– Yo… eh… -Notó que se estaba sonrojando, algo que la mortificaba y que, encima, le hacía sonrojarse más-. Gracias.
Él asintió.
– No sé por qué se sorprende por mi aspecto -dijo ella, muy enfadada consigo misma por reaccionar de aquella manera ante aquel halago. Dios santo, cualquiera diría que era el primero que le dedicaban. Pero es que él estaba allí sentado, mirándola. Mirándola, observándola y…
Ella se estremeció.
Y allí no había corrientes de aire. ¿Podía alguien estremecerse si tenía demasiado… calor?
– Usted misma dijo que estaba soltera -dijo él-. Debe haber algún motivo por el que no se haya casado.
– No es porque no haya recibido proposiciones. -Eloise se sintió casi obligada a dejarlo claro.
– Obviamente -dijo él, ladeando la cabeza hacia ella, a modo de halago-. Pero no puedo evitar preguntarme por qué una mujer como usted tiene la necesidad de recurrir a… bueno… a mí.
Ella lo miró; lo miró de verdad por primera vez desde que había llegado. Era bastante atractivo, a pesar de la rudeza y el aspecto un poco descuidado. El pelo oscuro estaba pidiendo a gritos un buen corte y estaba ligeramente bronceado, casi un milagro teniendo en cuenta lo poco que veían el sol por estas tierras. Era muy alto y fuerte, y se sentaba de un modo despreocupado y atlético, con las piernas separadas de una manera que en Londres hubiera sido totalmente inaceptable.
Además, su mirada le dejó muy claro que no le importaba que sus modales no fueran refinados. Sin embargo, no era la misma actitud desafiante habitual entre los jóvenes de Londres. Había conocido a muchos de ésos, los típicos que querían llamar la atención desafiando las convenciones y que luego lo iban publicitando para que todos vieran lo atrevidos y escandalosos que eran.
Sin embargo, sir Phillip era distinto. Eloise se habría jugado su dinero a que a él nunca se le habría ocurrido pensar que aquella forma de sentarse no era la adecuada en situaciones formales, como tampoco se le habría ocurrido asegurarse que los demás supieran que no le importaba.
Eloise se preguntó si aquello demostraba que era un hombre tremendamente seguro de sí mismo y, si lo era, ¿por qué tenía la necesidad de recurrir a ella? Porque, por lo que había visto esa mañana, dejando a un lado los malos modales, no consideraba que pudiera tener problemas para encontrar esposa.
– Estoy aquí -dijo ella, recordando que le había hecho una pregunta-, porque, después de rechazar varias proposiciones de matrimonio -sabía que alguien que fuera mejor persona habría sido más modesta y no habría recalcado tanto la palabra “varias”, pero no pudo evitarlo-, he descubierto que todavía quiero casarme. Y, a juzgar por sus cartas, usted parecía un buen candidato. Me pareció insensato no conocerle y descubrir si los presentimientos eran ciertos.
Él asintió.
– Una mujer muy práctica.
– ¿Y qué me dice de usted? -respondió ella-. Usted fue el primero en sacar el tema del matrimonio. ¿Por qué no ha buscado esposa entre las mujeres de por aquí?
Por un segundo, Phillip se la quedó mirando, parpadeando, como si no pudiera creerse que no lo hubiera adivinado. Al final, dijo:
– Ya ha conocido a mis hijos.
Eloise estuvo a punto de atragantarse con el bocado de sándwich que acababa de meterse en la boca.
– ¿Cómo dice?
– Mis hijos -repitió él-. Ya los ha conocido. Dos veces, creo. Usted misma me lo ha dicho.
– Sí, pero ¿qué…? -De repente, lo entendió todo y abrió los ojos como platos-. Oh, no. No me diga que han espantado a todas las posibles candidatas.
Él la miró, muy serio.
– Casi todas las mujeres de esta zona ni siquiera se atreven a poner un pie en mis tierras.
Ella se rió.
– No son tan malos.
