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Un malentendido que sólo podía provocarle la muerte y posterior desmembramiento. No parecían dispuestos a dejar que nadie les pusiera una mano encima a sus hermanas, y mucho menos les pusiera un ojo morado.

– Dígales la verdad, Eloise -dijo Phillip, cansado.

– Fueron sus hijos -dijo, con una mueca.

Sin embargo, Phillip no se preocupó. Aunque habían estado a punto de estrangularlo, no parecían capaces de golpear a dos niños inocentes. Y Eloise no hubiera dicho nada si hubiera creído que los estaba poniendo en peligro.

– ¿Tiene hijos? -preguntó Anthony, lanzándole a Phillip una mirada menos despectiva.

Phillip pensó que Anthony también debía ser padre.

– Dos -respondió Eloise-. En realidad, son gemelos. Un niño y una niña de ocho años.

– Enhorabuena -dijo Anthony.

– Gracias -respondió Phillip, sintiéndose muy cansado y mayor en ese momento-. Creo que las condolencias serían más adecuadas.

Anthony lo miró con curiosidad y casi sonriendo.

– No se mostraron excesivamente entusiasmados con mi llegada -dijo Eloise.

– Chicos listos -dijo Anthony.

Ella lo miró muy seria.

– Ataron una cuerda en mitad del pasillo -dijo-. Como la trampa que me tendió Colin. -Se giró hacia su hermano con una mirada diabólica-. En 1804.

Colin puso cara de incredulidad.

– ¿Te acuerdas de la fecha exacta?

– Se acuerda de todo -dijo Benedict.

Eloise se giró hacia su otro hermano.

A pesar del dolor en la garganta, Phillip estaba empezando a disfrutar de la conversación.

Eloise se giró hacia Anthony, regia como una reina.

– Me caí -dijo.

– ¿Sobre el ojo?

– No, sobre la cadera, pero no tuve tiempo de apoyar las manos y me golpeé la mejilla. Supongo que el morado se extendió a la zona del ojo.

Anthony miró a Phillip con una expresión feroz.

– ¿Es la verdad?

Phillip asintió.

– Lo juraría sobre la tumba de mi hermano. Los niños le dirán lo mismo si quiere subir a interrogarlos.

– Claro que no quiero -gruñó Anthony-. Nunca haría… -Se aclaró la garganta y dijo-: Levántese. -Aunque compensó la brusquedad del tono al ofrecerle la mano.

Phillip la aceptó, porque ya había decidido que era mejor tenerlo como aliado que como enemigo. Observó a los cuatro Bridgerton, casi con precaución. Si decidían atacarlo los cuatro a la vez, no tenía ninguna opción, y no estaba tan seguro de que el peligro ya hubiera pasado.

Al final del día, estaría casado o muerto y no estaba preparado para que la decisión la tomaran esos cuatro a mano alzada.

Entonces, después de hacer callar a sus cuatro hermanos pequeños con una mirada, Anthony se giró hacia Phillip y dijo:

– Quizá quiera explicarme, desde el principio, qué ha sucedido.

De reojo, Phillip vio que Eloise abría la boca para intervenir, pero luego la cerró y se sentó en una silla con una expresión que, si no era sumisa, era lo más parecido a la sumisión que le había visto.

Phillip decidió que necesitaba aprender a mirar como Anthony Bridgerton. Haría callar a sus hijos en un santiamén.

– No creo que Eloise nos interrumpa -dijo Anthony, con suavidad-. Por favor, empiece.

Phillip miró a Eloise, que parecía a punto de estallar. Sin embargo, se mordió la lengua que, para alguien como ella, era casi un milagro.

Phillip relató los sucesos que habían traído a Eloise a Romney Hall. Le explicó a Anthony lo de las cartas; cómo empezó todo con la nota de pésame que su hermana le había enviado cuando su mujer había muerto y cómo, a partir de aquello, empezaron una amigable correspondencia, aunque se vio obligado a hacer una pausa cuando Colin dijo:

– Siempre me pregunté qué escribía tanto rato en su habitación.

Cuando Phillip lo miró, extrañado, Colin levantó las manos y añadió:

– Siempre llevaba los dedos manchados de tinta, y nunca supe por qué.

