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Los niños no dijeron nada.

Phillip miró a Eloise, que había apartado el trozo de carne del ojo y se estaba tocando la mejilla. El morado iba empeorando por minutos.

Los gemelos tenían que aprender que no podían continuar así. Tenían que aprender a tratar a la gente con más respeto. Tenían que aprender a…

Phillip maldijo en voz baja. Tenían que aprender algo, lo que fuera.

Hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.

– Venid conmigo -salió al pasillo, se giró y dijo-: ¡Ahora!

Y, mientras los niños salían, rezaba para que pudiera controlarse.

Eloise intentó no escuchar aunque no podía evitar aguzar el oído. No sabía dónde se los había llevado; podía ser a la habitación de al lado, a su habitación, afuera. Aunque sabía una cosa: iban a recibir su castigo.

Y, a pesar de que sabía que se lo merecían, porque lo que habían hecho era inexcusable y ya eran mayorcitos para darse cuenta, seguía estando preocupada por ellos. Cuando Phillip se los había llevado, estaban muy asustados y Eloise todavía recordaba la inquietante pregunta que Oliver le había hecho el día anterior. “¿Va a pegarnos?”

De hecho, al mismo tiempo que se lo preguntó, iba retrocediendo, como si esperara que les pegara.

Aunque seguro que sir Phillip no… No, era imposible. Una cosa era darles un cachete después de algo como lo de hoy, pero seguro que no lo hacía habitualmente.

No podía haberse equivocado tanto con una persona. La noche anterior, había permitido que la besara, incluso le había devuelto el beso. Seguro que si Phillip fuera de los que pegaba a sus hijos por cualquier cosa, lo habría notado, habría sentido que había algo que no funcionaba.

Al final, después de lo que pareció una eternidad, Oliver y Amanda aparecieron en la puerta, serios y con los ojos rojos, y detrás de ellos, obligándoles a caminar más deprisa que una serpiente, apareció sir Phillip, también muy serio.

Los niños se acercaron a la cama y Eloise se giró hacia ellos. Como tenía el ojo izquierdo tapado, sólo veía con el derecho y, ¿cómo no?, los niños se habían colocado a su izquierda.

– Lo sentimos mucho, señorita Bridgerton -susurraron.

– Más alto -les dijo su padre.

– Lo sentimos.

Eloise asintió.

– No volverá a suceder -añadió Amanda.

– Bueno, eso me tranquiliza -dijo Eloise.

Phillip se aclaró la garganta.

– Nuestro padre dice que debemos compensarla -dijo Oliver.

– Mmm… -Eloise no estaba segura de cómo pretendían hacerlo.

– ¿Le gustan los caramelos? -preguntó Amanda.

Eloise la miró, parpadeando con el único ojo que tenía abierto.

– ¿Los caramelos?

Amanda asintió.

– Sí, supongo que sí. Como a todo el mundo.

– Tengo una caja de caramelos de limón. Llevo meses guardándolos. Puede quedárselos.

Eloise tragó saliva para suavizar el nudo que se le había hecho en la garganta al ver la torturada expresión de Amanda. A esos niños les pasaba algo. Con tantos sobrinos, Eloise sabía diferenciar perfectamente cuándo un niño no era feliz.

– Da igual, Amanda -dijo, con el corazón partido-. Quédate los caramelos.

– Pero tenemos que darle algo -dijo Amanda, mirando temerosa a su padre.

Eloise estuvo a punto de decirle que no era necesario pero, cuando la miró, se dio cuenta de que tenían que hacerlo. En parte, claro, porque sir Phillip había insistido, y Eloise no iba a contradecir su autoridad. Pero, además, porque los gemelos tenían que aprender a reparar los daños que causaban.

– Está bien -dijo Eloise-. Me daréis una tarde.

– ¿Una tarde?

– Sí. Cuando me encuentre mejor, tu hermano y tú me daréis una tarde. Todavía no conozco Romney Hall demasiado bien y supongo que vosotros conoceréis hasta el último rincón. Podríais acompañarme a dar un paseo. Con una condición -añadió, porque valoraba mucho su salud y su condición física-. Nada de travesuras.

