– Pues a mí me parece que las flores son muy bonitas -dijo Sophie, muy decidida-. No me importa si tiene ochocientas variedades en casa. El hecho es que ha pensado en traerlas.
Eloise asintió, odiándose. Quería sentirse mejor, quería estar contenta y optimista, pero no podía.
– Benedict nunca me explicó los detalles -continuó Sophie, ignorando la angustia de Eloise-. Ya conoces a los hombres. Nunca te dicen lo que quieres saber.
– ¿Qué quieres saber?
Sophie miró a sir Phillip, para calcular el tiempo que todavía tenían para hablar.
– Está bien, para empezar, ¿es verdad que no lo conocías cuando te escapaste?
– En persona, no -admitió Eloise. Cuando lo explicaba, parecía una estupidez. ¿Quién iba a pensar que una Bridgerton se escaparía con un hombre al que no conocía?
– Bueno -dijo Sophie, con una voz muy práctica-. Si, al final, todo sale bien será una historia maravillosa.
Eloise tragó saliva, un poco incómoda. Todavía era demasiado temprano para saber si, al final, todo saldría bien. Sospechaba, bueno estaba segura, que acabaría casada con sir Phillip, pero ¿quién sabía qué clase de matrimonio iban a tener? No lo quería, al menos, no de momento, y él tampoco la quería y, aunque al principio creía que no pasaba nada, ahora que estaba en Wiltshire, intentando no darse cuenta de cómo Benedict miraba a Sophie, se preguntaba si habría cometido un error monumental.
Además ¿quería casarse con un hombre que, básicamente, lo que quería era una madre para sus hijos?
Si no podía tener amor, ¿no era mejor estar sola?
Por desgracia, la única manera de responder a esas preguntas era casándose con sir Phillip y ver cómo les iba. Y, si no salía bien…
Estaría atrapada.
El camino más fácil para terminar un matrimonio era la muerte y, honestamente, era una opción que Eloise jamás se había planteado.
– Señorita Bridgerton.
Phillip estaba frente a ella, ofreciéndole un ramo de orquídeas blancas.
– Le he traído esto.
Eloise sonrió, animada por el cosquilleo que sintió ante su presencia.
– Gracias -dijo, aceptando las flores y oliéndolas-. Son preciosas.
– ¿Dónde las ha conseguido? -preguntó Sophie-. Son exquisitas.
– Las cultivo yo mismo -respondió él-. Tengo un invernadero.
– Sí, es verdad -dijo Sophie-. Eloise me ha comentado que es botánico. Yo intento cuidar el jardín, aunque debo admitir que, la mitad del tiempo, no tengo ni la menor idea de lo que hago. Estoy segura que los jardineros me consideran su cruz.
Eloise se aclaró la garganta, consciente de que no había hecho las obligadas presentaciones.
– Sir Phillip -dijo, haciendo un gesto hacia su cuñada-, le presento a Sophie, la mujer de Benedict.
Phillip la tomó de la mano e hizo una reverencia, diciendo:
– Señora Bridgerton.
– Es un placer conocerlo -dijo Sophie, con su mejor sonrisa-. Por favor, llámeme por mi nombre de pila. He oído que con Eloise lo hace y, además, parece que prácticamente es un miembro más de la familia.
Eloise se sonrojó.
– ¡Oh! -exclamó Sophie, avergonzada-. No lo decía por ti, Eloise. Jamás asumiría que… Oh, cielos. Quería decir que lo decía porque los hombres… -Bajó la cabeza al tiempo que notaba la cara colorada como un tomate-. Bueno -susurró-, he oído que ayer bebieron mucho vino.
Phillip se aclaró la garganta.
– Un detalle que prefiero no recordar.
– El hecho de que lo recuerde ya es mucho -dijo Eloise, con dulzura.
Phillip la miró, dejando claro que no lo había engañado con ese tono inocente.
– Es muy amable.
– ¿Le duele la cabeza? -preguntó ella.
Él hizo una mueca.
– Mucho.
Ella debería haberse preocupado. Debería haber sido amable con él, sobre todo después de que se hubiera tomado la molestia de traerle aquellas orquídeas tan especiales. Sin embargo, no pudo evitar pensar que tenía lo que se merecía y dijo, tranquilamente, pero lo dijo:
– Me alegro.
