Выбрать главу

Como si quisiera que la besara.

Cuando se dio cuenta, ya había dado un par de pasos hacia ella.

– ¿Y esto qué es? -preguntó Eloise, señalando algo.

– Una planta.

– Ya sé que es una planta -rió ella-. Si no lo… -Pero, cuando levantó la cabeza, vio cómo brillaban los ojos de Phillip y se calló.

– ¿Puedo besarla? -preguntó él.

Supuso que si le hubiera dicho que no, se habría detenido, aunque tampoco le dio la oportunidad porque, antes de que Eloise pudiera responder, él se colocó casi pegado a ella.

– ¿Puedo? -repitió, tan cerca de ella que le susurró las palabras a sus labios.

Ella asintió con un movimiento breve pero seguro y Phillip la besó con suavidad, como se supone que un hombre debe besar a una mujer con la que quizá vaya a casarse.

Sin embargo, Eloise lo rodeó con los brazos y le acarició el cuello y Phillip no pudo evitar querer más.

Mucho más.

La besó con más pasión, ignorando el gemido de sorpresa de Eloise cuando le abrió los labios con la lengua. Pero ni siquiera eso era lo que quería. Quería sentirla, sentir su calidez, su vitalidad, sentirla a lo largo de su cuerpo, a su alrededor, quería contaminarse de ella.

La rodeó con los brazos, colocando una mano en la parte alta de la espalda mientras la otra, más atrevida, bajaba hasta las nalgas. La apretó contra él con fuerza; no le importaba que notara la prueba evidente de su deseo. Hacía mucho tiempo, mucho, y era tan suave y dulce.

La deseaba.

La deseaba entera pero incluso su mente obnubilada por el deseo sabía que aquella noche sería imposible, así que se concentró en obtener lo mejor que pudiera: su contacto, la sensación de tenerla en los brazos, sentir su calor por todo el cuerpo.

Además, Eloise estaba participando activamente. Aunque con algunas dudas al principio, como si no estuviera segura de lo que estaba haciendo, después se dejó llevar y respondió con ardor, emitiendo unos sonidos de lo más seductores.

Aquello lo estaba volviendo loco. Esa mujer lo estaba volviendo loco.

– Eloise, Eloise -susurró, con la voz teñida por la necesidad que tenía de ella.

Entrelazó los dedos en su pelo e hizo que un mechón castaño se soltara y cayera sobre el escote formando un seductor tirabuzón. Phillip bajó los labios por el cuello de Eloise, saboreando su piel, y sin acabárselo de creer cuando ella se arqueó hacia atrás para dejarle más espacio. Y justo en ese momento, justo cuando había empezado a descender, doblando las rodillas para ir bajando por el escote, ella se separó.

– Lo siento -dijo Eloise, cubriéndose instintivamente el escote con las manos, aunque todo seguía en su sitio.

– Yo no -dijo Phillip.

Ante aquella muestra de sinceridad, Eloise abrió los ojos, sorprendida. A Phillip no le importó lo más mínimo. Nunca había sido muy delicado con las palabras y, posiblemente, era mejor que ella lo supiera ahora, antes de comprometerse a algo permanente.

Pero entonces, ella lo sorprendió a él.

– Era una manera de hablar -dijo.

– ¿Perdón?

– He dicho que lo sentía pero, en realidad, no era verdad. Era una manera de hablar.

Su voz sonaba muy calmada y casi aleccionadora, algo sorprendente en una mujer a la que acababan de besar de aquella manera tan arrebatadora.

– Decimos cosas así constantemente -continuó-, para llenar los silencios.

Phillip se estaba empezando a dar cuenta de que Eloise no era una mujer de silencios.

– Es como cuando…

La volvió a besar.

– ¡Sir Phillip!

– A veces -dijo él, con una sonrisa de satisfacción-, el silencio es bueno.

Eloise abrió la boca.

– ¿Me está diciendo que hablo mucho?

Él encogió los hombros y no dijo nada, porque tomarle el pelo era muy divertido.

– Pues debe saber que aquí he estado mucho más callada que en mi casa.

– Cuesta creerlo.

– ¡Sir Phillip!