– Ninguna -dijo Amanda, inmediatamente, asintiendo con fuerza-. Lo prometo.

– Oliver -dijo Phillip, cuando su hijo no respondió.

– Nada de travesuras esa tarde -susurró.

Phillip se acercó a él y lo cogió por el cuello de la camisa.

– ¡Ni nunca! -dijo, con la voz estrangulada-. ¡Lo prometo! No volveremos a acercarnos a la señorita Bridgerton.

– Bueno, espero que hagáis alguna excepción -dijo Eloise, mirando a Phillip esperando que lo interpretara como un “Ya puede soltar al niño”-. Me debéis una tarde.

Amanda dibujó una tímida sonrisa pero Oliver siguió igual de serio.

– Podéis marcharos -dijo Phillip, y a los niños les faltó tiempo para desaparecer.

Una vez solos, los dos adultos se quedaron en silencio, mirando la puerta con una expresión triste y agotada. Eloise se sentía agotada, como si la hubieran implicado en una situación que no acababa de entender.

Estuvo a punto de echarse a reír. ¿En qué estaba pensando? Claro que la habían implicado en una situación que no acababa de entender, y se engañaba al creer que sabía qué hacer.

Phillip se acercó a la cama pero, cuando estuvo a su lado, se mantuvo bastante rígido.

– ¿Cómo se encuentra? -le preguntó.

– Si no me saca esta carne del ojo dentro de poco -dijo, con sinceridad-, creo que voy a vomitar.

Cogió la bandeja que había traído la doncella y se la acercó. Eloise se quitó el trozo de carne de la cara, con una mueca ante el ruido acuoso y pegajoso que hizo.

– Será mejor que me lave la cara -dijo-. El olor es muy fuerte.

Phillip asintió.

– Antes, deje que le eche un vistazo.

– ¿Tiene mucha experiencia con estas cosas? -le preguntó ella, mirando hacia el techo cuando él se lo pidió.

– Un poco. -Phillip le apretó un poco la mejilla con el pulgar-. Mire hacia la derecha.

Ella le obedeció.

– ¿Un poco?

– En la universidad, boxeaba.

– ¿Era bueno?

Le hizo girar la cabeza.

– Mire a la izquierda. Lo suficiente.

– ¿Qué quiere decir?

– Cierre el ojo.

– ¿Qué quiere decir? -insistió ella.

– No ha cerrado el ojo.

Eloise los cerró los dos porque, si sólo cerraba uno, lo hacía con demasiada fuerza.

– ¿Qué quiere decir?

No lo veía pero percibió la pausa.

– ¿Le han dicho alguna vez que es un poco testaruda?

– Constantemente. Es mi único defecto.

Escuchó cómo Phillip se reía.

– ¿El único?

– El único que vale la pena comentar.

Abrió los ojos.

– No me ha contestado.

– No recuerdo cuál era la pregunta.

Abrió la boca para responderle, pero entendió que le estaba tomando el pelo e hizo una mueca.

– Vuelva a cerrar el ojo -dijo Phillip-. Todavía no he terminado. -Cuando Eloise obedeció, añadió-: “Lo suficiente” quiere decir que no tenía que pelear si no quería.

– Pero no era el campeón -conjeturó ella.

– Puede abrir el ojo.

Eloise lo abrió y parpadeó al darse cuenta de lo cerca que estaba Phillip.

Él se echó hacia atrás.

– No, no lo era.

– ¿Y por qué no?

Él encogió los hombros.

– Porque no me importaba lo suficiente.

– ¿Qué le parece? -preguntó ella.

– ¿El ojo?

Eloise asintió.

– No creo que podamos hacer nada para evitar que tenga el ojo morado durante unos días.

– Creí que no me había golpeado el ojo -dijo ella, suspirando frustrada-. Cuando caí, me refiero. Creí que me había hecho daño en la mejilla.