Eloise debió de darse cuenta porque, enseguida, añadió:
– Hoy. Me refería a hoy. A ahora.
Phillip relajó los músculos, aunque seguía enfurecido.
– Sólo intentaba hablar contigo -explicó ella.
– Siempre intentas hablar conmigo -señaló él-. Es lo único que haces. Hablar, hablar y hablar.
Eloise se echó hacia atrás.
– Si no te gustaba -dijo, en un tono insolente-, no deberías haberte casado conmigo.
– No tuve otra opción -respondió él, alterado-. Tus hermanos vinieron dispuestos a castrarme. Y para que no te enfades tanto, no me importa que hables. Pero, por favor, no todo el día.
Eloise lo miró como si quisiera decir algo tremendamente ingenioso pero lo único que pudo hacer fue abrir y cerrar la boca como un pez y emitir unos extraños sonidos:
– Ah, ah.
– De vez en cuando -continuó Phillip, sintiéndose superior-, deberías pensar en cerrar la boca y utilizarla para otra cosa.
– Eres insoportable -respondió ella.
Phillip arqueó las cejas, sabiendo que aquello la irritaría todavía más.
– Lamento que mi propensión a las palabras te resulte tan ofensiva -dijo ella-, pero yo estaba intentando hablar contigo y tú sólo intentabas besarme.
Él se encogió de hombros.
– Siempre intento besarte. Eres mi mujer. ¿Qué otra cosa se supone que tengo que hacer?
– Pero a veces no es el mejor momento -dijo Eloise-. Phillip, si queremos tener un buen matrimonio…
– Tenemos un buen matrimonio -dijo él, a la defensiva y un tanto malhumorado.
– Sí, claro -añadió ella, enseguida-, pero no podemos estar siempre… ya sabes.
– No -dijo él, deliberadamente inocente-. No lo sé.
Eloise apretó los dientes.
– Phillip, no seas así.
Él no dijo nada; se limitó a apretar todavía más los brazos cruzados y a mirarla fijamente.
Eloise cerró los ojos y, mientras movía los labios, inclinó la barbilla un poco hacia delante. Entonces, Phillip se dio cuenta que estaba hablando. No estaba emitiendo ningún sonido, pero seguía hablando.
Era imposible, no podía parar. Ahora hablaba sola.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó, al final.
Ella le respondió sin abrir los ojos.
– Intentar convencerme de que no pasa nada por ignorar el consejo de mi madre.
Phillip meneó la cabeza. Nunca entendería a las mujeres.
– Phillip -dijo ella, al final, justo cuando él había decidido marcharse y dejarla hablando sola-. Disfruto mucho con lo que hacemos en la cama…
– Es un alivio escuchar eso -gruñó él, todavía demasiado irritado para ser gracioso.
Eloise ignoró su poca cortesía.
– Pero no se puede limitar a eso.
– ¿El qué?
– Nuestro matrimonio. -Se sonrojó, muy incómoda por aquella conversación tan honesta-. No se puede limitar a hacer el amor.
– Es una parte importante del matrimonio -dijo él, entre dientes.
– Phillip, ¿por qué no quieres hablar de esto conmigo? Tenemos un problema y debemos hablar.
Y entonces hubo algo en su interior que cedió. Estaba convencido de que tenían un matrimonio perfecto, ¿y ella se estaba quejando? Esta vez estaba convencido de que lo había hecho bien.
– Llevamos casados una semana, Eloise -gruñó-. Una semana. ¿Qué quieres de mí?
– No lo sé. Yo…
– Sólo soy un hombre.
– Y yo sólo soy una mujer -dijo ella, despacio.
Por alguna razón, aquellas palabras sólo consiguieron enfurecerlo más. Se inclinó hacia delante, utilizando su corpulencia de manera deliberada para intimidarla.
– ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no estaba con una mujer? -le preguntó, entre dientes-. ¿Tienes una ligera idea?
Eloise abrió mucho los ojos y negó con la cabeza.
– Ocho años -soltó él-. Ocho largos años sin otra satisfacción que mi mano. Así que la próxima vez que te parezca que estoy disfrutando mientras te hago el amor, por favor disculpa mi inmadurez y mi masculinidad -esta última palabra la dijo con cierto sarcasmo y rabia, como la habría dicho ella-, pero sólo estoy saboreando un trago de agua fresca después de una larga travesía por el desierto.
