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Phillip se estaba empezando a preguntar lo mismo. Sólo hacía… Santo Dios, ¿era posible que sólo hiciera dos semanas que conocía a Eloise? A veces, parecía que hacía una vida entera. Porque tenía la sensación de conocerla perfectamente. Siempre tendría sus secretos, claro, como todos, y estaba convencido de que nunca la entendería porque no se imaginaba llegar a entender a ninguna mujer en la vida.

Sin embargo, la conocía. Estaba seguro. Y por eso no debería ni haberse planteado la posibilidad de que lo hubiera abandonado.

Debió de ser el pánico, puro y duro. Y también, quizá, porque era mejor pensar que lo había abandonado a imaginársela muerta en alguna cuneta. En el primer caso, al menos podía ir a casa de su hermano y llevársela a casa.

Si hubiera muerto…

No estaba preparado para la punzada de dolor tan intensa que sintió con sólo pensarlo.

¿Desde cuándo Eloise significaba tanto para él? ¿Y qué iba a hacer para que fuera feliz?

Porque necesitaba que fuera feliz. Y no sólo, como había estado intentando convencerse a sí mismo, porque una Eloise feliz significaba que Phillip podría seguir disfrutando de su vida sin preocupaciones. Necesitaba que fuera feliz porque la idea de que no fuera así era como clavarle un cuchillo en el corazón.

Aunque todo aquello resultaba de lo más irónico. Se había dicho, una y otra vez, que se había casado con ella para darles una madre a sus hijos y ahora, cuando ella había reconocido que jamás lo abandonaría porque el compromiso con los niños era demasiado fuerte…

Se había puesto celoso.

Estaba celoso de sus hijos. Quería que pronunciara la palabra “mujer” y lo único que había escuchado era “madre”.

Quería que lo quisiera. A él. Y no porque hubiera hecho unos votos en la iglesia sino porque estuviera convencida de que no podría vivir sin él. Incluso, quizá, porque lo amaba.

Lo amaba.

Por Dios, ¿cuándo había pasado eso? ¿Cuándo había empezado a esperar tanto del matrimonio? Se había casado con ella para que sus hijos tuvieran una madre, ambos lo sabían.

Y luego estaba la pasión. Bueno, era un hombre, y hacía ocho años que no estaba con una mujer. ¿Cómo no iba a emborracharse de placer ante el contacto de la piel de Eloise, ante sus gemidos cuando explotaba a su alrededor?

¿Ante la intensidad de su propio placer cada vez que la penetraba?

Había encontrado todo lo que quería en el matrimonio. Eloise llevaba la casa a la perfección durante el día y calentaba su cama como una cortesana de noche. Cumplía tan bien todos sus deseos que Phillip no se había dado cuenta que Eloise había hecho otra cosa.

Se había metido en su corazón. Lo había tocado y lo había cambiado. Lo había cambiado a él.

La quería. No buscaba el amor, ni siquiera se le había pasado por la cabeza, pero lo había encontrado y era lo más maravilloso del mundo.

Estaba frente a un nuevo amanecer, frente a un nuevo capítulo en su vida. Era emocionante. Y aterrador. Porque no quería volver a fallar. No, no ahora que había encontrado todo lo que necesitaba. Eloise. Los niños. Él mismo.

Hacía años que no estaba a gusto en su piel, años que no confiaba en sus instintos. Años desde la última vez que se miró al espejo y no apartó la cara.

Miró por la ventana. El carruaje había aminorado la marcha porque ya estaban llegando a Romney Hall. Todo parecía gris, el cielo, la piedra de la casa, las ventanas, que reflejaban las nubes. Incluso la hierba parecía menos verde sin la luz del sol.

Todo iba acorde con su estado anímico contemplativo.

Un lacayo abrió la puerta y ayudó a Eloise a bajar. Después, cuando bajó Phillip, Eloise se giró y le dijo:

– Estoy agotada y tú también pareces cansado. ¿Por qué no subimos a descansar un rato?

