Y ahora fue ella la que le apretó la mano, y no porque lo quisiera, sino porque en ese momento se dio cuenta de cuánto lo quería.
– Haces que la vida sea especial, Eloise -dijo Anthony-. Siempre has tomado tus propias decisiones, siempre lo has tenido todo bajo control. Puede que a ti no te lo pareciera, pero es así.
Ella cerró los ojos un instante y meneó la cabeza mientras decía:
– Bueno, cuando vine aquí, intentaba tomar mi propia decisión. Parecía un buen plan.
– Y, a lo mejor -dijo Anthony, muy despacio-, descubres que, al final, sí que lo es. Sir Phillip parece un hombre honorable.
Eloise no pudo evitar poner cara de enfadada.
– ¿Has podido deducir todo eso mientras le rodeabas el cuello con las manos?
Anthony le lanzó una mirada de superioridad.
– Te sorprendería lo que un hombre puede deducir de otro mientras se pelean.
– ¿A eso llamas pelear? ¡Erais cuatro contra uno!
Anthony se encogió de hombros.
– No he dicho que fuera una pelea justa.
– Eres incorregible.
– Un adjetivo interesante, teniendo en cuenta tus actividades más recientes.
Eloise se sonrojó.
– Muy bien -dijo Anthony, en un tono decidido que anunciaba un cambio de tema-. Esto es lo que vamos a hacer.
Y Eloise supo que, dijera lo que dijera, eso es lo que ella tendría que hacer. Estaba muy decidido.
– Ahora mismo subirás a hacer las maletas -dijo Anthony-, y nos instalaremos en Mi Casa durante una semana.
Eloise asintió. Mi Casa era el extraño nombre de la casa de Benedict, en Wiltshire, no muy lejos de Romney Hall. Vivía allí con su mujer, Sophie, y sus tres hijos. No era demasiado grande, pero habría espacio de sobras para unos cuantos Bridgerton más.
– Tu sir Phillip puede ir a visitarte cada día -continuó, y Eloise entendió perfectamente el significado de esa frase: Tu sir Phillip irá a visitarte cada día.
Volvió a asentir.
– Si, al final de la semana, determino que es suficientemente bueno para casarse contigo, lo harás. Inmediatamente.
– ¿Estás seguro de que puedes juzgar el carácter de un hombre en una semana?
– No se necesita más -dijo Anthony-. Y si no estoy seguro, pues nos esperaremos otra semana.
– A lo mejor sir Phillip no quiere casarse conmigo -dijo Eloise, que se sintió en la obligación de decirlo.
Anthony la miró fijamente.
– No tiene esa opción.
Eloise tragó saliva.
Anthony arqueó una ceja, muy arrogante.
– ¿Entendido?
Ella asintió. El plan de su hermano parecía razonable, de hecho era más razonable que el que habrían propuesto muchos hermanos mayores, y si al final todo salía mal, si decidía que no podía casarse con sir Phillip Crane, entonces tenía una semana para ver cómo salía de aquel embrollo. En una semana, podían pasar muchas cosas.
Mira todo lo que había pasado en la última.
– ¿Volvemos al comedor? -preguntó Anthony-. Supongo que debes tener hambre y, si tardamos un poco más, seguro que Colin le dejará la despensa vacía a nuestro anfitrión.
Eloise asintió.
– Eso si no lo han matado.
Anthony hizo una pausa.
– Así me ahorraría los gastos de una boda.
– ¡Anthony!
– Es una broma, Eloise -dijo, meneando la cabeza-. Venga, vamos a ver si tu sir Phillip todavía sigue en el mundo de los vivos.
– Y entonces -iba diciendo Benedict cuando Anthony y Eloise entraron en el comedor-, llegó la moza de la taberna y tenía unas…
– ¡Benedict! -exclamó Eloise.
Benedict miró a su hermana con la culpabilidad escrita en la cara, se colocó las manos delante del pecho, para demostrar el tamaño de lo que estaba diciendo, y añadió:
– Perdón.
– Estás casado -le riñó Eloise.
– Sí, pero no ciego -dijo Colin, con una sonrisa.
– ¡Y tú también! -le acusó ella.
