham. Le dijimos que por la tarde, ¿verdad?

Ella me miró inexpresivamente.

– Puedo dejar de esperarle una vez que la tarde va avanzando, ¿verdad?

Madre paró por un momento, su pluma suspendida en el aire. – No debes ser tan impaciente, Amanda.

– No lo soy, – insistí. – Tengo calor.

Ella lo consideró. – Hace calor aquí, ¿verdad?

Asentí. – Mi vestido es de lana.

Ella hizo una mueca, pero me di cuenta de que ella no sugería que me cambiara. Ella no iba a sacrificar un potencial pretendiente por algo tan intranscendente como el tiempo. Restablecí abanicarme a mí misma.

– No creo que su nombre sea Brougham, – Madre dijo.

– ¿Perdón?

– Creo que él está relacionado con Mrs. Brougham, no con Mr. Brougham. No sé cuál es el nombre de su familia.

Me encogí de hombros.

Ella volvió a su carta. Mi madre escribe un excesivo número de cartas. Sobre qué, no me puedo imaginar. No podría llamar a nuestra familia aburrida, pero somos sin duda corrientes. Seguramente sus hermanas estarían aburridas de Georgiana dominando la conjugación francesa y de Frederick tiene pelada la rodilla.

Pero a Madre le gustaba recibir cartas, y ella decía que uno tenía que mandar al recibir, así que estaba en su escritorio, casi todos los días, relatando los detalles aburridos de nuestras vidas.

– Alguien viene, – ella dijo, justo cuando yo estaba empezando a quedarme dormida en el sofá. Me senté y me giré hacia la ventana. Efectivamente, un carro estaba rodando hacia la entrada.

– Pensé que nosotros quisimos decir ir a cabalgar, – dije, un poco irritada. ¿Había estado sofocada en mi traje de montar para nada?

– Así fue, – murmuró Madre, sus cejas unidas cuando ella miró hacia el carruaje que se acercaba.

No pensaba que Mr. Brougham, o quien estuviera en el carruaje, pudiera ver dentro del salón a través de la ventana abierta, pero por si acaso, mantuve mi posición digna en el sofá, inclinando la cabeza ligeramente para poder observar los acontecimientos frente a la entrada.

El carruaje se detuvo, y un elegante caballero descendió, pero con su espalda hacia la casa, y no pude ver nada de él distinto a su altura (media) y a su pelo (oscuro). Entonces él extendió la mano y ayudó a una joven a bajar.

¡Dulcie Brougham!

– ¿Qué hace ella aquí? – dije indignada.

Y entonces, una vez que Dulcie tuvo ambos pies seguros sobre el terreno, el caballero ayudó a otra chica, a continuación a otra. Y luego a otra.

– ¿Ha traído a todas las chicas Brougham?, – mi madre preguntó.

– Por lo visto sí.

– Pensaba que ellas le odiaban.

Sacudí mi cabeza. – Por lo visto no.

La razón sobre las hermanas, quedó clara unos minutos después, cuando Gunning anunció su llegada.

No sabía qué aspecto tenía el primo Charles, pero ahora… bien, digamos que cualquier dama le encontraría agradable. Su cabello era grueso y un poco ondulado, incluso a través de la sala pude ver que sus pestañas eran ridículamente largas. Su boca era del tipo que siempre parecía como si estuviera a punto de sonreír, y que en mi opinión, era el mejor tipo de boca que se podía tener.

No estoy diciendo que yo sintiera cualquier otra cosa excepto interés cortés, pero las hermanas Brougham estaban peleando entre ellas para ser la que estuviera en su brazo.

– Dulcie, – mi madre dijo, caminando hacia ellas con una sonrisa de bienvenida. – Y Antonia. Y Sarah. – Ella respiró. – Y Cordelia, también. Que sorpresa tan agradable veros a todas vosotras.

Es un testamento hacia mi madre como anfitriona que ella sonaba la más contenta.

– Nosotras no podíamos dejar al primo Charles venir por si mismo. – Dulcie explicó.

– Él no conoce el camino, – agregó Antonia.

No podía tener un viaje más simple, uno en el que sólo había que cabalgar hasta la aldea, girar a la derecha en la iglesia y continuar otra milla hasta nuestra entrada.

Pero no dije esto. Yo, sin embargo, miré al Mr. Brougham con cierta simpatía. No habría podido ser un viaje entretenido.

– Charles, querido, – estaba diciendo Dulcie, – esta es Lady Crane, y la Miss Amanda Crane.

Hice una reverencia, preguntándome si iba a tener que subir en ese carruaje con todas ellas. Esperaba que no. Si hacia calor aquí dentro, sería horroroso dentro del carruaje.

– Lady Crane, Amanda, – Dulcie continuó, – mi querido primo Charles, Mr. Farraday.

Levanté mi cabeza por esto. Mi madre tenía razón, su nombre no era Brougham. Oh querida, ¿eso quería decir que estaba relacionado con Mrs. Brougham? Yo encontraba a Mr. Brougham el más prudente de los dos.

Mr. Farraday se inclinó ligeramente, y por un breve momento, sus ojos atraparon los míos.

Debo decir en este punto que no soy una romántica. O al menos no pienso que sea una romántica. Si lo fuera, habría ido a Londres aquella temporada. Habría pasado mis días leyendo poesía y las noches bailando y coqueteando y disfrutando.

Seguramente no me enamoraría a primera vista. Incluso mis padres, quienes están más enamorados que nadie que yo conozca, me contaron que ellos no se gustaron uno al otro al instante.

Pero cuando mis ojos se encontraron con los de Mr. Farraday…

Como dije, no fue amor a primera vista, ya que no creo en tales cosas. No fue nada a primera vista, pero hubo algo… un reconocimiento compartido… un sentido del humor. No estoy segura como describirlo.

Supongo, si se insiste, que yo diría que era un sentimiento de complicidad. Como si de alguna manera ya le conociera. Que era por supuesto ridículo.

Pero no tan ridículo como sus primas, quienes estaban trinando y rondando y revoloteando alrededor. Claramente habían decidido que el Primo Charles ya no era más una bestia, y si alguna iba a casarse con él, iba a ser una de ellas.

– Mr. Farraday, – dije, y pude sentir las esquinas de mi boca apretándose en un intento de contener una sonrisa.

– Miss Crane, – dijo, con la misma expresión. Se inclinó sobre mi mano y la besó, para mucha consternación de Dulcie, quien estaba de pie a mi derecha.

Otra vez, debo acentuar que no soy una romántica. Pero mi interior hizo un pequeño tirón cuando sus labios tocaron mi piel.

– Me temo que estoy vestida para un paseo a caballo. – Le dije, señalando mi traje de montar.

– Yo también.

Eché un vistazo con pesar a sus primas, quienes no estaban vestidas para ningún tipo de esfuerzo atlético.

– Hace un día tan encantador, – murmuré.

– Chicas, – mi madre dijo, mirando directamente a las hermanas Brougham, – ¿por qué no os unís a mí mientras Amanda y vuestro primo van a cabalgar? Le prometí a vuestra madre que ella le enseñaría la zona.

Antonia abrió su boca para protestar, pero ella no era contrincante para Eloise Crane, y ella no hizo incluso ningún sonido antes de que mi madre agregara, – Oliver bajará pronto.