– Shhh -dijo él, tomándola de la mano. Ella se soltó y él la volvió a coger, aunque esta vez con más fuerza-. Necesitamos un poco de ruido.

Al día siguiente, Eloise se despertó como si todavía estuviera soñando. Ese beso fue una sorpresa, no se lo esperaba.

Como tampoco se esperaba que le gustara tanto.

El estómago se le quejó de hambre y decidió que lo mejor sería bajar a desayunar. No tenía ni idea de si sir Phillip estaría allí. ¿Era de los que se levantaba temprano o le gustaba quedarse en la cama hasta mediodía? Era irónico que no conociera esos hábitos del que podría llegar a ser su marido.

Y si la estaba esperando frente a un plato de huevos escalfados, ¿qué le diría? ¿Qué se le decía a un hombre que, tan sólo hacía unas horas, le había relamido la oreja?

Poco importaba que fuera una lengua maravillosa. Seguía siendo un escándalo.

¿Qué pasaría si aparecía ante él y sólo podía decirle “buenos días”? Seguro que le parecería muy divertido, después de haberle dicho lo parlanchina que era la noche anterior.

Aquella situación casi le hizo reír. Ella, que era capaz de mantener una conversación sobre nada en particular, y encima era lo que solía hacer, no sabía qué iba a decir la próxima vez que viera a sir Phillip.

Aunque claro, la había besado. Y eso lo cambiaba todo.

Cruzó la habitación pero, antes de abrir la puerta, se aseguró de que ésta estuviera bien cerrada. Era muy poco probable que Oliver y Amanda volvieran a intentar el mismo truco, pero nunca se sabe. La verdad, no le apetecía nada otro baño de harina. O de algo peor. Después de lo del pescado, seguramente los niños tenían en mente algo líquido. Líquido y apestoso.

Canturreando en voz baja, salió de su habitación y giró a la derecha, hacia las escaleras. Prometía ser un gran día; por la mañana, cuando se había asomado por la ventana, había visto que los rayos de sol se filtraban entre las nubes y…

– ¡Ah!

Gritó casi de manera involuntaria mientras caía. Había tropezado con algo colocado en medio del pasillo. Ni siquiera pudo intentar recuperar el equilibrio porque, como era habitual en ella, iba caminando muy deprisa y cuando cayó, lo hizo con fuerza.

No tuvo tiempo ni para amortiguar el golpe con las manos.

Se le llenaron de lágrimas los ojos. Dios Santo, se notaba la barbilla ardiendo. O, como mínimo, un lado de la barbilla. Antes de caer, había conseguido echar la cabeza a un lado.

Entre quejidos, gimió algo incoherente; el tipo de ruido que uno hace cuando el cuerpo le duele tanto que no puede guardárselo dentro. Y esperó a que el dolor fuera desapareciendo, como cuando te golpeas en un dedo del pie, que el dolor es muy intenso al principio pero que, poco a poco, va desapareciendo.

Sin embargo, la sensación de ardor persistía. La sentía en la barbilla, en un lado de la cabeza, en la rodilla y en la cadera.

Parecía que le hubieran dado una paliza.

Lentamente, y con mucho esfuerzo, se colocó a cuatro patas y luego se sentó. Consiguió apoyar la espalda en la pared y se acercó una mano a la mejilla mientras respiraba de manera breve y rápida por la nariz para controlar el dolor.

– ¡Eloise!

Phillip. Ni siquiera se molestó en levantar la cabeza porque no quería moverse de aquella posición.

– Por Dios, Eloise -dijo él, subiendo de tres en tres el último tramo de escaleras y corriendo a su lado-. ¿Qué ha pasado?

– Me he caído. -No quería lloriquear, pero habló con la voz casi rota.

Con una ternura que parecía impropia en un hombre de su tamaño, le cogió la mano y se la separó de la mejilla.

Y, a continuación, dijo unas palabras que Eloise no estaba acostumbrada a escuchar.

– Tendrá que ponerse un trozo de carne en el ojo.

Ella levantó la cabeza y lo miró con los ojos humedecidos.

– ¿Me ha salido un moretón?

Él asintió, muy serio.

– Puede que acabe con un ojo morado, aunque todavía es pronto para saberlo.