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– Lo sé -susurró ella.

– Era su madre y no… no podía…

– Pero tú estuviste con ellos -dijo Eloise, con entusiasmo-. Estuviste con ellos.

Phillip se rió de mala gana.

– Sí, y ya ves lo bien que les ha ido. Una cosa es tener un padre horrible pero ¿los dos? Jamás hubiera deseado eso para mis hijos y, a pesar de todo… aquí estamos.

– No eres un mal padre -dijo Eloise, incapaz de esconder el tono de reprimenda de su voz.

Phillip se encogió de hombros y se volvió a girar hacia el cuadro, incapaz de pensar en lo que Eloise le estaba diciendo.

– ¿Sabes lo que duele? -susurró él-. ¿Tienes alguna idea?

Ella negó con la cabeza, aunque Phillip no la estaba mirando.

– ¿Intentarlo tanto, tantísimo, y no conseguir nada? Diablos… -Rió, una risa breve y fuerte llena de odio hacia sí mismo-. Diablos -repitió-. No me gustaba y, a pesar de eso, me dolió mucho.

– ¿No te gustaba? -preguntó Eloise, tan sorprendida que incluso la voz le cambió.

Phillip hizo una mueca irónica.

– ¿Te puede gustar alguien a quien no conoces? -Se giró hacia Eloise-. No la conocía, Eloise. Estuve casado con ella ocho años y nunca la conocí.

– A lo mejor no dejó que la conocieras.

– A lo mejor debería haber puesto más empeño.

– A lo mejor -dijo Eloise, impregnando su voz con toda la convicción del mundo-, no podías hacer más. Hay gente que ya nace triste, Phillip. No sé por qué, dudo que alguien lo sepa, pero es así.

Él la miró con los músculos de la cara contraídos, dejando claro con aquella mirada oscura que no estaba de acuerdo con ella, así que Eloise añadió:

– No olvides que yo también la conocí. De pequeña, mucho antes que tú.

Phillip cambió la expresión y la miró con tanta intensidad que Eloise estuvo a punto de retroceder.

– Nunca la escuché reír -dijo, con dulzura-. Ni una sola vez. Desde que te conocí, he estado intentando recordarla mejor y comprender por qué todos los recuerdos que tengo de ella son muy extraños, y creo que es por eso. Nunca se reía. ¿Dónde has visto a un niño que no se ría?

Phillip guardó silencio unos segundos y, después, dijo:

– Creo que yo tampoco la escuché reírse nunca. A veces sonreía, sobre todo cuando los niños iban a verla, pero nunca se reía.

Eloise asintió, y dijo:

– Yo no soy Marina, Phillip.

– Ya lo sé -dijo él-. Créeme, lo sé. Por eso me casé contigo.

No era lo que Eloise quería oír pero se guardó la decepción para ella sola y lo dejó continuar.

Las arrugas en la frente de Phillip eran cada vez más profundas, así que se las alisó con la mano. Parecía cansado, harto de tantas responsabilidades.

– Sólo quería a alguien que no estuviera triste -dijo-. Alguien que estuviera con los niños, alguien que no…

Se interrumpió y se giró.

– ¿Alguien que no qué? -preguntó ella, con un poco de urgencia, porque presentía que aquello era importante.

Durante un buen rato, Eloise creyó que no le iba a contestar y, al final, cuando ya había perdido las esperanzas, él dijo:

– Murió de gripe. Lo sabías, ¿verdad?

– Sí -dijo ella porque, como Phillip le estaba dando la espalda, si asentía no la vería.

– Murió de gripe -repitió él-. Eso es lo que le dijimos a todo el mundo…

De repente, Eloise se sintió mareada porque sabía, con toda la certeza del mundo, lo que iba a decirle.

– Bueno, era la verdad -dijo él, con brusquedad, sorprendiéndola. Estaba convencida que iba a decirle que era mentira.

– Es la verdad -repitió él-. Pero no es toda la verdad. Murió de gripe, pero nunca le dijimos a nadie cómo enfermó.

– El lago -susurró Eloise, que no pudo evitarlo. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba pensando hasta que lo había dicho.