Y después, incapaz de soportarla un segundo más…
No, eso no era verdad. Era incapaz de soportarse a sí mismo.
Fuera como fuese, se marchó.
Capítulo 16
“… estás en todo tu derecho, querida Kate. Los hombres son terriblemente fáciles de manejar. Ni siquiera me imagino perdiendo una discusión con uno. Por supuesto, si hubiera aceptado la propuesta de lord Lacye no habría tenido ni la oportunidad de intentarlo. Apenas habla, algo que me parece de lo más extraño.”
Eloise Bridgerton a su cuñada,
la vizcondesa Bridgerton, después de rechazar
su quinta propuesta de matrimonio.
Eloise se quedó en el invernadero casi una hora, incapaz de hacer otra cosa que no fuera mirar el vacío y preguntarse…
¿Qué había pasado?
Estaban hablando, bueno quizás estaban discutiendo, pero de una manera relativamente razonable y civilizada y, al cabo de un segundo, Phillip se había vuelto loco, había enfurecido.
Y después se había ido. Se había ido. La había dejado plantada en medio de una discusión, con la palabra en la boca y el orgullo más que herido.
Se había ido. Aquello era lo que realmente le molestaba. ¿Cómo podía alguien marcharse en medio de una discusión?
De acuerdo, el diálogo lo había empezado ella, bueno la discusión, pero, de todas formas, no había pasado nada que justificara aquella estampida de Phillip.
Y lo peor era que no sabía qué hacer.
Hasta ahora, siempre había sabido qué hacer. No siempre había tenido razón pero, al menos, estaba segura de sí misma cuando tomaba decisiones. Y ahora, allí sentada en la mesa de trabajo de Phillip, sintiéndose totalmente confusa e inútil se dio cuenta que, para ella, era mucho mejor actuar y equivocarse que sentirse indefensa e impotente.
Y por si eso no fuera bastante, no podía apartar la voz de su madre de su cabeza: “No presiones demasiado. Ten paciencia”.
Y lo único que podía pensar era que no lo había presionado. Por el amor de Dios, ella sólo había acudido a él preocupada por sus hijos. ¿Acaso era tan malo querer hablar un poco en lugar de salir corriendo hacia la habitación? Supuso que, si la pareja en cuestión no compartiera lecho, quizá si que sería malo, pero ellos… ellos habían…
¡Lo habían hecho esa misma mañana!
Nadie podía decir que tuvieran problemas en la cama. Ni uno.
Suspiró y se vino abajo. Nunca en su vida se había sentido tan sola. ¡Qué curioso! ¿Quién habría dicho que tendría que casarse y unirse eternamente a otra persona para sentirse sola?
Necesitaba a su madre.
No, no la necesitaba. A su madre, no. Sería muy cariñosa y comprensiva y todo lo que debería ser una madre pero, después de hablar con ella se sentiría como una niña pequeña y no como la adulta que se suponía que era.
Necesitaba a sus hermanas. Bueno, a Hyacinth no, que sólo tenía veintiún años y no sabía nada de hombres. Necesitaba a una de sus hermanas casadas. A Daphne, que siempre sabía qué decir, o a Francesca que, aunque nunca decía lo que uno quería escuchar, siempre conseguía arrancarte una sonrisa.
Pero estaban demasiado lejos; en Londres y Escocia, respectivamente y Eloise no iba a escaparse. Cuando se había casado, había hecho un juramento y por las noches estaba encantada de llevarlo a cabo con su marido. Sin embargo, lo que fallaba eran los días.
No iba a ser una cobarde y marcharse, aunque sólo fueran unos días.
Sin embargo, Sophie estaba cerca, a sólo una hora de camino. Y, a pesar de que no eran hermanas de nacimiento, sí que lo eran de corazón.
Miró al cielo. Estaba nublado y era imposible ver el sol, pero estaba segura que no podía ser más de mediodía. Incluso con el viaje, podría pasar casi todo el día con Sophie y volver a casa a la hora de la cena.