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Phillip se aclaró la garganta y se tocó la corbata, un movimiento al que Eloise se había acostumbrado. Normalmente, no llevaba ropa formal cuando estaba en casa y, cuando lo hacía, siempre estaba tocándose el cuello de la camisa o las mangas, seguramente deseando poder volver a ponerse la ropa de trabajo.

Era extraño tener un marido con una vocación de verdad. Eloise nunca se imaginó que se casaría con un hombre así. No es que Phillip tuviera un negocio, pero el trabajo en el invernadero era mucho más de lo que hacían los chicos de su edad que vivían en Londres.

Y le gustaba. Le gustaba que tuviera una profesión, le gustaba que cultivara su mente y que dedicara su intelecto a otra cosa que no fueran los caballos y los juegos.

Le gustaba.

Y aquello era un descanso. Si no le gustara, habría sido una lástima.

– ¿Necesitas un poco más de tiempo? -le preguntó él.

Eloise negó con la cabeza. Estaba preparada.

Phillip soltó el aire que había estado conteniendo y a Eloise le pareció escuchar que decía “Gracias a Dios”. Después, estaba en sus brazos, Phillip la estaba besando y Eloise no pudo recordar en lo que estaba pensando.

Phillip supuso que debía dedicar un poco más de energía mental a su boda pero es que, en realidad, no podía concentrarse en los acontecimientos del día cuando los de la noche estaban cada vez más cerca. Cada vez que miraba a Eloise, cada vez que olía su perfume, que parecía estar por todas partes, resaltando por encima del de las demás mujeres Bridgerton, sentía cómo se le tensaba el cuerpo entero y temblaba recordando lo que había sentido al tenerla en sus brazos.

“Pronto -se dijo, obligándose a relajar los músculos y dando gracias a Dios por poder lograrlo-. Pronto.”

Y ese pronto se convirtió en ahora, y estaban solos, y no podía creerse lo preciosa que estaba con el pelo suelto, cayéndole como una delicada cascada castaña por la espalda. Nunca lo había visto así y jamás había imaginado que lo tuviera tan largo porque siempre lo llevaba recogido en un moño bajo.

– Siempre me he preguntado por qué las mujeres se recogen el pelo -susurró, después del séptimo beso.

– Porque es lo que se espera de nosotras -dijo Eloise, bastante sorprendida por el comentario.

– No es por eso -dijo él. Le acarició el pelo, cogió un mechón con los dedos, se lo acercó a la cara y lo olió-. Es para proteger a los hombres.

Eloise lo miró, sorprendida y confusa.

– Querrás decir para protegernos de los hombres.

Phillip negó con la cabeza, lentamente.

– Si algún hombre te viera así, tendría que matarlo.

– Phillip. -Debía sonar a reprimenda, y Phillip lo sabía, pero Eloise se había sonrojado y parecía muy complacida por el comentario.

– Nadie que te viera así podría resistirse a ti -le dijo, acariciando un sedoso mechón de pelo-. Estoy seguro.

– Muchos hombres me han encontrado totalmente resistible -dijo ella, mirándolo con una sonrisa-. Muchos, de verdad.

– Pues están ciegos -dijo él-. Además, demuestra que tengo razón. Esto -sostuvo el mechón de pelo entre sus caras, se lo acercó a los labios y lo saboreó-, lleva muchos años recogido en un moño.

– Desde que tenía dieciséis años -dijo ella.

Phillip la atrajo hacia él, despacio aunque con fuerza.

– Me alegro. Nunca hubieras sido mía si te lo hubieras dejado suelto. Alguien se habría quedado contigo antes.

– Sólo es pelo -susurró ella, con voz temblorosa.

– Tienes razón -asintió él-. Seguro que sí porque dudo que en cualquier otra persona me pareciera tan terriblemente seductor. Debes de ser tú -le susurró, soltándole el pelo-. Sólo tú.

Le tomó la cara entre las manos y se la ladeó un poco para poder besarla mejor. Sabía cómo sabían sus labios, ya la había besado; de hecho, lo había hecho hacía pocos minutos. Sin embargo, a pesar de eso, le sorprendió por su dulzura, por la calidez de su respiración y por cómo, con un simple beso, era capaz de excitarlo tanto.

