Empezó a darse cuenta que era, exactamente, lo que necesitaba. Inteligente, con ideas propias, mandona… No eran cualidades que los hombres solieran buscar en una esposa, pero Phillip necesitaba desesperadamente que alguien llevara el mando de Romney Hall. La casa era un desastre, los niños estaban descontrolados y las estancias estaban teñidas de ese peso melancólico de Marina que, desgraciadamente, no había desaparecido con su muerte.
Phillip estaría encantado de cederle parte de su poder en la casa a su mujer si con eso conseguía que todo volviera a ser como antes. Él estaría más que contento de poderse ir al invernadero y dejar que su mujer se encargara del resto.
¿Estaría dispuesta Eloise Bridgerton a asumir ese papel?
Por Dios, esperaba que sí.
Capítulo 5
“… te lo imploro, mamá, DEBES castigar a Daphne. NO ES JUSTO que yo sea la única que se vaya a la cama sin postre. Y durante una semana. Una semana es demasiado tiempo. Sobre todo, teniendo en cuenta que todo casi todo fue idea de Daphne.”
Eloise a su madre, en una nota que a los diez años
dejó encima de la mesilla de noche de Violet Bridgerton.
A Eloise le sorprendió lo mucho que podían cambiar las cosas en un solo día.
Ahora, mientras sir Phillip la acompañaba por la casa y le enseñaba la galería de los retratos de familia, aunque eso sólo era una excusa para prolongar su tiempo juntos, Eloise pensó…
“A lo mejor sí que sería un marido perfecto.”
No era la manera más poética de abordar un tema que debería estar lleno de amor y pasión, pero es que su cortejo tampoco estaba siendo convencional. Además, a falta de dos años para los treinta, Eloise no podía permitirse seguir soñando con el príncipe azul.
Sin embargo, había algo…
A la luz de las velas, sir Phillip era más guapo, incluso tenía un aspecto más peligroso. Ante la luz temblorosa, el rostro se le llenaba de unas sombras misteriosas que lo hacían parecer una escultura, parecida a las que había visto en el Museo Británico. Y mientras caminaba junto a él, y notaba cómo su enorme mano en el codo la guiaba, tuvo la sensación de que su presencia la envolvía.
Era extraño, y emocionante, y también un poco aterrador.
Pero muy gratificante. Había hecho una locura, se había escapado de Londres en mitad de la noche, con la esperanza de que un hombre que no conocía la hiciera feliz. Al menos, era un alivio pensar que, a lo mejor, todo aquello no había sido un error, que quizás había apostado por su futuro y había ganado.
Nada hubiera sido peor que tener que volver a Londres, admitir que había fracasado y tener que explicarle a toda la familia lo que había hecho.
No quería tener que admitir que se había equivocado, ni para sus adentros ni para los demás.
Pero, sobre todo, para sus adentros.
Sir Phillip había demostrado ser un buen acompañante de cena, aunque no era lo hablador que a ella le hubiera gustado.
Sin embargo, estaba claro que era justo, algo que para Eloise era básico en cualquier posible marido. Había aceptado, incluso admirado, la técnica del pez en la cama de Amanda. Muchos de los hombres que Eloise conocía en Londres se habrían horrorizado de que a una señorita de tan buena cuna como ella se le ocurrieran esas cosas.
Y a lo mejor, sólo a lo mejor, aquello podría funcionar. Cuando lo pensaba de forma lógica, casarse con sir Phillip parecía una idea descabellada, pero no era como si fuera un completo desconocido porque habían mantenido correspondencia durante más de un año.
– Mi abuelo -dijo Phillip, señalando un retrato bastante grande.
– Era muy apuesto -comentó Eloise, aunque apenas le veía la cara debido a la tenue iluminación. Se detuvo ante el retrato de la derecha-. ¿Es su padre?
Phillip asintió una vez, muy seco, y tensó los labios.
– ¿Y usted dónde está? -preguntó al notar que no quería hablar de su padre.
– Aquí.
