Las relaciones sexuales siempre habían girado alrededor de la necesidad, de su cuerpo, su lujuria y lo que fuera que lo convirtiera en hombre. Nunca había girado alrededor de esa alegría, esa maravilla por descubrir el cuerpo de la otra persona.
Le tomó la cara entre las manos y la besó, esta vez con todo el sentimiento y la pasión que llevaba dentro. La besó en la boca, luego en la mejilla, luego en el cuello. Después, fue bajando y explorando su cuerpo, desde los hombros, pasando por la barriga, hasta la cadera.
Sólo evitó un lugar, el lugar que más le hubiera gustado explorar, aunque decidió que ya lo haría más tarde, cuando estuviera preparada.
Cuando él estuviera preparado. Marina nunca había dejado que la besara allí; no, eso no era justo. En realidad, él nunca se lo había pedido. Es que, como ella se quedaba allí, debajo de él, como si estuviera cumpliendo con una obligación, sin apenas pestañear, pues le parecía mal hacerlo. Y había estado con otras mujeres antes de casarse, pero habían sido de las que ya tenían experiencia, y nunca había querido llegar a ese grado de intimidad con ellas.
“Después”, se prometió, mientras se detenía ligeramente a acariciar los rizos.
“Pronto.” Sí, muy pronto.
La agarró por las pantorrillas, se las levantó y le separó las piernas para poder colocarse en medio. Estaba muy excitado, con una erección total; tan excitado que tenía miedo de hacer el ridículo así que, mientras la tocaba con la punta de la verga, respiró hondo varias veces, intentando tranquilizarse para poder durar lo suficiente para que ella, al menos, pudiera disfrutarlo.
– Oh, Eloise -dijo aunque, en realidad, fue más un gruñido. La quería más que cualquier otra cosa, más que a la vida, y no tenía ni idea de si iba a poder aguantar mucho.
– ¿Phillip? -dijo ella, un poco asustada.
Él se levantó para mirarla.
– Eres muy grande -susurró.
Phillip sonrió.
– ¿Sabes que eso es, exactamente, lo que un hombre quiere oír?
– Estoy segura -dijo ella, mordiéndose el labio inferior-. Pero no me parece algo de lo que se pueda alardear mientras se monta a caballo, se juega a cartas o se compite en cualquier otra cosa sin más ni más.
Phillip no sabía si Eloise estaba temblando de risa o de miedo.
– Eloise -consiguió decir-. Te aseguro que…
– ¿Me va a doler mucho? -preguntó ella.
– No lo sé -dijo él, con sinceridad-. Nunca he estado en tu lugar. Supongo que un poco. Aunque espero que no demasiado.
Ella asintió, agradeciendo su franqueza.
– Es que… -Y se calló.
– Dímelo -dijo él.
Durante varios segundos, Eloise sólo pudo parpadear y, al final, dijo:
– Es que me dejo llevar, como el otro día, pero luego te veo, o te siento, y no me imagino cómo va a funcionar, y me da la sensación que me voy a desgarrar y la pierdo. La magia -explicó-. Pierdo la magia.
Y justo en ese momento, Phillip lo decidió. Al diablo. ¿Por qué debería esperar? ¿Por qué debería hacerla esperar? Se agachó y le dio un beso rápido en los labios.
– Espera aquí -dijo-. No te muevas.
Antes de que pudiera hacerle alguna pregunta y era Eloise, así que haría preguntas, Phillip se deslizó hacia abajo, le separó las piernas, tal como se la había imaginado tantas y tantas noches en vela, y la besó.
Ella gritó.
– Bien -dijo él, aunque sus palabras se perdieron en el centro de la sexualidad de Eloise. La tenía bien sujeta con las manos; no tenía otra opción porque se estaba retorciendo como un animal salvaje. Phillip la lamió y la besó, saboreó cada centímetro, cada cresta de placer. Fue voraz y la devoró mientras pensaba que aquello era, sencillamente, lo mejor que había hecho en su vida y, por Dios, daba gracias al cielo de ser un hombre casado y poder hacerlo siempre que quisiera.
