Decker abrió la boca para decir «bienvenido a la raza humana», pero decidió que era mejor callarse.
– Sé que esto te va a sonar de lo más extraño -dijo Christopher por fin-, pero no sé por qué siento la necesidad de ir a Israel.
– ¿A Israel? -repitió Decker sorprendido.
Christopher se encogió de hombros.
– Es sólo que tengo la sensación de que tal vez allí encuentre algunas respuestas.
26
Tel Aviv, Israel
El frío y seco aire de la mañana en Tel Aviv absorbió rápidamente el húmedo vaho de su respiración, cuando Decker y Christopher salieron de la terminal del aeropuerto David Ben Gurion para llamar a un taxi. Decker, que sólo pensaba en conseguir un vehículo, no se percató de los dos policías uniformados que, a la carrera, salieron del edificio detrás de ellos; tampoco se fijó en el joven que, a su derecha, charlaba con una pareja mayor. Pero de repente el grupo no pudo sino llamar su atención. Al divisar a la policía, el joven echó a correr por la acera, pasando a toda velocidad entre el taxi que acababa de detenerse en la calzada y el lugar donde esperaban Decker y Christopher. Fue en ese momento cuando Decker vio las extrañas marcas encarnadas que el joven lucía en la frente. Por un momento pensó que el chico sangraba, pero al observarlas más de cerca se dio cuenta de que se trataba de varios caracteres hebreos, al parecer pintados a mano.
No hubo tiempo de pensar en ello, porque el taxista palestino había salido presto del vehículo y en un abrir y cerrar de ojos recogió el equipaje y lo metió rápidamente en el maletero. Ni siquiera pareció que se fijara en la policía ni en su prisionero, que forcejeaba.
– Me pregunto qué habrá pasado -dijo Decker sin dejar de observar la escena por la ventanilla mientras él y Christopher entraban en el taxi.
– Oh, ¿se refiere al hombre que estaba deteniendo la policía? -preguntó voluntarioso el conductor, arrancando el vehículo.
– Eh… sí -repuso Decker algo sorprendido. En realidad estaba pensando en alto y no esperaba una respuesta-. ¿Ha visto usted lo que pasaba? -preguntó-. Sólo estaba hablando con una pareja delante de la terminal.
– Sí -dijo el taxista-. Era un KDP. -Las siglas no le decían nada a Decker-. Es a lo que se dedican, a hablar con la gente. El problema es lo que le dicen a la gente. Son muy raros. Saben cosas de la gente; cosas que nadie quiere que se sepan.
Aquél parecía un hombre en sus cabales, pero a Decker le costaba creer lo que decía.
– Creo que son videntes -continuó el taxista mientras se incorporaba a la autopista-. No se les permite merodear por el aeropuerto o por las zonas turísticas, es malo para el negocio. Pero eso no les detiene.
– Dice usted que era un KDP. ¿Qué significa? -preguntó Decker.
– Bueno, eso es en inglés. En hebreo las letras son Koof Dalet Pay. Es más breve referirse a ellos con las siglas que en hebreo, así que la mayoría de la gente les llama KDP a secas. ¿Se ha fijado en lo que llevaba escrito en la frente?
– Sí, en eso estaba pensando. ¿Qué es lo que ponía?
– No me he fijado bien, pero era la transcripción en hebreo de Yahweh o Yeshua. Yahweh es el nombre que los judíos dan a Dios, y Yeshua es Jesús en hebreo. Todos los miembros del KDP llevan pintada una u otra.
– Entonces, ¿qué son? ¿Cristianos o judíos? -preguntó Decker.
– Ellos dicen que son las dos cosas -repuso el taxista-. Los otros judíos no los reconocen como tales, pero muchos KDP eran judíos muy respetados. Algunos eran rabinos incluso, y he oído que uno de ellos era asistente del sumo sacerdote de Israel.
– ¿Y esas letras? Parecían escritas con sangre fresca.
– Bueno, ellos dicen que es sangre de los corderos que sacrifican en el Templo judío. Pero sea lo que sea, no se va. Es como un tatuaje. Yo creo que es algún tipo de tinte indeleble.
– ¿Me está diciendo que el gobierno israelí ha marcado a los miembros del KDP para seguirles el rastro? -preguntó Decker.
