Выбрать главу

Avanzó en silencio, contenta de haberse puesto las zapatillas de suela blanda, y se asomó por la puerta.

Lo que vio casi le rompió el corazón.

Phillip estaba de pie, quieto, frente al retrato de Marina. No se movía, sólo parpadeaba de vez en cuando; estaba contemplando el retrato de su difunta esposa y la expresión de su cara era tan triste que Eloise estuvo a punto de gritar.

¿Le había mentido cuando le había dicho que nunca la había querido? ¿Y cuando le había dicho que jamás había sentido pasión por ella?

¿Importaba? Marina estaba muerta. No es como si supusiera una competencia real por ganarse el corazón de Phillip. Y, aunque lo fuera, ¿importaría? Porque él no la quería y Eloise tampoco lo…

O quizá sí, pensó en uno de esos momentos en que uno siente que no tiene aire en los pulmones.

Le costaba imaginar cuándo habría podido suceder, o cómo, pero el afecto y el respeto que sentía por él se habían convertido en algo más profundo.

Y ahora deseaba con todas sus fuerzas que él sintiera lo mismo.

La necesitaba. De eso estaba segura. La necesitaba quizá más de lo que ella lo necesitaba a él, pero no era sólo eso. Le encantaba que la necesitara, que la quisiera, incluso que sintiera que era indispensable para él, pero quería más.

Le encantaba cómo sonreía, torciendo ligeramente la boca, como un niño, y siempre sorprendido, como si no diera crédito de su felicidad.

Le encantaba cómo la miraba, como si fuera la mujer más hermosa del mundo cuando ella sabía, perfectamente, que no lo era.

Le encantaba que escuchara lo que tenía que decir y cómo no se dejaba intimidar por ella. Incluso le encantaba la manera que tenía de decirle que hablaba demasiado porque casi siempre lo decía con una sonrisa y porque, claro, era verdad.

Y le encantaba cómo, incluso después de decirle que hablaba demasiado, la seguía escuchando.

Le encantaba cómo quería a sus hijos.

Le encantaba su honor, su honestidad y su pícaro sentido del humor.

Y le encantaba cómo ella se adaptaba en su vida y él en la de ella.

Era muy agradable. Estaba bien.

Y, al final, descubrió que era aquí donde pertenecía.

Sin embargo, ahora Phillip estaba de pie, contemplando el retrato de su difunta esposa y a juzgar por su posición tan inmóvil… bueno, sólo Dios sabía el tiempo que llevaba allí. Y si todavía la quería…

De repente, se sintió muy culpable. ¿Quién era ella para sentir algo que no fuera lástima por Marina? Había muerto muy joven, disfrutando de buena salud. Y se había perdido lo que para Eloise era el mayor regalo de una madre: ver crecer a sus hijos.

Tener celos de una mujer así era casi un delito.

Sin embargo…

Sin embargo, ella no debía ser tan buena persona porque era incapaz de presenciar aquella escena; era incapaz de observar cómo Phillip miraba el retrato de su primera esposa sin sentir cómo se le encogía el corazón de envidia. Se acababa de dar cuenta de que quería a ese hombre, y que lo haría hasta el final de sus días. Ella lo necesitaba y una mujer muerta, no.

“No”, pensó de repente. Era imposible que siguiera queriendo a Marina. A lo mejor, nunca la había querido. El día anterior, por la mañana, le había dicho que hacía ocho años que no estaba con una mujer.

“¿Ocho años?”

Y entonces, Eloise lo comprendió todo.

Madre mía.

Los dos últimos días había estado tan alterada, entre una cosa y otra, que no se había parado a pensar en lo que Phillip le había dicho.

Ocho años.

Nunca se lo hubiera imaginado. Y mucho menos de Phillip, un hombre que era obvio que disfrutaba… no, era obvio que necesitaba las relaciones físicas.

Marina había muerto hacía quince meses. Si Phillip llevaba ocho años sin estar con una mujer, eso significaba que no se habían acostado juntos desde que concibieron a los gemelos.

No…

Eloise hizo unos cálculos mentales. No, debió ser después de nacer los gemelos. Un poco después.

Puede que Phillip se hubiera equivocado con las fechas, o quizás hubiera exagerado, aunque Eloise tenía la sensación de que Phillip tenía razón. Tenía la sensación de que sabía exactamente la última vez que se había acostado con Marina y se temía, y más ahora que había hecho los cálculos, que debió de ser horrible.