– Sí, pero no ciego -repitió él.
– Eloise -dijo Gregory con lo que, según Eloise, era la mayor muestra de condescendencia que jamás había oído-, hay cosas imposibles de no ver. Sobre todo -añadió-, si eres hombre.
– Es verdad -admitió Anthony-. Lo vi con mis propios ojos.
Eloise los miró horrorizada, intentando encontrar en la cara de alguno de ellos un poco de cordura. Sus ojos se detuvieron en Phillip que, a juzgar por su aspecto, sin mencionar el principio de embriaguez, había establecido un vínculo de por vida con sus hermanos durante el breve espacio de tiempo que ella había estado en el despacho hablando con Anthony.
– ¿Sir Phillip? -preguntó, esperando a que dijera algo aceptable.
Sin embargo, Phillip sólo pudo sonreír.
– Sé de quien están hablando -dijo-. He estado en esa taberna varias veces. Lucy es famosa en toda la provincia.
– Incluso yo he oído hablar de ella -dijo Benedict, asintiendo-. Sólo estoy a una hora a caballo. Menos, si voy al galope.
Gregory se acercó a Phillip, con aquellos ojos azules brillantes, y le preguntó:
– ¿Y usted, alguna vez…?
– ¡Gregory! -gritó Eloise. Aquello era demasiado. Sus hermanos no deberían hablar de esas cosas delante de ella pero, además, lo último que quería saber era si sir Phillip se había acostado con una moza de taberna con unos pechos del tamaño de una sopera.
Sin embargo, Phillip meneó la cabeza.
– Está casada -dijo-. Y yo también lo estaba.
Anthony se giró hacia Eloise y le susurró:
– Será un buen marido.
– Me alegra saber que este comentario te sirve para aprobar a un posible marido para tu adorada hermana -dijo ella.
– Créeme -insistió Anthony-. He visto a Lucy. Y este hombre tiene un gran poder de autocontrol.
Eloise colocó los brazos en jarras y se giró hacia su hermano.
– ¿Sentiste tentaciones?
– ¡Claro que no! Kate me cortaría el cuello.
– No estoy hablando de lo que Kate te haría si descubriera que la habías engañado, aunque dudo que empezara por el cuello…
Anthony hizo una mueca. Sabía que su hermana tenía razón.
– Sólo quiero saber si sentiste tentaciones.
– No -admitió él, meneando la cabeza-. Pero no se lo digas a nadie. Antes me consideraban un vividor. No quisiera que la gente creyera que estoy totalmente domesticado.
– Debería darte vergüenza.
Anthony sonrió.
– Y, sin embargo, mi mujer sigue estando loca por mí, que es lo que realmente importa, ¿no te parece?
Eloise supuso que tenía razón. Suspiró.
– ¿Qué vamos a hacer con estos? -dijo, refiriéndose al cuarteto de hombres sentados a la mesa que estaba, literalmente, cubierta de platos vacíos. Phillip, Benedict y Gregory estaban apoyados en los respaldos de las sillas, saciados. Colin seguía comiendo.
Anthony se encogió de hombros.
– No sé qué quieres hacer tú, pero yo voy a unirme a ellos.
Eloise se quedó en la puerta, observando cómo se sentaba y se servía una copa de vino. Por suerte, habían dejado de hablar de Lucy y sus pechos y ahora hablaban de boxeo. O, al menos, eso le había parecido. Phillip le estaba demostrando un movimiento de manos a Gregory.
Y entonces le clavó un puñetazo en la cara.
– Lo siento -dijo, golpeando a Gregory en la espalda. Sin embargo, Eloise vio que tenía la comisura de los labios levemente inclinada; estaba sonriendo-. No te dolerá mucho. A mí, la barbilla ya casi no me duele.
Gregory gruñó algo así como que no le dolía, pero se acarició la barbilla.
– ¿Sir Phillip? -dijo Eloise, en voz alta-. ¿Puedo hablar con usted un segundo?
– Claro -respondió él, y se levantó inmediatamente aunque, en realidad, todos los hombres deberían haberse levantado, ya que ella seguía de pie en la puerta.
Phillip se le acercó.