Phillip acabó de explicar la historia con un:

– Así que, como verán, buscaba una esposa. Y, a juzgar por el tono de las cartas, Eloise parecía inteligente y razonable. Mis hijos, como comprobarán si se quedan el tiempo suficiente como para conocerlos, pueden ser bastante… -buscó el adjetivo más positivo-… difíciles de controlar -dijo, satisfecho con la descripción-. Y esperaba que Eloise fuera una influencia tranquila para ellos.

– ¿Eloise? -se burló Benedict, y Phillip vio en sus caras que los otros tres hermanos pensaban lo mismo.

Y aunque a Phillip quizá le hubiera hecho gracia el comentario de Benedict, recordando todo lo sucedido, y quizás incluso hubiera estado de acuerdo con Anthony en lo del bozal, quedó claro que los hermanos Bridgerton no tenían a su hermana en la estima que se merecía.

– Su hermana -dijo, con una voz muy seca-, ha sido una influencia maravillosa para mis hijos. Y les ruego que no la menosprecien delante de mí.

Seguramente, acababa de firmar su sentencia de muerte. Eran cuatro e insultarlos así no jugaba en su favor. Y a pesar de que habían cruzado medio país para venir a proteger la virtud de Eloise, no iba a permitir que se presentaran en su casa y se rieran y se burlaran de ella.

De Eloise, no. No delante de él.

Sin embargo, para su mayor sorpresa, ninguno dijo nada y Anthony, que todavía seguía llevando la voz cantante, lo estaba mirando fijamente mientras asentía, como si estuviera quitando todas las capas hasta ver lo que realmente había en su interior.

– Usted y yo tenemos mucho de qué hablar -dijo Anthony, muy tranquilo.

Phillip asintió.

– Supongo que también querrá hablar con su hermana.

Eloise le lanzó una mirada de agradecimiento. Y no le sorprendió. Se imaginaba que no le hacía ninguna gracia que la dejaran de lado cuando se trataba de su vida. En realidad, no le hacía ninguna gracia que la dejaran de lado, se tratara de lo que se tratara.

– Sí -dijo Anthony-. De hecho, creo que primero hablaré con ella, si a usted no le importa.

Como si Phillip fuera tan estúpido como para contradecir a un Bridgerton mientras los otros tres estaban allí preparados para lo que fuera.

– Puede utilizar mi despacho -dijo-. Eloise sabe dónde está.

Enseguida se dio cuenta de que era lo peor que podía haber dicho. Ninguno de los hermanos necesitaba que les recordara que Eloise llevaba en esa casa el tiempo suficiente como para conocer la distribución de las habitaciones.

Y, sin más, Anthony y Eloise salieron del comedor, dejando a Phillip solo con lo otros tres hermanos Bridgerton.

– ¿Les importa que me siente? -preguntó Phillip, que se temía que lo tendrían allí un buen rato.

– No, siéntese tranquilo -dijo Colin, amigablemente. Benedict y Gregory seguían sin quitarle la vista de encima. A Phillip no le pareció que Colin hubiera venido a hacer amigos. Puede que fuera más amable que sus hermanos, pero reconoció una astucia en sus ojos que era mejor no obviar.

– Coman, por favor -dijo Phillip, señalando la comida que había intacta encima de la mesa.

Benedict y Gregory lo miraron como si les estuviera ofreciendo veneno, pero Colin se sentó frente a él y cogió un crujiente panecillo.

– Son excelentes -le dijo Phillip, aunque aquella noche todavía no había tenido ocasión de probarlos.

– ¡Qué bien! -dijo Colin, mordiendo un trozo-. Estoy muerto de hambre.

– ¿Cómo puedes pensar en comer? -le preguntó Gregory, furioso.

– Siempre pienso en comer -respondió Colin, buscando con los ojos la mantequilla hasta que la localizó-. ¿En qué otra cosa puedo pensar?

– En tu mujer -gruñó Benedict.

– Ah, sí, mi mujer -dijo Colin, asintiendo. Se giró hacia Phillip, lo miró fijamente y añadió-: Para su información, preferiría haber pasado la noche con mi mujer.

A Phillip no se le ocurrió ninguna respuesta que no fuera ofensiva para la ausente señora Bridgerton, así que asintió y se untó un panecillo con mantequilla.