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– ¿Le ayudó a cambiar la rueda?

– Sí. Como le decía, es gente muy rara. A veces empiezan haciéndote un favor y nunca piden nada a cambio. Cuando terminamos, me contó, así sin más, cómo me había quemado la mano y dijo que si me había pasado era para que él pudiera ayudarme y yo pudiera escuchar lo que él tenía que contarme. No sé cómo supo lo de mi mano, pero luego empezó a contarme más cosas.

– ¿Como qué? -preguntó Decker.

– Bueno, cosas personales. Ya se lo he dicho, cosas de las que la gente prefiere no hablar.

– Oh -dijo Decker, que no pretendía ser indiscreto-. Me dice que a veces empiezan por hacerle a uno un favor. ¿Y las demás?

– Bueno, la mujer de mi vecino decidió seguir a un KDP por ahí, para intentar enterarse de qué es lo que le contaba a otra gente. Pero él se volvió, la llamó por su nombre y le dijo que era una cotilla y una mentirosa y que había robado dinero a su jefe. Y siguió y siguió. Ella echó a correr, pero él la persiguió. Cuanto más se alejaba, más fuerte chillaba él y más era la gente que le oía. Fue como si leyera una lista de todo lo malo que había hecho en su vida. Al final ella le rogó que parase y él le dijo que debía arrepentirse de sus pecados y seguir a Yeshua, y que si lo hacía, Dios le perdonaría todo.

Decker sacudió atónito la cabeza.

– Hay otra cosa curiosa sobre esta gente -añadió el taxista al rato-. Afirman que uno de sus líderes es el apóstol cristiano Juan.

Decker estaba a punto de pedir al taxista que se explicara cuando Christopher, que hasta entonces había permanecido en silencio y distraído, dio un respingo, como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

– ¿Qué? -preguntó al taxista. Su voz estaba cargada de sorpresa y temor.

– Ya ve, ¿una locura, eh?

La frente de Christopher pareció arrugarse de dolor. Sus ojos se movían de un lado a otro, pero lentamente, como si en su mente se reprodujera una y otra vez una escena muy desagradable.

– Christopher, ¿te encuentras bien? -susurró Decker.

Christopher no contestó. Los siguientes minutos transcurrieron en silencio, pero Decker podía percibir que en la mente de Christopher se libraba una batalla. Al rato, Christopher pareció resignarse muy lentamente a lo que fuera que le estaba ocurriendo. Y por fin habló.

– Perdona que no te haya contestado -le dijo a Decker-. Acabo de recordar algo.

Decker no dijo nada, aunque era obvio que quería saber más. Pero aquél no era el lugar más adecuado para preguntar, tendría que esperar a estar en el hotel.

Media hora más tarde, el taxista detenía el coche a la entrada del Ramada Renaissance Hotel. La elección había sido de Decker. Era el mismo hotel en el que se habían alojado, veinte años atrás, él y Tom Donafin. Trató incluso de reservar las mismas habitaciones, pero estaban ocupadas. Al bajar del coche, los pensamientos de Decker se dividieron entre sus recuerdos y el deseo de saber qué era lo que Christopher había recordado en el taxi. El dolor en la mirada de Christopher se había disipado. Ahora se mostraba sumido en sus pensamientos.

* * *

Unos treinta y cinco metros más allá, dos hombres los observaban desde la acera de enfrente.

– Ahí están -dijo el más menudo.

– Los veo -contestó el de la marca.

– Pues acabemos con lo que hemos venido a hacer.

El de la marca vaciló.

– Tal vez deberíamos esperar a que se separen.

– ¿No habrás cambiado de idea, verdad, Scott? -dijo el menudo.

– No… Bueno… No sé; tal vez sí, Joel. Hasta ahora todo parecía tener mucho sentido, pero una vez aquí -Scott Rosen negó con la cabeza-, no sé, de repente no estoy tan seguro de hacerlo.

* * *

Decker dio una propina al mozo que había subido las maletas hasta sus habitaciones, contiguas, y cerró la puerta. Christopher y él podían, por fin, hablar tranquilamente.

– ¿Qué has recordado en el taxi? -preguntó. No quería perder ni un segundo más.

Christopher parecía que se afanaba por encontrar las palabras adecuadas.