– ¡No! ¡Qué va! Los judíos no pueden pronunciar la palabra «Dios», y menos escribir su nombre. Odian al KDP porque llevan escrito su nombre en la frente. Y lo peor es que los judíos dicen que puesto que la otra mitad del KDP lleva el nombre de Yeshua escrito en la frente, es como si estuvieran equiparando a Jesús con Dios. Intentaron que el gobierno deportara a todos los KDP, pero no hay país que quiera acogerlos.
– Entonces, ¿son los propios KDP los que se marcan la frente?
– Sí. Bueno, ellos dicen que es obra de los ángeles.
Decker dejó escapar un «hum».
– Para mí, que es bastante estúpido ponerte algo así en la frente. A la policía le cuesta mucho menos reconocerlos.
– ¿Qué hará la policía con el que han detenido en el aeropuerto? -preguntó Decker.
– Oh, seguramente le retendrán durante unos días y luego le dejaran libre. No es que puedan hacer mucho más. Son demasiados. Si los arrestaran a todos, se quedarían sin sitio en las cárceles para nosotros, los palestinos -añadió con sarcasmo.
– ¿Cuántos son, los KDP?
– Dicen que hay exactamente ciento cuarenta y cuatro mil, pero no creo que nadie se haya parado a contarlos.
– ¿Ciento cuarenta y cuatro mil? -repitió Decker con un grito apagado.
– Fue todo muy misterioso. Pasó hace un año, más o menos. Nadie había oído hablar jamás del KDP y, de repente, de un día para otro, los había por todas partes.
– Es increíble.
– Así es como recibieron el nombre.
– Sobre eso precisamente quería preguntarle.
Para entonces, Decker se había echado hacia adelante y asomaba la cabeza por encima del respaldo del asiento delantero para facilitar la conversación.
– Bueno, el hebreo utiliza los mismos caracteres para las letras que para los números -explicó el conductor-. Por ejemplo, la letra tav es a la vez el número nueve. De forma que pueden sumarse los números de las letras de una palabra. Pongamos que suma usted las letras de la palabra hebrea para «pan», bueno, pues el total da setenta y ocho. Algunos judíos ortodoxos emplean este método para tomar decisiones, casi de la misma forma que la gente del resto del planeta emplea los signos astrológicos y del horóscopo. Por ejemplo, algunos rabinos dicen que para memorizar algo, uno debe repetirlo ciento una veces, porque cuando restas el valor de la palabra hebrea «recordar» al valor de la palabra hebrea «olvidar», el total da ciento uno. Pero yo creo que estas reglas se las han ido inventando por el camino, porque muchas veces no funcionan. Bueno, el caso es que hay veces en que un número también puede ser una palabra. Como, eh… -El taxista se paró a pensar en un ejemplo-. Ya está -dijo pasado un momento-, los caracteres empleados para escribir el número catorce se corresponden con la ortografía de la palabra hebrea «mano». Hay que tener en cuenta que el hebreo no tiene vocales como el inglés, así que tendrá que recurrir un poco a la imaginación. Total, que los caracteres empleados para escribir el número ciento cuarenta y cuatro mil, también forman las palabras Koum Damah Patar, KDP en abreviatura.
– Y ¿cuál es su significado? -preguntó Decker.
– ¡Bah! Una tontería. Literalmente, significa «levanta, derrama lágrimas y sé libre» -repuso el taxista-. Supongo que no es más que una manera fácil de referirse a ellos. La verdad es que pueden ser gente encantadora siempre que no intentan echarte el sermón o hablarte de todo lo que has hecho que no te gustaría que ellos supieran y sobre lo que tal vez ni siquiera te gusta pensar a ti.
– ¿Ha hablado alguna vez con uno de ellos? -preguntó Decker.
– Oh, sí. Aquí en Israel seguro que nos ha pasado a todos por lo menos una vez. A mí me pasó un día que estaba reparando un pinchazo. El día antes me había quemado la mano y la llevaba vendada, así que me estaba costando lo suyo. De repente se me acercó un tipo y, sin preguntar, se puso a ayudarme. Cuando me volví me di cuenta de que era un KDP. Me sorprendió, pero él siguió a lo suyo.