– Sobreviviré, se lo garantizo -dijo ella.
Él se aclaró la garganta.
– Supongo que querrá volver a bañarse.
A Phillip le pareció oír que decía: “Supongo que querré ver a esos dos condenados colgados de una cuerda”, pero no estaba seguro, porque Eloise había hablado entre dientes. Además, el hecho de que fuera lo que él habría dicho no significaba que ella fuera igual de despiadada.
– Haré que se lo preparen -dijo él, rápidamente.
– No se preocupe. Me he bañado antes de vestirme y el agua todavía está caliente.
Phillip hizo una mueca. Sus hijos no podían haber sido más inoportunos.
– Tonterías -insistió él-. Diré que le suban unos cubos de agua caliente.
Cuando vio cómo lo miraba, volvió a hacer una mueca. No había elegido las mejores palabras.
– Voy a la cocina a que vayan calentando agua -dijo.
– Sí -respondió ella, muy tensa-. Vaya.
Bajó para darle las instrucciones a una doncella pero, cuando se giró, vio que había media docena de sirvientes mirándolos boquiabiertos y provocó que empezaran a apostar cuánto tardaría sir Phillip en encontrar a los gemelos y darles un buen azote.
Después de ordenarles que fueran a calentar agua para el baño de la señorita Bridgerton, volvió con Eloise. Ya estaba sucio de harina, así que no dudó ni un segundo a tomarla de la mano.
– Lo siento mucho -dijo, intentando contener la risa.
La primera reacción había sido de rabia pero ahora… bueno, la verdad es que estaba bastante ridícula.
Ella lo miró y se dio cuenta del cambio en su estado de ánimo.
Phillip recuperó la compostura.
– ¿Quiere volver a su habitación? -le preguntó.
– ¿Y dónde me siento? -respondió ella.
En eso tenía razón. Seguramente, destrozaría todo lo que tocara o, como mínimo, lo llenaría de harina y tendrían que limpiarlo a fondo.
– En ese caso, le haré compañía -dijo él, en un tono jovial.
Ella lo miró, dándole a entender que todo aquello no le hacía ni pizca de gracia.
– Muy bien -dijo él, para llenar el silencio con algo que no fuera harina. Miró hacia la puerta, impresionado por el truco de los gemelos, a pesar de las terribles consecuencias-. Me pregunto cómo lo habrán hecho -dijo.
Ella lo miró, boquiabierta.
– ¿Importa?
– Bueno -continuó él, a pesar de que por la mirada que ella le estaba lanzando vio que no era el mejor tema de conversación en ese momento-. No lo apruebo, pero debo admitir que han sido muy ingeniosos. No veo de dónde pudieron colgar el cubo y…
– Lo colocaron encima de la puerta.
– ¿Cómo dice?
– Tengo siete hermanos -dijo ella, con desdén-. ¿Cree que es la primera vez que veo este truco? Abrieron un poco la puerta y, con mucho cuidado, colocaron encima el cubo.
– ¿Y no los oyó?
Ella lo miró fijamente.
– Claro -dijo él-. Estaba en el baño.
– Supongo que no intenta insinuar que ha sido culpa mía por no haberlos oído, ¿verdad? -preguntó ella, un poco alterada.
– Por supuesto que no -respondió él inmediatamente. A juzgar por la mirada asesina de la señorita Bridgerton, Phillip estaba convencido de que su integridad física dependía de lo rápido que expresara que estaba totalmente de acuerdo con ella-. Creo que la dejaré para que se…
¿De verdad había alguna manera educada de describir el proceso por el que debería pasar para quitarse toda esa harina de encima?
– ¿Bajará a cenar? -le preguntó, convencido que lo mejor era cambiar de tema.
Ella asintió una vez. No fue un gesto muy cálido pero Phillip estaba contento de que no hubiera decidido hacer las maletas y marcharse esa misma noche.
– Le diré a la cocinera que mantenga caliente la comida -dijo-. Y me encargaré de castigar a los niños.
– No -dijo ella, mientras él se alejaba-. Déjemelos a mí.
Phillip se giró, lentamente, algo inquieto por el tono de su voz.