Phillip asintió, muy serio.

– No cayó al agua por accidente.

Eloise se tapó la boca con la mano. No le extrañaba que Phillip se pusiera como una fiera el día que se había llevado a los niños a nadar. Se sentía horrible. Pero ella no lo sabía, jamás se lo hubiera imaginado pero, de todas formas…

– La saqué justo a tiempo -dijo Phillip-. Bueno, justo a tiempo antes de que se ahogara. Aunque no llegué a tiempo para evitar que muriera de fiebre tres días después. -Soltó una risa muy amarga-. Ni siquiera mi famoso té de corteza de sauce pudo hacer nada por ella.

– Lo siento mucho -susurró Eloise, y era verdad, a pesar de que la muerte de Marina hubiera significado que Eloise fuera feliz.

– No lo entiendes -dijo Phillip, sin mirarla-. Es imposible que lo entiendas.

– Nunca he conocido a nadie que se quitara la vida -dijo ella, con cuidado, porque no sabía si aquellas eran las palabras que debía decir en una situación como aquella.

– No me refiero a eso -dijo él. En realidad, lo espetó-. No sabes qué es estar atrapado, impotente. Intentarlo de todas las maneras y nunca, ni una sola vez -la miró y Eloise vio que sacaba fuego por los ojos-, obtener nada a cambio. Lo intenté. Lo intenté cada día. Lo intenté por mí y por ella pero, sobre todo, por Oliver y Amanda. Hice lo que pude, lo que me dijeron y nada, nada funcionó. Lo intentaba y ella lloraba, lo intentaba una y otra y otra vez y ella se escondía debajo de la colcha, tapada hasta la cabeza. Vivía a oscuras, con las cortinas siempre cerradas, las lámparas con muy poca luz y va y se mata el único maldito día de sol de todo el invierno.

Eloise abrió los ojos.

– Un día de sol -dijo-. Todo el mes estuvo nublado y un día, por fin, que salió el sol, va ella y decide matarse. -Se rió, con dolor y amargura en la voz-. Después de todo lo que había hecho, encima tenía que dejarme ese mal recuerdo para el resto de días de sol de mi vida.

– Phillip -dijo Eloise, tocándole el brazo.

Pero él la apartó.

– Y, por si eso no fuera bastante, ni siquiera se mató como Dios manda. Bueno, no -dijo, muy seco-. Supongo que eso fue culpa mía. Si no la hubiera sacado del agua y la hubiera obligado a torturarnos tres días más con la incertidumbre de si sobreviviría o no, ella habría estado encantada de ahogarse. -Se cruzó de brazos y se rió-. Claro que se murió. No sé ni por qué albergamos ninguna esperanza. No luchó, no usó ni un gramo de energía para luchar contra la fiebre. Se quedó en la cama dejando que la enfermedad se la llevara, y yo esperaba que sonriera como si, por fin, se alegrara por haber conseguido lo que tanto quería.

– Dios mío -susurró Eloise, con los pelos de punta por aquella imagen-. ¿Y lo hizo?

Phillip negó con la cabeza.

– No. No le quedaban fuerzas ni para eso. Murió con la misma expresión que siempre. Vacía.

– Lo siento mucho -dijo Eloise, aunque sabía que sus palabras nunca serían suficiente-. Nadie debería pasar por algo así.

Phillip se la quedó mirando, escrutándola con la mirada, buscando algo en sus ojos, una respuesta que ella no estaba segura de poseer. Entonces, de repente, Phillip se giró y caminó hasta la ventana, perdiendo la mirada en la noche.

– Lo intenté todo -dijo, con la voz llena de resignación y arrepentimiento- pero, aún así, cada día deseaba estar casado con cualquier otra persona. -Echó la cabeza hacia delante hasta que apoyó la frente en el cristal-. Cualquiera.

Se quedó callado mucho rato. Para Eloise, demasiado, así que se acercó a él y susurró su nombre, sólo para escuchar su respuesta. Para saber que estaba bien.

– Ayer -dijo él, con la voz muy brusca-, dijiste que tenemos un problema…