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Por mucho que le doliera reconocerlo.

– Lo importante -continuó él-, es que se marchó de Londres como una criminal, en mitad de la noche. Sólo se me ocurre que lo hizo porque quizá sucediera algo que hubiera… eh… mancillado su reputación. -Ante la expresión malhumorada de ella, añadió-: No me parece una conclusión tan descabellada.

Y tenía razón, por supuesto. No sobre su reputación, que seguía pura y limpia como la nieve. Aunque era extraño y, de hecho, a ella le sorprendía mucho que no se lo hubiera preguntado antes.

– Si tenía un amante -dijo él, lentamente-, mis intenciones con usted serán las mismas.

– No es nada de eso -dijo Eloise, enseguida, básicamente para que dejara de hablar de ese tema-. Es que… -Se le apagó la voz y suspiró-. Es que…

Y entonces, se lo explicó todo. Le explicó lo de las propuestas de matrimonio que le habían hecho, que Penelope no había recibido ni una y cómo solían hacer planes para envejecer juntas, como dos solteronas. Y luego le explicó lo culpable que se había sentido cuando Penelope y Colin se casaron y ella no podía dejar de pensar en lo sola que estaba.

Le explicó todo eso y más. Le explicó qué le pasaba por la cabeza y por el corazón, y le dijo cosas que jamás le había dicho a nadie. Y, de repente, se le ocurrió que, para ser una mujer que apenas podía estar con la boca cerrada, tenía muchas cosas que jamás había compartido con nadie.

Y, al final, cuando terminó -en realidad, no se dio cuenta que había terminado, sólo se quedó sin energía y calló-, Phillip alargó el brazo y la tomó de la mano.

– No pasa nada -dijo.

Y Eloise supo que era verdad. Era verdad.

Capítulo 14

“… estoy de acuerdo en que el rostro del señor Wilson tiene ciertas semejanzas con el de un anfibio, pero me gustaría que aprendieras a ser un poco más cauta con tus palabras. Aunque jamás lo consideraría un candidato aceptable para el matrimonio, no es un sapo, y que mi hermana pequeña lo llame así, en su presencia, me deja en mal lugar.”

Eloise Bridgerton a su hermana Hyacinth,

después de rechazar su cuarta propuesta de matrimonio.

Cuatro días después, estaban casados. Phillip no tenía ni idea de cómo Anthony Bridgerton lo había conseguido, pero había obtenido una licencia especial que les permitió casarse sin amonestaciones y en lunes que, según Eloise, no era peor que un martes o un miércoles, aunque no era un sábado, que era lo adecuado.

Había acudido toda la familia de Eloise, excepto su hermana viuda que vivía en Escocia y que no habría podido llegar a tiempo. Normalmente, la ceremonia se habría celebrado en Kent, en la residencia de verano de los Bridgerton o, al menos, en Londres, en la iglesia de St. George en Hanover Square, donde acudían cada domingo, pero era imposible celebrar una boda en esos lugares en tan pocos días y, además, tampoco era una boda como las demás. Benedict y Sophie ofrecieron su casa para la recepción, pero Eloise pensó que los niños estarían más cómodos en Romney Hall, así que celebraron la ceremonia en la iglesia parroquial del final del camino y, después, hicieron una pequeña e íntima recepción junto al invernadero de Phillip.

Más tarde, justo cuando el sol empezaba a ponerse, Eloise subió a la que a partir de ahora sería su nueva habitación con su madre, que intentaba mantenerse ocupada haciendo ver que ordenaba el ajuar que tan rápidamente le habían traído a Eloise. Por supuesto, la doncella de Eloise, que había venido de Londres con la familia Bridgerton, se había encargado de todo por la mañana, pero Eloise no le hizo ningún comentario. Al parecer, Violet Bridgerton necesitaba estar haciendo algo mientras hablaba.

Y Eloise, de entre todas las personas del mundo, la entendía perfectamente.

– Debería quejarme por no poder disfrutar de mi debido momento de gloria como madre de la novia -le dijo Violet a su hija, mientras doblaba el velo de encaje y lo dejaba encima de la cómoda- pero, en realidad, estoy muy feliz por verte vestida de novia.

Eloise le sonrió.

– Seguro que casi habías perdido la esperanza, ¿verdad?

