A Phillip le daba vueltas la cabeza. ¿Sería de mala educación sentarse?
– … no he traído muchas cosas, pero es que no me ha quedado otra opción y…
Aquello había pasado de castaño oscuro y, en realidad, no tenía pinta de terminar. Si la dejaba hablar un segundo más, estaba seguro de que sufriría un desequilibrio auditivo interno o, a lo mejor, ella se quedaría sin aliento, caería al suelo redonda y se golpearía la cabeza. En cualquiera de los dos casos, uno de los dos acabaría herido.
– Señora -dijo, aclarándose la garganta.
Si lo oyó, no lo demostró, y siguió diciendo algo sobre el carruaje que la había llevado hasta su puerta.
– Señora -repitió Phillip, aunque un poco más alto, esta vez.
– … pero entonces he… -Levantó la cabeza y lo miró, parpadeando, con aquellos espectaculares ojos grises. Por un momento, Phillip temió perder el equilibrio-. ¿Sí? -dijo.
Ahora que tenía toda su atención, parecía no recordar qué quería decirle.
– Eh… -dijo-. ¿Quién es usted?
Ella lo miró fijamente durante unos buenos cinco segundos, con la boca abierta por la sorpresa y, al final, respondió:
– Eloise Bridgerton, por supuesto.
Eloise estaba casi segura de que estaba hablando demasiado, y sabía a ciencia cierta que estaba hablando demasiado deprisa, pero es lo que solía hacer cuando estaba nerviosa y, aunque presumía de encontrarse en contadas ocasiones en esa situación, ahora parecía un momento bastante indicado para explorar aquella emoción; además, sir Phillip, suponiendo que el hombre terriblemente corpulento que tenía delante fuera él, no era para nada como se había imaginado.
– ¿Usted es Eloise Bridgerton?
Ella lo miró con cierta irritación.
– Por supuesto. ¿Quién creía que era?
– Es que no me lo esperaba.
– Usted mismo me invitó -señaló ella.
– Sí, y usted no respondió a mi invitación -contestó él.
Eloise tragó saliva. En eso tenía razón. Y mucha, para ser justos, aunque ella no quería serlo. No en ese momento.
– No tuve ocasión de hacerlo -respondió ella, tratando de salirse por la tangente y entonces, cuando por la expresión de sir Phillip Eloise comprendió que necesitaba más explicaciones, añadió-: Como ya le he dicho antes.
Él se la quedó mirando un buen rato, haciéndola sentir incómoda, con esos ojos oscuros e inescrutables, y luego dijo:
– No he entendido ni una palabra de lo que ha dicho.
Eloise notó cómo se le abría la boca por la… ¿sorpresa? No, era irritación.
– ¿No me estaba escuchando? -le preguntó.
– Lo intenté.
Eloise apretó los labios.
– Muy bien, perfecto -dijo, contando mentalmente, y en latín, hasta cinco antes de añadir-: Lo siento. Siento haberme presentado aquí sin avisar. Ha sido un gesto muy maleducado por mi parte.
Phillip se quedó callado tres segundos, Eloise los contó, y dijo:
– Acepto sus disculpas.
Ella se aclaró la garganta.
– Y, por supuesto -añadió él, tosiendo un poco y mirando si había alguien por allí que pudiera salvarlo de la señorita Bridgerton-, estoy encantado de que haya venido.
Seguramente, sería impertinente decirle que, por su tono de voz, parecía cualquier cosa menos encantado, así que Eloise se quedó allí de pie, mirándole el pómulo derecho y pensando qué podría decirle sin insultarlo.
Le pareció muy mal augurio que a ella, que generalmente siempre tenía algo que decir en cualquier ocasión, no se le ocurriera nada.
Por suerte, sir Phillip evitó que aquel incómodo silencio adquiriera proporciones monumentales al preguntarle:
– ¿Sólo trae este equipaje?
Eloise se irguió, encantada de pasar a un tema tan trivial, en comparación con lo de antes.
