– Eres tan preciosa -le dijo-. ¿Sabes qué pensé el primer día que te vi?
Eloise agitó la cabeza, deseando escuchar la respuesta.
– Pensé que podría ahogarme en tus ojos. Pensé -dijo, acercándose más y respirando casi encima de ella-, que podría ahogarme en ti.
Eloise notó cómo se desplazaba hacia él.
Phillip le tocó los labios y le hizo cosquillas con el dedo. Aquel movimiento lanzó latigazos de placer por todo su cuerpo hasta el centro más sensitivo, hasta lugares prohibidos incluso para ella.
Y entonces comprendió que, hasta ese momento, nunca había entendido el poder del deseo. No tenía ni idea.
– Bésame -susurró.
Phillip sonrió.
– Siempre me estás dando órdenes.
– Bésame.
– ¿Estás segura? -le dijo, sonriendo-. Porque si lo hago, puede que no sea capaz de…
Eloise le cogió la cabeza y lo atrajo hacia ella.
Phillip se rió contra sus labios y la rodeó con los brazos con fuerza. Eloise abrió la boca, dándole la bienvenida, gimiendo de placer cuando Phillip le introdujo la lengua en la boca y exploró su calidez. Jugueteó y lamió, encendiendo lentamente un fuego en su interior, mientras la apretaba cada vez más contra su cuerpo hasta que su calor atravesó las capas de tela del vestido y la envolvió en un huracán de deseo.
Bajó las manos hasta las nalgas, se las apretó y masajeó y la subió hasta que…
Ella jadeó. Tenía veintiocho años, los suficientes para haber escuchado comentarios indiscretos. Sabía lo que significaba aquel miembro duro. Aunque nunca se hubiera imaginado que estuviera tan caliente, tan potente.
Se echó hacia atrás, casi instintivamente, pero él no la soltó, la atrajo más hacia él y la frotó contra él.
– Quiero estar dentro de ti -le gimió a la oreja.
A Eloise se le doblaron las piernas.
Pero no importó, claro; Phillip la agarró con más fuerza, la tendió en el sofá y se colocó encima de ella, presionándola contra los cojines de color crema. Pesaba mucho, pero era un peso delicioso, y Eloise echó la cabeza hacia atrás cuando los labios de Phillip abandonaron su boca y viajaron por la garganta hacia abajo.
– Phillip -gimió, como si su nombre fuera lo único que pudiera pronunciar.
– Sí -dijo él, muy excitado-. Sí.
Parecía que las palabras le salían deformadas, y Eloise no tenía ni idea de qué estaba hablando, pero fuera lo que fuera a lo que estaba diciendo que sí, ella también lo quería. Lo quería todo. Todo lo que él quisiera, todo lo que fuera posible.
Y lo que fuera imposible, también. Ya no entendía de razones, sólo de sensaciones. Sólo obedecía al deseo y a la necesidad y a aquella increíble sensación de ahora.
No se trataba de ayer ni de mañana. Se trataba del ahora y lo quería todo.
Sintió su mano en el tobillo, seca y callosa, y notó que subía hasta el límite de las medias. No se detuvo, no hizo nada para pedirle permiso de manera implícita, aunque ella se lo dio de todos modos: separó las piernas hasta que él se colocó más cómodo entre sus muslos, dándole más espacio para acariciarla y para juguetear en su piel.
Phillip avanzó más y más, deteniéndose de vez en cuando para apretar aquí y allá, y Eloise creía que aquella espera la iba a matar. Estaba en llamas por él, se sentía mojada y extraña y tan fuera de sí que, en cualquier momento, iba a disolverse en una piscina de vacío.
O se evaporaría completamente. O sólo explotaría.
Y entonces, justo cuando estaba convencida de que nada podía ser más extraño, nada podía tensarla más de lo que ya estaba, la tocó.
La tocó.
La tocó donde nadie la había tocado en su vida, donde ni siquiera ella se había atrevido a tocarse. La tocó de manera tan íntima y tan tierna que Eloise tuvo que morderse el labio para evitar gritar su nombre.
Y, mientras su dedo se introducía lentamente en ella, Eloise supo que, a partir de entonces, ya no se pertenecía a sí misma.
Ahora era de Phillip.
