“Está todo arreglado.”
Tragó saliva.
– Perfecto.
Phillip la miró, extrañado.
– ¿No está contenta?
– Claro -dijo, muy seca.
– Pues no lo parece.
– Estoy contenta -repitió ella.
Phillip dijo algo entre dientes.
– ¿Qué ha dicho? -preguntó ella.
– Nada.
– Ha dicho algo.
La miró con impaciencia.
– Si hubiera querido que lo escuchara, lo habría dicho en voz alta.
Eloise contuvo el aliento.
– En tal caso, no debería haber dicho nada.
– Hay algunas cosas -dijo Phillip-, que es imposible guardarse dentro.
– ¿Qué ha dicho? -insistió ella.
Phillip se pasó la mano por el pelo.
– Eloise…
– ¿Me ha insultado?
– ¿De verdad quiere saberlo?
– Puesto que parece que vamos a casarnos -dijo ella-, sí.
– No recuerdo las palabras exactas -respondió-. Pero creo haber combinado las palabras “mujeres” y “poco sentido común” en la misma frase.
No debería haberlo dicho. Sabía que no debería haberlo dicho; era de mala educación en cualquier circunstancia y, en la actual, mucho más. Sin embargo, lo había pinchado una y otra vez hasta que lo había hecho explotar. Era como si le hubiera clavado una aguja debajo de la piel y luego, para divertirse, la hubiera empezado a mover.
Además, ¿por qué estaba de tan mal humor, esta mañana? Él sólo había puesto las cartas sobre la mesa. Tendrían que casarse y, sinceramente, debería alegrarse de que, ya que se había metido en una situación tan comprometida, al menos fuera con un hombre que estuviera dispuesto a hacer lo correcto y aceptara casarse con ella.
No esperaba que le diera las gracias. Demonios, él tenía la culpa igual que ella; la había invitado a visitarlo. Pero ¿esperar una sonrisa y buen humor era pedir demasiado?
– Me alegro de que hayamos mantenido esta conversación -dijo, de repente, Eloise-. Ha estado muy bien.
Phillip la miró, sospechando algo malo enseguida.
– ¿Cómo?
– Ha sido muy beneficiosa -dijo-. Una siempre debería conocer a su futuro marido antes de casarse y…
Phillip gruñó. Aquello no iba a terminar bien.
– Y -añadió Eloise, muy seca, interrumpiéndole el gruñido-, ha quedado muy claro su sentimiento hacia las mujeres.
Phillip solía huir de los conflictos pero es que aquello ya era demasiado.
– Si no recuerdo mal -respondió-, nunca le he expresado mi sentimiento hacia las mujeres.
– Lo suponía -dijo ella-. Y la frase con las palabras “mujeres” y “poco sentido común” sólo me lo ha confirmado.
– ¿De veras? -preguntó él arrastrando las palabras-. Bueno, pues ahora pienso otra cosa.
Ella entrecerró los ojos.
– ¿Qué quiere decir?
– Que he cambiado de opinión. Acabo de decidir que no tengo ningún problema con el género femenino. De hecho, a la única que encuentro insoportable es a usted.
Eloise se echó hacia atrás, ofendida.
– ¿Es que nadie la ha llamado insoportable antes? -le costaba creerlo.
– Nadie que no fuera de mi familia -respondió ella.
– Pues debe vivir en una sociedad muy educada. -Phillip volvió a cambiar de posición. ¿Es que nadie hacía sillas para hombres corpulentos?-. Eso o es que le tienen tanto miedo que se acomodan a sus caprichos.
Eloise se sonrojó y Phillip no supo si era porque había dado en el clavo y le daba vergüenza o si estaba tan enfadada que no podía ni hablar.
Seguramente, por ambas cosas.
– Lo siento -dijo Eloise, entre dientes.
Phillip la miró, sorprendido.
– ¿Cómo dice? -No podía ser cierto.
– He dicho que lo siento -repitió ella, dejando claro que no iba a repetirlo una tercera vez, así que sería mejor que prestara atención.
– Oh -dijo él, que estaba demasiado sorprendido como para decir cualquier otra cosa-. Gracias.
– De nada. -El tono no era muy amable, pero parecía estar haciendo un esfuerzo por controlarse.
Por un segundo, Phillip no dijo nada. Pero luego no pudo evitar preguntar:
– ¿Por qué?
Ella lo miró, irritada por el hecho de que no hubiera dado por terminada la conversación.
– ¿Tenía que preguntarlo?
– Bueno, sí.
– Lo siento -gruñó Eloise-, porque estoy de mal humor y he sido muy maleducada con usted. Y si me pregunta cuán maleducada he sido, le juro que me levantaré, me marcharé y no me volverá a ver en la vida porque, se lo advierto, esta disculpa ya es muy difícil por sí misma para que encima tenga que darle más explicaciones.
Phillip decidió que aquello bastaría.
– Gracias -dijo, con suavidad.
No dijo nada en un minuto que fue, seguramente, el minuto más largo de su vida, pero entonces decidió atreverse y decirlo.
– Si le sirve de algo -le dijo-, ya había decidido que nos adaptaríamos bien antes de que llegaran sus hermanos. Ya había decidido pedirle que se casara conmigo. Como Dios manda, con un anillo y lo que sea que se supone que tenga que hacer. No sé. Ha pasado mucho tiempo desde que le propuse matrimonio a mi difunta mujer y, en cualquier caso, aquello no se produjo en las mejores circunstancias.
Eloise lo miró, sorprendida… y quizá también un poco agradecida.
– Siento mucho que la llegada de sus hermanos haya acelerado algo para lo que todavía no estaba preparada -dijo-, pero no lamento que haya sucedido.
– ¿No? -susurró ella-. ¿De verdad?
– Le daré todo lo que pueda necesitar -dijo-, dentro de los límites de lo razonable, claro. Pero no puedo… -Levantó la cabeza y vio que Anthony y Colin venían hacia ellos, seguidos de un camarero con una bandeja llena de comida-. No puedo hablar por sus hermanos. Me imagino que estarán dispuestos a esperar el tiempo que usted necesite. Sin embargo, y para serle sincero, si fuera mi hermana ya la habría arrastrado a la iglesia ayer por la noche.
Eloise miró a sus hermanos; todavía tardarían medio minuto en llegar. Abrió la boca y luego la cerró porque, obviamente, se lo había pensado dos veces antes de hablar. No obstante, después de varios segundos, durante los cuales Phillip casi pudo ver cómo giraba la maquinaria dentro de su cabeza, Eloise le preguntó:
– ¿Por qué decidió que nos adaptaríamos bien?
– ¿Perdón? -Sólo era una maniobra dilatoria, claro. No se esperaba una pregunta tan directa.
Aunque sólo Dios sabía por qué no. Al fin y al cabo, era Eloise.
– ¿Por qué decidió que nos adaptaríamos bien? -repitió ella, muy decidida.
Aunque, claro, así es cómo Eloise hacía las preguntas, con decisión. Cuando podía ir directa al grano y llegar al fondo de una cuestión, nunca se andaba con rodeos.
– Eh… Yo… -Phillip tosió para aclararse la garganta.
– No lo sabe -dijo Eloise, decepcionada.
– Claro que lo sé -protestó él. A ningún hombre le gustaba que le dijeran que no sabía por qué hacía las cosas.
– No lo sabe. Si lo supiera, no estaría ahí sentado sin decir nada.
– ¡Por el amor de Dios, mujer! ¿Es que no tiene ni un poco de compasión? Un hombre necesita un tiempo para formular una respuesta.
– Ah -dijo la siempre genial voz de Colin Bridgerton-. Aquí está la pareja feliz.
Phillip jamás había estado tan contento de ver a otro ser humano en toda su vida.
– Buenos días -les dijo a los dos Bridgerton, increíblemente feliz de escapar del interrogatorio de Eloise.
– ¿Tiene hambre? -le preguntó Colin, sentándose a su lado-. Me he tomado la libertad de pedir que nos sirvieran el desayuno al aire libre.
Phillip miró al lacayo y se preguntó si debería ofrecerle su ayuda. Daba la sensación de que el pobre hombre caería redondo en cualquier momento por el peso de la bandeja.
– ¿Cómo estás esta mañana? -le preguntó Anthony a su hermana mientras se sentaba en el banco, a su lado.