– Sí. En realidad, no… -Se detuvo. ¿Era necesario explicarle que se había escapado de casa en mitad de la noche? Aquel acto no la dejaba demasiado bien, ni a su familia, de hecho. No sabía muy bien por qué pero no quería, bajo ningún concepto, que él supiera que se había escapado de casa. Tenía la sensación de que, si se enteraba, la haría subir al carruaje y la devolvería a Londres de inmediato. Y, aunque su encuentro con sir Phillip no había sido lo romántico y precioso que ella se había imaginado, todavía no estaba preparada para abandonar.
Sobre todo, si eso significaba volver a casa con el rabo entre las piernas.
– Sí, es todo lo que he traído -dijo, con convicción.
– Bien. Yo, eh… -Phillip volvió a mirar a su alrededor, un poco desesperado, algo que a Eloise no le pareció nada halagador-. ¡Gunning! -gritó.
El mayordomo apareció tan deprisa que debía de estar escuchándolos detrás de alguna puerta.
– ¿Me ha llamado, señor?
– Tendremos que… eh… preparar una habitación para la señorita Bridgerton.
– Ya lo he hecho, señor -respondió Gunning.
Sir Phillip se sonrojó un poco.
– Muy bien -gruñó-. La señorita se quedará con nosotros… -dijo, mirándola con recelo.
– Quince días -respondió ella, con la esperanza de que le pareciera bien.
– Quince días -repitió sir Phillip, como si el mayordomo no la hubiera escuchado-. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que esté como en su casa, por supuesto.
– Por supuesto, señor -asintió el mayordomo.
– Bien -dijo sir Phillip, que todavía estaba un poco incómodo con toda aquella situación. Bueno, en realidad, no estaba incómodo, estaba harto, que todavía era peor.
Eloise estaba muy decepcionada. Ella se había imaginado a un hombre encantador, un poco como su hermano Colin, que tenía aquella elegante sonrisa y siempre sabía qué decir en cada situación, por extraña que fuera.
Sir Phillip, en cambio, parecía que preferiría estar en cualquier otro lugar, algo que a Eloise no le hizo mucha gracia, teniendo en cuenta que ella estaba a su lado. Y lo que era peor: se suponía que debería hacer un esfuerzo por conocerla y decidir si sería una buena esposa para él.
Pues ya podía hacerlo, y grande, porque si era cierto aquello que decían de que las primeras impresiones son las buenas, Eloise dudaba que pudiera aceptarlo como marido.
Le sonrió, aunque con los dientes apretados.
– ¿Le apetece sentarse? -preguntó él, de repente.
– Sería un placer, gracias.
Phillip miró a su alrededor, perdido, y Eloise tuvo la sensación de que no conocía su propia casa.
– Por aquí -dijo, al final, dirigiéndose hacia la puerta que había al final del pasillo-. En el salón.
Gunning tosió.
Sir Phillip lo miró e hizo una mueca.
– ¿Quiere que prepare unos refrescos, señor? -le preguntó el mayordomo, muy servicial.
– Eh, sí, por supuesto -respondió sir Phillip, aclarándose la garganta-. Por supuesto. Eh, quizás…
– ¿Una bandeja de té, quizás? -sugirió Gunning-. ¿Con pastas?
– Excelente -dijo sir Phillip, entre dientes.
– O quizá, si la señorita Bridgerton tiene hambre -continuó el mayordomo-, la cocinera podría preparar un desayuno más consistente.
Sir Phillip miró a Eloise.
– Un té con pastas será suficiente -dijo ella aunque, en realidad, sí que tenía hambre.
Dejó que sir Phillip la tomara del brazo y la acompañara hasta el salón, donde se sentó en un sofá tapizado con seda de rayas azules. La sala estaba muy limpia, pero los muebles eran muy viejos. Toda la casa estaba un poco dejada, como si el dueño estuviera arruinado o no le importara.
Pensó que la segunda opción sería la adecuada en este caso. Supuso que era posible que sir Phillip tuviera poco dinero, pero las tierras eran excelentes y, al llegar, había visto el invernadero, y estaba en excelentes condiciones. Teniendo en cuenta que sir Phillip era botánico, era lógico que se preocupara más por cuidar su lugar de trabajo que no la casa.