Había oído hablar de ello a otros hombres, por supuesto, pero jamás había imaginado que pudiera gustarle tanto. Estaba a punto de estallar y ella ni siquiera lo había tocado. Aunque tampoco le hubiera gustado que lo hiciera en ese momento, porque estaba agarrando las sábanas con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos y, si llegaba a tocarlo, le hubiera hecho daño.
Debería haberla dejado terminar, debería haberla besado hasta que estallara en su boca pero, en ese punto, se impusieron sus propias necesidades y no tuvo otra opción. Era su noche de bodas y cuando se derramara, lo haría dentro de ella, no en las sábanas; además, si no la notaba alrededor de su cuerpo enseguida, estaba bastante convencido que acabaría en llamas.
Así que se levantó e, ignorando el grito de Eloise cuando apartó la boca, se colocó encima de ella, acercándole la verga una vez más y utilizó los dedos para abrirla un poco más mientras la penetraba.
Estaba húmeda, muy húmeda, una mezcla de él y de ella, y no se parecía en nada a cualquier otra cosa que Phillip hubiera podido sentir antes. Se deslizó en su interior, notando el camino abierto y tenso al mismo tiempo.
Eloise dijo su nombre entre gemidos, y Phillip el de ella y entonces, incapaz de ir despacio, se hundió en ella, atravesando la última barrera hasta que llegó al final. Y quizá debería haberse parado, quizá debería haberle preguntado si estaba bien, si le había hecho daño, pero no pudo. Hacía tanto tiempo, y la necesitaba tanto que, cuando su cuerpo empezó a moverse, no pudo hacer nada para detenerse.
Impuso un ritmo rápido y urgente, pero a ella debió de gustarle, porque se movía rápida y urgente debajo de él, sus caderas salían en su busca con mucha fuerza mientras le clavaba los dedos en la espalda.
Y, cuando gimió otra vez, no dijo su nombre, dijo:
– ¡Más!
Así que Phillip colocó las manos debajo de ella, agarrándola por las nalgas y levantándola para permitirle un mejor acceso y el cambio de posición debió de hacer algo en la forma en que la estaba rozando, o quizás Eloise había llegado al clímax, pero se arqueó debajo de él, tensó todo su cuerpo y gritó cuando notó que sus músculos se cerraban alrededor de Phillip.
Él no pudo aguantar más. Con un último empujón, se dejó caer, sacudiéndose y temblando mientras estallaba dentro de ella, haciéndola finalmente suya.
Capítulo 15
“… no me puedo creer que no me expliques más. Como tu hermana mayor (un año mayor que tú, aunque no debería recordártelo), merezco cierto respeto y, a pesar de que te agradezco la confesión de que lo que Annie Mavel nos explicó sobre las relaciones maritales es verdad, me hubiera gustado que me lo relataras con un poco más de detalle. Seguro que no puedes estar tan extasiada en tu felicidad como para no poder compartir unas palabras (si son adjetivos, mejor) con tu querida hermana.”
Eloise Bridgerton a su hermana, la condesa de Kilmartin,
dos semanas después de la boda de Francesca.
Una semana después, Eloise estaba sentada en la pequeña sala que, recientemente, se había convertido en un despacho para ella, masticando el extremo de la pluma mientras repasaba las cuentas de casa. Se suponía que debía contar el dinero que tenían, y los sacos de harina, los salarios de los sirvientes y cosas así, sin embargo lo único en que podía pensar era el número de veces que Phillip y ella habían hecho el amor.
Creía que eran trece. No, catorce. Bueno, en realidad eran quince, si contaba esa vez que Phillip no la había penetrado pero que los dos habían…
Se sonrojó, aunque no había nadie más en la habitación con ella y, si así fuera, nadie tenía por qué saber en qué estaba pensando.
Por Dios, ¿lo había hecho de verdad? ¿Lo había besado allí?
Ni siquiera sabía que era posible hacerlo. Annie Mavel no les había dicho nada de eso cuando, hace años, les explicó las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer a Francesca y a ella.
Eloise frunció el ceño mientras pensaba en eso. Se preguntaba si Annie Mavel sabía que aquello se podía hacer. Le costaba imaginarse a Annie haciéndolo aunque, claro, le costaba imaginar a cualquiera haciéndolo, y mucho menos a ella misma.