– Exactamente, ¿qué tiene planeado hacer con ellos?
– ¿Con ellos o a ellos?
Phillip nunca creyó que llegara el día que tuviera miedo de una mujer pero, ante Dios como testigo, juraba que Eloise Bridgerton lo estaba asustando de verdad.
Esa mirada era definitivamente diabólica.
– Señorita Bridgerton -dijo, cruzándose de brazos-. Debo hacerle una pregunta. ¿Qué tiene pensado hacerles?
– Estoy sopesando las posibilidades.
Él se quedó pensativo.
– ¿Debo preocuparme de que lleguen vivos a mañana?
– No, para nada -respondió ella-. Llegarán vivos y con todas las costillas intactas, se lo prometo.
Phillip se la quedó mirando unos segundos y luego, lentamente, dibujó una sonrisa de satisfacción. Tenía el presentimiento de que la venganza de Eloise Bridgerton, la que fuera, sería exactamente lo que sus hijos necesitaban. Sin duda, alguien con siete hermanos sabría perfectamente cómo causar estragos de la manera más ingeniosa y discreta posible.
– Muy bien, señorita Bridgerton -dijo, casi contento de que sus hijos le hubieran tirado toda esa harina por encima-. Son todos suyos.
Una hora después, cuando Eloise y él se acababan de sentar a la mesa para cenar, se volvieron a escuchar gritos.
Phillip, del susto, dejó caer la cuchara; los gritos de Amanda eran más histéricos de lo habitual.
Eloise ni se inmutó y siguió tomándose la sopa de tortuga.
– No es nada -dijo, secándose la boca delicadamente con la servilleta.
Se escuchó cómo corría en dirección a las escaleras.
Phillip estaba a punto de levantarse.
– Quizá debería…
– Le he puesto un pez en la cama -dijo Eloise, satisfecha consigo misma, aunque evitó sonreír.
– ¿Un pez? -repitió Phillip.
– Está bien. Un pez bastante grande.
El renacuajo que se había imaginado al principio se convirtió, de repente, en un tiburón y notó que le costaba respirar.
– Y… -tenía que preguntarlo-. ¿De dónde ha sacado un pez?
– La señora Smith -dijo ella, como si la cocinera preparara truchas enormes cada día.
Phillip no se movió de la silla. No iba a salvar a su hija. Quería hacerlo. Al fin y al cabo, poseía ese extraño instinto paterno y la niña estaba gritando como si estuviera ardiendo en el infierno.
Sin embargo, ella se lo había buscado y ahora tendría que soportar lo que la señorita Bridgerton le había hecho. Hundió la cuchara en la sopa pero, cuando estaba a punto de metérsela en la boca, se detuvo.
– ¿Y qué ha metido en la cama de Oliver?
– Nada.
Él levantó una ceja, extrañado.
– Así no dormirá tranquilo -le explicó ella.
Phillip inclinó la cabeza a modo de aprobación. Era buena.
– Tomarán represalias, ya lo sabe -dijo, sintiéndose en la obligación de ponerla sobre aviso.
– Los estaré esperando. -Por su voz, no parecía muy preocupada. Entonces levantó la cabeza y lo miró directamente, sorprendiéndolo un poco-. Supongo que saben que me ha invitado con el objetivo de pedirme que me case con usted.
– Nunca les he dicho nada al respecto.
– No -susurró ella-. Claro que no.
Phillip la miró fijamente porque no estaba seguro de si lo había dicho como un insulto.
– No veo la necesidad de informar a mis hijos de mis asuntos personales.
Ella encogió los hombros, un pequeño gesto que hizo rabiar a Phillip.
– Señorita Bridgerton -añadió-. No necesito que me dé consejos sobre cómo criar a mis hijos.
– No he dicho nada -respondió ella-. Aunque debo decirle que parece bastante desesperado por encontrarles una madre, y eso podría indicar que sí que necesita ayuda.
– Hasta que acepte convertirse en su madre, le pido que se guarde sus opiniones -dijo él.
Eloise le lanzó una mirada de hielo y volvió a concentrarse en la sopa. Sin embargo, después de dos bocados, lo miró desafiante y dijo: