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– No -lo interrumpió ella, lo más rápido que pudo-. No quería decir…

– Dijiste que tenemos un problema -repitió él, tan alto y con tanta fuerza que Eloise dudó que la escuchara si lo volvía a interrumpir-. Pero hasta que pases por lo que he pasado yo -continuó-, hasta que no te veas atrapada en un matrimonio desgraciado, atada a un marido deprimido, hasta que no te hayas ido a la cama durante años suplicando que otro ser humano te roce…

Se giró, se acercó a ella y le clavó una mirada tan intensa que la empequeñeció todavía más.

– Hasta que no hayas pasado por todo eso -dijo-, no vuelvas a quejarte de lo que tú y yo tenemos. Porque, para mí… para mí… -se asfixió un poco pero no se detuvo-… esto, lo nuestro, es el paraíso. Y no podría soportar que dijeras lo contrario.

– Oh, Phillip -dijo ella, y entonces hizo lo único que se le ocurrió. Se acercó a él y lo abrazó con todas sus fuerzas-. Lo siento mucho -susurró, empapándole la camisa de lágrimas-. Lo siento mucho.

– No quiero volver a fracasar -dijo él, hundiendo la cabeza en el cuello de Eloise-. No puedo… No podría…

– No fracasarás -le prometió ella-. No fracasaremos.

– Tienes que ser feliz -dijo él, como si las palabras le salieran directamente del corazón-. Tienes que serlo. Por favor, di que…

– Lo soy -le aseguró ella-. Lo soy. Te lo prometo.

Él se separó y le tomó la cara entre las manos, obligándola a mirarlo a los ojos. Parecía que buscaba algo, un confirmación, o un absolución o quizá sólo una promesa.

– Soy feliz -susurró ella, cubriéndole las manos con las suyas-. Más de lo que jamás soñé. Y estoy orgullosa de ser tu mujer.

Phillip tensó los músculos de la cara y le tembló el labio inferior. Eloise contuvo la respiración. Nunca había visto llorar a un hombre; de hecho, no sabía que fuera posible pero, entonces, una lágrima resbaló por la mejilla de Phillip y se detuvo en la comisura de los labios hasta que Eloise alargó la mano y se la secó.

– Te quiero -dijo él, con la voz ahogada-. Y no me importa si tú no sientes lo mismo. Te quiero y… y…

– Oh, Phillip -susurró ella, secándole las otras lágrimas-. Yo también te quiero.

Él movió los labios como si quisiera decir algo hasta que se rindió y la abrazó con toda su fuerza e intensidad. Hundió la cara en su cuello, susurrando su nombre una y otra vez, hasta que las palabras se convirtieron en besos y movió la cabeza por la piel de Eloise hasta ir a parar a su boca.

Eloise no supo el tiempo que estuvieron allí, de pie, besándose como si el mundo fuera a desaparecer esa misma noche. Entonces, él la levantó en brazos, la sacó de la galería de retratos, la subió por las escaleras y, antes de darse cuenta, estaban en la cama y Phillip se había colocado encima de ella.

Y sus labios no se habían separado ni un segundo.

– Te necesito -dijo él, con urgencia, quitándole el vestido con dedos temblorosos-. Te necesito como el aire que respiro. Eres mi pan y mi agua.

Ella intentó decir que también lo necesitaba pero no pudo, ya que cuando Phillip le cubría los pezones con la boca, succionándola de aquella manera que la encendía de arriba abajo, y la tomaba prisionera, lo único que podía hacer era buscar a ese hombre, a su marido, y entregarse a él con todo lo que tenía, sin poder hacer nada.

Phillip se levantó, aunque sólo para quitarse la ropa, y luego volvió a la cama junto a ella. La atrajo hacia él hasta que estuvieron de lado, frente a frente, y empezó a acariciarle el pelo con suavidad mientras con la otra mano la tenía bien agarrada por la parte baja de la cintura.

– Te quiero -le susurró-. Sólo quiero cogerte y… -Tragó saliva para tranquilizarse-. No tienes ni idea de lo mucho que te deseo en este momento.

Ella sonrió.

– Creo que me hago una idea.

Aquello le hizo sonreír.

– Me muero por ti. No he sentido nada así en mi vida y, a pesar de todo… -Se acercó a ella y le dio un suave beso en la boca-… Tenía que parar y decírtelo.

Eloise no podía hablar, casi no podía ni respirar. Sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas hasta que resbalaron y cayeron en la mano de Phillip.

– No llores -le susurró.

– No puedo evitarlo -dijo ella, con voz temblorosa-. Te quiero tanto. Jamás pensé… Siempre había tenido la esperanza, pero supongo que nunca pensé que de verdad…

– Yo tampoco -dijo él, sabiendo lo que ambos estaban pensando.

“Jamás pensé que me pasaría a mí.”

– Soy muy afortunado -dijo él, mientras le acariciaba el costado, la barriga y la espalda-. Creo que he estado toda la vida esperándote.

– Yo sé que te esperaba a ti -dijo ella.

Él la apretó y la atrajo contra sí, casi inflamándole la piel.

– No voy a poder ir despacio -dijo, con voz temblorosa-. Creo que acabo de agotar toda mi fuerza de voluntad.

– No vayas despacio -dijo ella, rodando sobre su espalda y colocándolo encima de ella. Separó las piernas para que él se colocara entre ellas y acercara su verga al núcleo de su deseo. Entrelazó los dedos en el pelo de Phillip y lo atrajo hacia abajo-. No me gusta que vayas despacio -dijo.

Y entonces, en un movimiento fluido, tan rápido que la dejó sin respiración, la penetró, hasta el fondo, de modo que Eloise soltó un “¡Oh!” de sorpresa.

Él sonrió, con picardía.

– Has dicho que querías que fuera deprisa.

La respuesta de Eloise fue enrollar las piernas a su alrededor, levantar la cadera para tenerlo todavía más adentro, y sonreír.

– No estás haciendo nada -le dijo.

Y entonces Phillip lo hizo.

Y cuando empezaron a moverse, todas las palabras desaparecieron. No eran movimientos suaves y compenetrados. No se movían como un único cuerpo y los sonidos que emitían no eran musicales ni dulces.

Sólo se movían, con necesidad, pasión y entrega total al otro, para intentar llegar a la cumbre. Y no tuvieron que esperar demasiado. Eloise intentó aguantar, pero era imposible. Con cada empujón, Phillip encendía un fuego en su interior imposible de ignorar. Y al final, cuando ya no podía contenerse ni un segundo más, gritó y se arqueó debajo de él, levantándolos a los dos del colchón con la fuerza del orgasmo. Sintió cómo el cuerpo entero se le estremecía e intentó respirar, y lo único que podía hacer era agarrarse a la espalda de Phillip, clavándole los dedos con tanta fuerza que estaba segura que le dejaría moretones.

Y luego, antes de que ella bajara a la tierra, Phillip gritó y empezó a sacudirse cada vez con más fuerza, derramándose dentro de ella, hasta que se dejó ir y cayó con todo su peso encima de Eloise.

Pero a ella no le importaba. Le encantaba la sensación de tenerlo encima, le encantaba el peso, el olor y el sabor de su piel sudada.

Lo quería.

Era así de sencillo.

Lo quería, y él la quería, y si había otra cosa en el mundo, cualquier otra cosa, no importaba. En ese momento, no.

– Te quiero -susurró Phillip, rodando hacia un lado y dejando que los pulmones de Eloise se llenaran de aire.

“Te quiero.”

Era todo lo que necesitaba.

Capítulo 19

“… los días aquí son muy entretenidos. Voy de compras, salgo a comer y mando invitaciones (y las recibo). Por las noches, normalmente acudo a algún baile o voy al teatro, o quizás a alguna fiesta más íntima. A veces, me quedo en casa y leo un libro. En realidad, llevo una existencia muy animada; no tengo motivos para quejarme. En ocasiones me pregunto: ¿qué más puede desear una chica?”

Eloise Bridgerton a sir Phillip Crane,

a los seis meses del inicio de su correspondencia.

Eloise recordaría la semana siguiente como la más mágica de su vida para siempre. No acudió a fiestas maravillosas, ni hizo buen tiempo, ni celebró ningún cumpleaños, ni tuvo regalos extravagantes, ni recibió la visita sorpresa de algún invitado.