Sin embargo, Phillip no la había traicionado. Se había mantenido fiel a una mujer en cuya cama no podía meterse. A Eloise no le sorprendió, porque sólo era una muestra más del honor y la dignidad de su marido, aunque no le habría parecido mal que hubiera ido a buscar refugio en otros brazos.

Y el hecho de que no lo hiciera…

Hacía que lo quisiera todavía más.

Y entonces, si su matrimonio con Marina había sido tan difícil y complicado, ¿por qué había ido allí esa noche? Porque la estaba mirando como si le estuviera rogando algo, suplicando una cosa.

Estaba suplicándole a una mujer muerta.

Eloise no podía soportarlo más. Dio un paso adelante y se aclaró la garganta.

Phillip la sorprendió al girarse enseguida; ella había pensado que tendría la cabeza tan lejos de allí que no la escucharía. No dijo nada, ni siquiera su nombre, pero entonces…

Alargó la mano.

Eloise se acercó a él y lo cogió de la mano porque no sabía qué otra cosa hacer ni, por extraño que parezca, qué decir. Se quedó a su lado y levantó los ojos hacia el retrato de Marina.

– ¿La querías? -le preguntó, aunque sabía que ya se lo había preguntado antes.

– No -dijo Phillip y Eloise se dio cuenta que una pequeña parte de ella todavía tenía miedo que dijera que sí porque, en cuanto Phillip dijo “No”, el alivio que sintió fue sorprendente.

– ¿La echas de menos?

Phillip respondió en un tono más suave, aunque seguro.

– No.

– ¿La odiabas? -susurró Eloise.

Phillip negó con la cabeza y, con una voz muy triste, dijo:

– No.

Ella no sabía qué más decir, o si debería decir algo más, así que esperó a que él hablara.

Y, después de un buen rato, lo hizo.

– Estaba triste -dijo Phillip-. Siempre estaba triste.

Eloise lo miró, pero él mantuvo la mirada fija en el cuadro, como si tuviera que mirarla mientras hablaba de ella. Como si, al menos, le debiera eso.

– Siempre estaba deprimida -continuó-. Siempre un poco serena, si se puede decir así, pero fue peor después del nacimiento de los gemelos. No sé qué pasó. La partera dijo que era normal que las mujeres lloraran después de dar a luz, que no me preocupara, que se le pasaría en unas pocas semanas.

– Pero no se le pasó -dijo Eloise.

Phillip negó con la cabeza y entonces, con un movimiento brusco, se apartó un mechón de pelo que le había caído encima de la ceja.

– Sólo empeoró. No sé cómo explicarlo. Era casi como si… -intentó encontrar las palabras que buscaba y, cuando lo hizo, habló en un suspiro-… casi como si hubiera desaparecido… Apenas salía de la cama… Nunca la vi sonreír… Lloraba mucho. Mucho.

Dijo las frases muy despacio, una a una, como si fuera recordando cada pedazo de información lentamente. Eloise no dijo nada, no quería interrumpirlo o decir algo sobre un tema que desconocía por completo.

Y entonces, al final, Phillip apartó los ojos de Marina y miró a Eloise, fijamente.

– Lo intenté todo para hacerla feliz. Todo lo que estaba en mi mano. Todo lo que sabía. Pero no fue suficiente.

Eloise abrió la boca y emitió un pequeño ruido, el principio de un susurro en el que pretendía decirle que lo había hecho lo mejor que había podido, pero él la interrumpió.

– ¿Lo entiendes, Eloise? -le preguntó, un poco más alto, en un tono más urgente-. No fue suficiente.

– No fue culpa tuya -dijo ella, con dulzura porque, aunque no había conocido a Marina de mayor, conocía a Phillip, y seguro que era verdad.

– Al final, me rendí -dijo, con una voz totalmente inexpresiva-. Dejé de intentar ayudarla. En lo referente a ella, me cansé de darme golpes con la cabeza contra una pared. Y lo único que hice fue intentar proteger a los niños, intentar mantenerlos lejos de ella cuando tenía un mal día. Porque la querían mucho. -La miró suplicante, quizá para que lo entendiera o quizá para algo que Eloise no entendía-. Era su madre.