Dentro de un tiempo volvería a ser ella, volvería a tenerlo todo bajo control, en plenos poderes y facultades, pero ahora era suya. En ese momento, en ese segundo, vivía por él, por todo lo que podía hacerle sentir, por cada suspiro de deseo, cada gemido de placer.
– Oh, Phillip -jadeó, casi en un ruego, una promesa, una pregunta. Era todo lo que tenía que decir para asegurarse de que no se detuviera. No tenía ni idea de a dónde la llevaría aquello, ni siquiera si sería la misma persona después, pero estaba segura que tenía que llegar a algún sitio. Era imposible que se quedara en ese estado para siempre. Estaba tan tensa que iba a romperse.
Casi había llegado. Tenía que llegar.
Necesitaba algo. Necesitaba alivio y sabía que sólo podía dárselo Phillip.
Se arqueó contra él con una fuerza que jamás hubiera imaginado que poseyera; de hecho, los levantó a los del sofá con su necesidad. Le agarró los hombros, apretando con todas sus fuerzas, y luego le rodeó la cintura en un intento de atraerlo más hacia ella.
– Eloise -gimió él, subiendo la otra mano por la pierna y levantándole la falda hasta que la agarró por la espalda-. ¿Tienes idea de qué…?
Y entonces, Eloise no tenía ni idea de qué le había hecho, aunque seguro que Phillip tampoco lo sabía, pero se le tensó el cuerpo entero. No podía hablar, no podía moverse mientras, con la boca abierta en un apagado grito de sorpresa, placer y mil cosas más, intentaba respirar. Y luego, cuando creía que no iba a poder sobrevivir ni un segundo más, empezó a sacudirse y se dejó caer debajo de él, respirando de manera entrecortada, tan agotada que no hubiera podido mover ni el dedo meñique de la mano.
– Oh, Dios mío -dijo, al final, porque la blasfemia era lo único que le venía a la cabeza-. Oh, Dios mío.
Phillip la agarró con más fuerza por la cintura.
– Oh, Dios mío.
Phillip la soltó y subió las manos para acariciarle el pelo. Lo hizo con delicadeza a pesar de que su cuerpo estaba tenso y rígido.
Eloise se quedó ahí, preguntándose si alguna vez podría volver a moverse, respirando contra su pecho mientras notaba cómo el respiraba contra su sien. Al final, Phillip se levantó, diciendo algo como que pesaba mucho, y Eloise sólo notó aire y, cuando ladeó la cabeza, vio que Phillip se arrodillaba a su lado y le bajaba la falda.
Fue un gesto de lo más tierno y caballeroso, teniendo en cuenta lo que acababa de pasar.
Lo miró a la cara, sabiendo que ella debería estar dibujando una sonrisa muy tonta.
– Oh, Phillip -suspiró.
– ¿Hay algún servicio, por aquí cerca? -preguntó él, a bocajarro.
Eloise parpadeó, dándose cuenta por primera vez que Phillip parecía un poco tenso.
– ¿Un servicio? -repitió ella.
Él asintió.
Eloise señaló la puerta que daba al pasillo.
– Saliendo a la derecha -dijo.
Era difícil imaginar que tuviera que aliviarse solo después de un encuentro tan intenso, pero ¿quién era ella para intentar entender cómo funcionaba el cuerpo masculino?
Phillip se acercó a la puerta, puso la mano en el pomo y se giró.
– ¿Ahora me crees? -le preguntó, arqueando una ceja de la manera más arrogante posible.
Eloise abrió la boca, confundida.
– ¿Sobre qué?
Phillip sonrió. Despacio. Y sólo dijo:
– Nos adaptaremos muy bien.
Phillip no sabía el tiempo que Eloise necesitaría para recuperar la compostura y arreglarse el pelo y la ropa. Cuando la había dejado en el sofá de Sophie Bridgerton, su aspecto reflejaba la pasión que había experimentado. Jamás había entendido las complejidades del aseo femenino, y estaba seguro que nunca lo haría, pero sabía que, al menos, tendría que arreglarse el pelo.
Él, en cambio, no necesitó ni un minuto en el baño para aliviarse; la verdad es que el encuentro con Eloise lo había excitado mucho.