Phillip estaba a punto de asentir, porque también estaba agotado, pero antes de poder decir que sí, meneó la cabeza y dijo:

– Sube sin mí.

Ella abrió la boca para protestar pero Phillip le colocó la mano encima del hombro y la hizo callar.

– Subiré enseguida -dijo-. Pero creo que ahora quiero ir a darles un abrazo a los niños.

Capítulo 18

“… sé que no te digo muy a menudo, querida madre, lo agradecida que estoy de ser tu hija. No es habitual que un padre ofrezca tanto tiempo y comprensión a un hijo. Y es menos habitual todavía que un padre considere a uno de sus hijos su amigo. Te quiero, mamá.”

Eloise Bridgerton a su madre después de rechazar

su sexta proposición de matrimonio.

Cuando se despertó, Eloise se quedó muy sorprendida de ver que el otro lado de la cama estaba intacto. Phillip estaba tan cansado como ella, o incluso más, porque la noche anterior había ido hasta casa de Benedict soportando el viento y la lluvia.

Después de arreglarse, empezó a buscarlo por toda la casa pero no lo encontró en ningún sitio. Se dijo que no había motivo para preocuparse, que había vivido unos días muy difíciles y que seguramente necesitaba un tiempo a solas para pensar.

Que ella prefiriera estar con gente no significaba que todo el mundo fuera igual.

Se rió. Era una lección que había intentado aprender toda su vida, aunque sin éxito.

Así que se obligó a dejar de buscarlo. Estaba casada y, de repente, entendió lo que su madre le había dicho la noche de su boda. El matrimonio era un compromiso y Phillip y ella eran muy distintos. Puede que fueran perfectos el uno para el otro, pero eso no quería decir que fueran iguales. Y si ella quería que él cambiara algunas actitudes por ella, ella tendría que hacer lo mismo por él.

No lo vio en toda la tarde, ni cuando fue a tomar el té, ni cuando subió a darles las buenas noches a los niños, ni en el comedor, donde tuvo que cenar sola, sintiéndose muy pequeña e insignificante en aquella enorme mesa de caoba. Comió en silencio, aunque vio perfectamente que los lacayos la miraban con lástima mientras le traían y retiraban los platos.

Eloise les sonrió, porque creía que siempre había que ser educada, pero por dentro estaba resignada. Debía de dar mucha pena cuando dos lacayos, dos hombres, por el amor de Dios, que normalmente vivían ajenos a las preocupaciones de los demás, se compadecían de ella.

Y es que allí estaba, después de una semana de casada, y cenando sola. ¿Quién no se compadecería de ella?

Además, lo último que los sirvientes sabían era que sir Phillip había salido como una exhalación por la puerta para ir a buscar a su mujer que, por lo visto, había huido a casa de su hermano después de una fuerte pelea.

Visto así, a Eloise no le extrañó que Phillip pensara que lo había abandonado.

Comió deprisa, porque no quería alargar la cena más de lo necesario y, después de las dos cucharadas de pudin obligatorias, se levantó con la intención de irse a la cama, donde pasaría la noche como había pasado casi todo el día: sola.

Sin embargo, cuando salió al pasillo, estaba un poco inquieta y no tenía ganas de acostarse. Así que empezó a caminar, sin rumbo fijo, por la casa. Para ser mayo, hacía bastante frío y Eloise se alegró de haber traído un chal. Había pasado algunas temporadas en grandes casas de campo donde no se apagaba el fuego, y así estaban iluminadas y cálidas por la noche, pero Romney Hall, aunque era una casa muy cómoda y acogedora, no tenía esos delirios de grandeza, así que las habitaciones se cerraban por la noche y sólo se encendían los fuegos necesarios.

Y hacía mucho frío.

Se abrigó más con el chal mientras caminaba, disfrutando con que la única guía fuera la luz de la luna. Pero entonces, cuando se acercó a la galería de retratos, vio la luz de una lámpara.

Allí había alguien y Eloise supo, incluso antes de acercarse más, que era Phillip.