Eloise lo siguió hasta que llegaron frente a un cuadro en el que se veía a un joven Phillip, debía de tener unos doce años, al lado de otro chico que sólo podía ser su hermano.
Su hermano mayor.
– ¿Qué le pasó? -preguntó Eloise, porque estaba claro que había muerto. Si estuviera vivo, Phillip no habría heredado las tierras ni el título de barón.
– Waterloo -fue toda la respuesta de Phillip.
De manera impulsiva, Eloise le cogió la mano.
– Lo siento.
Por un momento, pensó que se iba a quedar callado pero luego dijo:
– Nadie lo sintió más que yo.
– ¿Cómo se llamaba?
– George.
– Usted debía de ser muy joven -dijo Eloise, retrocediendo hasta 1815 y haciendo los cálculos.
– Tenía veintiún años. Mi padre murió dos semanas después.
Eloise se quedó pensativa. A los veintiún años, se suponía que tenía que estar casada. Todas las chicas de su condición tenían que estar casadas a esa edad. Podía parecer una muestra de madurez pero, visto ahora, veintiún años parecían muy pocos y cualquier persona era demasiado joven e inexperta para heredar una responsabilidad que no debía ser para él.
– Marina era su prometida -dijo.
Eloise contuvo la respiración y lo miró, soltándole la mano.
– No lo sabía -dijo.
Phillip se encogió de hombros.
– No importa. ¿Quiere ver su retrato?
– Sí -respondió Eloise, que de verdad quería verla.
Eran primas lejanas y ya hacía muchos años desde la última vez que se habían visto. Eloise recordaba el pelo oscuro y los ojos claros, azules quizá, pero nada más. Tenían más o menos la misma edad y, por eso, en las reuniones familiares las ponían juntas, pero Eloise no recordaba que jamás hubieran tenido mucho en común. Ya desde pequeñas, a la misma edad que debían tener ahora Oliver y Amanda, las diferencias entre ellas eran más que evidentes. Eloise era una niña bulliciosa, que trepaba a los árboles y se deslizaba por las barandillas, siempre iba detrás de sus hermanos mayores pidiéndoles por favor que la dejaran participar en lo que fuera que estuvieran haciendo.
En cambio, Marina era una niña muy tranquila, casi contemplativa. Eloise recordaba cogerla de la mano e intentar convencerla para ir a jugar fuera. Pero Marina siempre prefería quedarse sentada leyendo.
Sin embargo, Eloise se fijaba en las páginas y nunca la vio pasar de la página treinta y dos.
Le pareció curioso recordar eso, pero supuso que le había impactado tanto que se le quedó grabado. ¿Cómo era posible que alguien prefiriera quedarse en casa con un libro, con el sol que hacía, y que luego no leyera? Recordaba que se había pasado el día cuchicheando con su hermana Francesca, intentando averiguar qué debía hacer Marina con el libro.
– ¿La recuerda? -le preguntó Phillip.
– Sólo un poco -respondió Eloise que, sin saber por qué, no quiso compartir esos recuerdos con él. Además, era la verdad. Aquello era todo lo que recordaba de Marina; una semana de abril hacía unos veinte años y cómo hablaba con Francesca mientras Marina miraba el libro.
Eloise permitió que Phillip la guiara hasta el retrato de Marina. La habían pintado sentada, con la falda roja colocada a su alrededor con delicadeza. En el regazo tenía a la pequeña Amanda y Oliver estaba a su lado, de pie, con una de esas posturas que obligaban a poner a los niños pequeños, serios y rígidos, como si fueran adultos en miniatura.
– Era preciosa -dijo Eloise.
Phillip se limitó a contemplar la imagen de su difunta esposa y entonces, casi como si necesitara mucha fuerza para hacerlo, se giró y se alejó.
¿La había querido? ¿Todavía la quería?
Marina debía ser la mujer de su hermano; todo indicaba que se había casado con Phillip por error.
Pero eso no significaba que no la quisiera. Quizás había estado enamorado de ella en secreto mientras había estado prometida con su hermano. O a lo mejor se había enamorado después de la boda.