– Necesitan una madre -dijo sir Phillip, directamente.
Eloise arqueó las cejas.
– Estoy segura que debe haber una forma más romántica de convencerme para ser su esposa.
Phillip suspiró con fuerza y se rascó la cabeza, despeinándose todavía más.
– Señorita Bridgerton -dijo, pero enseguida se corrigió-. Eloise. Voy a ser sincero con usted porque, en realidad, no tengo las energías ni la paciencia para buscar palabras románticas o historias audaces. Necesito una esposa. Mis hijos necesitan una madre. La invité a visitarme para ver si usted estaría interesada en asumir esa responsabilidad y comprobar si nos adaptábamos bien.
– ¿Cuál de las dos? -preguntó ella, en un susurro.
Él apretó los puños, arrugando el mantel. ¿Qué les pasaba a las mujeres? ¿Es que hablaban en una especie de código que sólo ellas conocían?
– ¿Cuál de las dos… qué? -preguntó, en un tono impaciente.
– ¿Cuál de las dos responsabilidades quiere que asuma? -aclaró ella, con voz suave-. ¿La de esposa o la de madre?
– Ambas -respondió él-. Creí que era obvio.
– Pero ¿cuál de las dos es más importante para usted?
Phillip se la quedó mirando un buen rato, consciente de que era una pregunta importante, seguramente una mala respuesta podría poner fin a aquel extraño cortejo. Al final, se encogió de hombros y dijo:
– Lo siento, pero no sé cómo separarlas.
Ella asintió, muy seria.
– Claro -dijo-. Supongo que tiene razón.
Phillip soltó el aire que, de forma inconsciente, había estado conteniendo. No sabía cómo, sólo Dios debía saberlo, había respondido bien. O, al menos, no había respondido mal.
Eloise se movió, inquieta, e hizo un gesto hacia el sándwich a medias que Phillip tenía en el plato.
– ¿Quiere que continuemos con el refrigerio? -sugirió-. Se ha pasado la mañana en el invernadero. Seguro que debe tener hambre.
Phillip asintió y se comió un bocado, con una repentina sensación de agradecimiento hacia la vida. Todavía no estaba seguro de que la señorita Bridgerton aceptara convertirse en Lady Crane, pero si lo hacía…
Bueno, él no pondría ningún impedimento.
De todos modos, cortejarla no iba a ser tan sencillo como se había imaginado. Estaba claro que él la necesitaba más que ella a él. Phillip suponía que se encontraría con una solterona desesperada y, obviamente, no había sido el caso, a pesar de la edad de la señorita Bridgerton. Sospechaba que era una mujer con varias opciones en la vida y que él sólo era una más.
Sin embargo, debió de haber algo que la hiciera abandonar su vida en Londres y venir hasta Gloucestershire. Si su vida en la ciudad era tan perfecta, ¿por qué la había abandonado?
No obstante, mientras la observaba al otro lado de la mesa y veía cómo una simple sonrisa le transformaba la cara, pensó que no le importaba demasiado por qué lo había hecho.
Sólo tenía que asegurarse de que se quedara.
Capítulo 4
“…siento mucho que los cólicos de Caroline te estén volviendo loca. Y, por supuesto, es una lástima que a Amelia y a Belinda no les haga ninguna gracia la llegada de una nueva hermanita. Pero míralo por el lado bueno, querida Daphne, si hubieras tenido gemelos, todo habría sido mucho más complicado.”
Eloise Bridgerton a su hermana,
la duquesa de Hastings, un mes después
del nacimiento de la tercera hija de Daphne.
Mientras cruzaba el recibidor, camino de las escaleras, Phillip iba silbando, extrañamente satisfecho con la vida. Se había pasado gran parte de la tarde con la señorita Bridgerton. “No -se recordó-. Con Eloise.” Y ahora estaba convencido de que sería una magnífica esposa. Era muy inteligente y, con todos esos hermanos y sobrinos de los que le había hablado, seguro que sabría cómo manejar a Oliver y a Amanda.