Aunque nunca sería sólo un simple beso. Con ella, no.

Phillip localizó los cierres del vestido con los dedos, una hilera de botones forrados de tela que le recorrían toda la columna vertebral.

– Date la vuelta -dijo. No tenía tanta experiencia como para desabotonarlos sin mirar.

Además, le gustaba, le encantaba el hecho de desabotonarle el vestido lentamente, revelando cada vez una porción más de piel.

Era suya, pensó, deslizándole un dedo por la espalda, antes de desabotonar el antepenúltimo botón. Suya para la eternidad. Era difícil imaginar cómo había podido tener tanta suerte, pero decidió no cuestionársela, sólo disfrutarla.

Otro botón. Éste reveló un trozo de piel de la parte baja de la espalda.

La tocó y ella se estremeció.

Phillip se dispuso a desabotonar el último botón. No era necesario, porque el vestido ya estaba suficientemente abierto para poder quitárselo por los hombros pero necesitaba hacerlo bien, necesitaba desnudarla en condiciones, necesitaba saborear el momento.

Además, el último botón reveló el inicio de las nalgas.

Quería besarla. Quería besarla justo ahí. Justo encima de las nalgas mientras ella estaba de espaldas, estremeciéndose no de frío, sino de excitación.

Se acercó a ella, la besó en la nuca mientras la sujetaba con ambas manos por los hombros. Había algunas cosas que la inocente Eloise no podía entender.

Pero ahora era suya. Era su mujer. Y estaba poseída por el fuego, la pasión y la energía. Tuvo que recordarse que no era Marina, delicada e incapaz de expresar cualquier otra emoción que no fuera pena.

No era Marina. Le parecía necesario recordárselo, y no sólo ahora sino constantemente, todo el día, cada vez que la miraba. No era Marina y él no necesitaba ir con extremo cuidado con ella, no tenía que estar temeroso de sus propias palabras, de sus propias expresiones faciales, de cualquier cosa que pudiera provocar que ella se encerrara en sí misma, en su propia desesperación.

Era Eloise. Eloise. La fuerte y magnífica Eloise.

Incapaz de detenerse, se arrodilló y, mientras la agarraba con fuerza por las caderas, ella soltó un pequeño grito de sorpresa e intentó girarse.

Y Phillip la besó. Justo allí, en la base de la columna, en aquel punto que tanto lo había tentado, la besó. Y entonces, no sabía muy bien por qué, ya que su experiencia con las mujeres era bastante limitada, aunque obviamente lo compensaba con la imaginación, la recorrió con la lengua, desde el cuello hasta el inicio de las nalgas, disfrutando del sabor salado de su piel, deteniéndose aunque sin separarse cuando Eloise gimió y apoyó las manos en la pared porque las piernas apenas la sostenían.

– Phillip -suspiró.

Él se levantó y le dio la vuelta, acercándose a ella hasta que sus narices estuvieron a pocos milímetros.

– Era allí -dijo él, impotente, como si esas dos palabras lo explicaran todo. Y, en realidad, era la verdad; era la única explicación. Era allí, esa parcela de piel rosada que estaba esperando un beso.

Ella estaba allí, y Phillip tenía que poseerla.

La volvió a besar en la boca mientras le deslizaba el vestido hacia el suelo. Se había casado vestida de azul, una versión más pálida del color que hacía que sus ojos parecieran más profundos e intensos que nunca, como un cielo encapotado justo antes de la tormenta.

Era un vestido celestial; había oído que su hermana Daphne lo había dicho por la mañana. Sin embargo, todavía era más celestial quitárselo.

No llevaba camisola y sabía que estaba completamente desnuda para él porque la oyó contener el aliento cuando sus pechos rozaron el suave lino de su camisa. Sin embargo, en lugar de mirarla, le recorrió los laterales de los pechos con las manos, acariciándola con los nudillos. Y entonces, sin dejar de besarla, giró las palmas y sostuvo el maravilloso peso de los pechos en las manos.