– Un poco. -Sin embargo, ladeó la cabeza y añadió-: Bueno, en realidad no. Siempre pensé que, al final, acabarías sorprendiéndonos. Lo haces muy a menudo.

Eloise pensó en los años que habían pasado desde su primera temporada como debutante y en todas las proposiciones que había rechazado. Pensó en todas las bodas a las que habían acudido, con Violet viendo cómo otra de sus amigas casaba a sus hijas con otro caballero fabuloso.

Otro caballero que, por supuesto, no se casaría con Eloise, la famosa hija soltera de Lady Bridgerton.

– Si te he decepcionado, lo siento -susurró Eloise.

Violet la miró con sensatez.

– Mis hijos nunca me decepcionan -le dijo, con suavidad-. Sólo… me dejan maravillada. Creo que me gusta más así.

Eloise se inclinó hacia delante para abrazar a su madre. Y, al hacerlo se sintió muy extraña y no supo por qué, ya que en su familia jamás se habían reprimido tales muestras de cariño en la privacidad del hogar. Quizás era porque estaba peligrosamente cerca de echarse a llorar; quizás era porque sabía que su madre también lo estaba. Pero se volvió a sentir como una niña desgarbada, con los codos pelados y con la boca abierta cuando debería estar cerrada.

Y necesitaba a su madre.

– Bueno, no pasa nada -dijo Violet, con esa voz que usaba cuando sus hijos eran pequeños y se habían hecho daño en una rodilla o se habían dado un golpe-. Ya está -dijo, sonrojándose ligeramente-. Ya está.

– ¿Mamá? -susurró Eloise. Estaba muy rara, como si hubiera comido pescado en mal estado.

– Esto me mata -dijo Violet, entre dientes.

– ¿Mamá? -Seguro que no lo había escuchado bien.

Violet respiró hondo.

– Tenemos que hablar. -Se echó hacia atrás, miró a su hija a los ojos, y dijo-: ¿Tenemos que hablar?

Eloise no sabía si su madre le estaba preguntando si conocía los detalles del encuentro íntimo entre un hombre y una mujer o si los había experimentado… íntimamente.

– Eh… No he… bueno… Si te refieres a… Bueno, que todavía soy…

– Excelente -dijo Violet, mucho más tranquila-. Pero ¿sabes… bueno… sabes lo que pasa…?

– Sí -contestó Eloise rápidamente para ahorrarles a las dos un mal rato-. Creo que no necesito que me expliques nada.

– Excelente -repitió Violet, todavía más tranquila-. Debo reconocer que esta parte de la maternidad es la que menos me gusta. Ni siquiera recuerdo qué le dije a Daphne, sólo sé que me pasé todo el rato sonrojándome y tartamudeando y, sinceramente, no sé si después de nuestra conversación acabó mejor informada de lo que estaba antes de tenerla. -Con cara de decepción, añadió-: Seguramente, no.

– Bueno, parece que se ha adaptado perfectamente a la vida de casada -dijo Eloise.

– Sí, es verdad -dijo Violet, muy contenta-. Cuatro hijos y un marido que se desvive por ella. No se puede desear más.

– ¿Qué le dijiste a Francesca? -preguntó Eloise.

– ¿Cómo?

– A Francesca -repitió Eloise, refiriéndose a su hermana pequeña, que se había casado hacía seis años y que, trágicamente, había enviudado a los dos años de casada-. ¿Qué le dijiste cuando se casó? Me has hablado de Daphne, pero no de Francesca.

Violet se puso un poco triste, como siempre que pensaba en su tercera hija, que se había quedado viuda tan joven.

– Ya conoces a Francesca. Supongo que ella me hubiera podido decir un par de cosas.

Eloise contuvo la respiración.

– No me refiero a eso, claro -añadió Violet enseguida-. Francesca era tan inocente como… bueno, tan inocente como tú, supongo.

Eloise notó que se sonrojaba y dio gracias a Dios por el día nublado, que hacía que la habitación estuviera prácticamente a oscuras. Por eso y por el hecho de que su madre estuviera ocupada mirando un dobladillo descosido del vestido. Técnicamente, era virgen y, si la hubiera tenido que inspeccionar un médico, habría superado la prueba, pero ya no se sentía tan inocente.