– ¡Eloise! -la riñó Sophie.
– ¿Cómo está Benedict? -le preguntó Eloise, dulcemente.
Sophie suspiró.
– Lleva toda la mañana tirado por ahí, y Gregory ni siquiera se ha levantado de la cama.
– En comparación con ellos, parece que he salido bastante bien parado -dijo Phillip.
– A excepción de Colin -dijo Eloise-. Jamás se resiente de los efectos del alcohol. Y Anthony bebió menos que los demás, por supuesto.
– Un hombre con suerte.
– ¿Le apetece beber algo, sir Phillip? -preguntó Sophie, arreglándose el sombrero para que le hiciera sombra en los ojos-. Sin alcohol, claro, teniendo en cuenta las circunstancias. Sería un placer invitarlo a un vaso de limonada.
– Lo aceptaré encantado. Gracias. -Vio cómo se levantaba y se alejaba hacia la casa y se sentó en su silla, delante de Eloise.
– Me alegra mucho verla esta mañana -dijo, aclarándose la garganta. Nunca había sido un hombre muy hablador y, obviamente, ese día no era una excepción, a pesar de las extraordinarias circunstancias que los habían llevado a esa situación.
– A mí también -dijo ella.
Phillip cambió de postura. La silla era demasiado pequeña para él, como casi todas.
– Debo disculparme por mi comportamiento de anoche -dijo, con rigidez.
Ella lo miró, perdiéndose unos segundos en aquellos ojos negros, antes de bajar la vista hacia el césped. Parecía sincero, seguramente lo era. No lo conocía muy bien; al menos, no lo suficiente como para casarse aunque eso ahora había quedado en un segundo plano, pero no parecía de los que piden perdón a la ligera. Sin embargo, todavía no estaba preparada para caer a sus pies agradecida, de modo que, cuando le contestó, lo hizo en un tono moderado.
– Tengo hermanos -dijo-. Ya estoy acostumbrada.
– Puede que usted lo esté, pero yo no. Y le aseguro que no tengo por costumbre beber en exceso.
Eloise asintió, aceptando sus disculpas.
– He estado pensando -dijo él.
– Yo también.
Phillip se aclaró la garganta y se tocó el nudo de la corbata como si, de repente, le apretara.
– Tendremos que casarnos, claro.
No le dijo nada que ella no supiera, pero había algo terrible en su voz. Quizá fue la ausencia de emoción, como si fuera un problema más que tuviera que resolver. O quizá fue la manera tan resuelta de decirlo, como si ella no tuviera otra opción, y aunque, en realidad, era así, no le gustaba que se lo recordaran.
Fuera lo que fuera, la hizo sentirse extraña, e incómoda, como si necesitara saltar y salir de su cuerpo.
Se había pasado su vida de adulta tomando sus propias decisiones y se consideraba la mujer más afortunada del mundo porque su familia se lo había permitido. Quizá por eso ahora le parecía insoportable que la obligaran a ir por un camino antes de estar preparada para ello.
O quizás era insoportable porque había sido ella la que lo había empezado todo. Estaba furiosa consigo misma y, por eso, estaba de lo más insolente con todo el mundo.
– Haré lo que esté en mi mano para hacerla feliz -dijo él, un poco brusco-. Y los niños necesitan una madre.
Eloise sonrió. Le habría gustado que se casaran por algo más que los niños.
– Estoy seguro de que será una gran ayuda -dijo él.
– Una gran ayuda -repitió ella, odiando el sonido de esas palabras.
– ¿No está de acuerdo?
Eloise asintió, básicamente porque tenía miedo de que, si abría la boca, empezaría a gritar.
– Perfecto -dijo él-. Entonces está todo arreglado.
“Está todo arreglado.” Aquella sería, para el resto de su vida, su gran proposición de matrimonio. Y lo peor de todo era que no tenía derecho a quejarse. Era ella la que se había escapado de casa sin darle a Phillip tiempo suficiente para encontrar una acompañante. Era ella la que había decidido ir en busca de su destino. Era ella la que había actuado sin pensar y ahora lo único que tenía eran esas palabras.