– Es algo sobre la crucifixión. Algo… -Christopher hizo una pausa y volvió a empezar-. Por alguna razón, lo que el taxista ha dicho del apóstol Juan me ha recordado… No sé, tal vez lo haya estado reprimiendo. Tal vez no quiera recordar.

– ¿El qué? -azuzó Decker.

– La Biblia dice que fue Judas quien traicionó a Jesús. -Christopher sacudió la cabeza-. Siempre se le ha acusado a él, pero no fue Judas el que me traicionó. [67] Participó, pero le engañaron. El que le indujo a traicionarme fue Juan. Lo recuerdo con toda claridad -continuó Christopher-, pero sigo sin comprender por qué lo hizo. Juan era uno de mis mejores amigos. Y aun así me traicionó. Hizo que Judas se encargara del trabajo sucio y luego le culpó de todo. Pero fue Juan el que lo planeó. No sé cómo, pero convenció a Judas de que me entregara al sanedrín -el consejo supremo de los judíos-, para cumplir así con una profecía del Antiguo Testamento. Le dijo que, cumplida ésta, yo invocaría los ejércitos de Dios para derrotar a las legiones romanas que ocupaban Israel y que instauraría un reino judío que sería como el paraíso terrenal.

»Lo recuerdo como si fuera ayer. Cuando estaba en la cruz, de entre todos los discípulos, Juan fue el único que se acercó hasta allí. [68] Yo sabía lo que había hecho. Al verle, pensé que había venido a pedir mi perdón. Le llamé para que se acercara y poder hablar con él. Le dije que sabía lo que había hecho. Para mi sorpresa, lo admitió abiertamente, pero sin remordimiento; fue casi como si presumiera de ello. Pero ante todos los demás, dejó que la culpa cayera sobre Judas. Y el pobre Judas, superado por tan inmerecida culpa, se ahorcó. [69]

»Intenté razonar con Juan. Le dije que, sólo con pedirlo, sería perdonado. Yo le perdonaría y estaba seguro de que los demás también lo harían. Pero se negó. Se fanfarroneó de que Judas sería conocido siempre como el que traicionó al Mesías, y entonces se rió y dijo que a él se le recordaría como "Juan, el Amado".

»Le dije que a pesar de su falta de arrepentimiento le perdonaba por lo que me había hecho, pero que no podía perdonar lo que le había hecho a Judas.

– Pero eso fue hace dos mil años -objetó Decker-. ¿Cómo iba Juan a estar vivo aún?

– No lo sé -contestó Christopher-. Pero sé que es él. Lo siento.

Decker se dio cuenta de que no tenía más remedio que confiar en que Christopher sabía de lo que hablaba, por increíble que sonara.

– ¿Crees que sabe de tu existencia? -preguntó Decker.

– No lo creo.

– Tal vez haya sido un error venir a Israel. Si Juan cuenta de verdad con ciento cuarenta y cuatro mil seguidores, puede que éste no sea un lugar seguro para ti.

– No creo que haya de que preocuparse, Decker. Es imposible que sepa de mí. Sólo desearía poder entender por qué me traicionó.

* * *

Decker y Christopher decidieron echarse unas horas y salir luego, por la tarde. Decker no había visto el Templo desde que se completó y Christopher, de sobra conocido en Israel como el hombre que había devuelto el Arca, había sido invitado por el sumo sacerdote a realizar una visita personal cuando quisiera. El acceso a buena parte del Templo estaba vetado a los no judíos, por lo que no podrían visitarlo en su totalidad, pero sí que podrían ver más que la mayoría.

Al despertar, Decker miró el despertador y comprobó que había dormido más horas de la cuenta. Eran casi las tres y media. Ahora le iba a costar mucho más adaptarse al horario de Israel, pero pensó que algo de sueño extra no iba a venirle nada mal a Christopher. Se vistió en un santiamén y llamó a la puerta que separaba las dos habitaciones para despertar a Christopher pero no recibió respuesta. Llamó de nuevo y a continuación abrió la puerta. La habitación estaba vacía. En el espejo había pegado con cinta adhesiva un mensaje con la caligrafía de Christopher: «He llamado a la puerta y no contestabas, así que he pensado dejarte dormir. Me voy un rato a dar una vuelta por el casco antiguo. Necesito tiempo para pensar. No me esperes si me retraso».

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[67] Remito a los lectores a la Nota importante del autor que se incluye al comienzo de este libro.

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[68] Juan 19,25-27.

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[69] Mateo 27, 5.