– No en el de Faure -cortó Jackie.
– ¿Y a través del Lucius Trust? -sugirió Decker.
– Faure tiene prohibido a los miembros de su despacho que se relacionen con el Trust.
– ¡Bromeas! Impedir la libre asociación de tus empleados va contra los derechos humanos y el derecho del trabajo.
– Bueno, no es que lo prohíba exactamente. Se trata más bien de un sistema de contratación muy selectivo. El subsecretario Milner estudió el caso hace unos años y no parece que haya por donde cogerlo.
– Vaya -dijo Decker.
– A lo mejor alguno de mis amigos conoce a alguien del despacho de Faure -apuntó Jackie-. Trataré de enterarme.
– Perfecto -dijo Decker-. Pero ándate con pies de plomo. Podría hacernos mucho daño que Faure se enterara de algo de esto.
– Por supuesto -repuso Jackie.
Dos días después Jackie Hansen dio con la persona que buscaban, un conocido del Lucius Trust que a su vez tenía un amigo que ocupaba un puesto de escasa responsabilidad en el despacho de Faure. Ello significaba que la información que pudiera proporcionar estaría limitada a lo que se decía en el despacho, a lo que aquel amigo recordara y cómo de bien lo recordara, y en definitiva a lo que estuviese dispuesto a contarle después al conocido de Jackie. Esa información pasaría finalmente a Jackie, quien debía encargarse de pasársela por escrito a Decker. Para cuando le llegara a él, los datos habrían pasado ya por cuatro personas, pero Decker sabía por su larga experiencia periodística que cualquier información, por mínima que fuera, podía ser importante.
Las primeras en llegar fueron una serie de vagas informaciones sobre la presión a la que Faure estaba sometiendo al general Brooks para que pusiera fin a la guerra lo antes posible; pero aquello tenía poco de novedoso. Sin embargo, sí que explicaba que una semana antes Brooks hubiera lanzado un ultimátum a los comerciantes de armas chinos para que interrumpieran de inmediato la venta de armamento a las naciones en guerra. La iniciativa no sentó nada bien al embajador Fahd, representante permanente de Oriente Próximo ante el Consejo de Seguridad. El armamento chino no se estaba vendiendo precisamente a las «naciones en guerra», como decía Brooks; para ser más exactos se estaba vendiendo solamente a una de ellas, Pakistán, que pertenecía a la región que Fahd representaba. El cese de la venta sólo iba a beneficiar a la India. Y Pakistán no era el único país de Oriente Próximo afectado, porque el armamento se estaba comprando con dinero procedente de la venta de petróleo.
Fahd intentó que el Consejo de Seguridad condenase el ultimátum de Brooks, pero sólo recibió el apoyo del representante de África occidental. El Consejo no deseaba interferir en las actuaciones de la Organización Mundial de la Paz. Su cometido se circunscribía al ámbito político, y no al táctico. De esta manera, se podía contar con la no intervención del Consejo de Seguridad siempre y cuando las operaciones del general Brooks respetaran las convenciones de la carta de la OMP.
China se abstuvo en la votación. La embajadora Lee creyó que un voto de condena al general Brooks podía interpretarse como el respaldo de su país a la venta. La postura oficial de China, a la vez que contraria a la venta de armas, defendía también la no intervención de su gobierno en el derecho de sus ciudadanos a comerciar libremente. La embajadora Lee, no obstante, se había apresurado a prohibir a Brooks tajantemente que cruzara la frontera de China con el fin de hacer efectivo su ultimátum. Cualquier operación destinada a interrumpir el comercio de armas desde China tendría que efectuarse en la frontera con Pakistán. Iniciativa que fue aprobada por el Consejo con nueve votos a favor y uno en contra, el de la India.
Casualmente, aquélla fue una de las últimas intervenciones de la embajadora Lee como miembro del Consejo de Seguridad. Dos días después, mientras daba su habitual paseo matinal, la embajadora era atropellada por un conductor que se dio a la fuga, y fallecía de camino al hospital. El Consejo votó entonces a favor de la suspensión de las actividades durante dos semanas, a fin de que China tuviera tiempo de elegir a un sustituto. Tras la celebración de una misa conmemorativa en el Salón de la Asamblea General, el cuerpo de la embajadora fue repatriado a China para el entierro.
Dos semanas después
– Bienvenido, embajador.
– Gracias, Gerard -contestó el embajador Faure mientras colgaba el abrigo.
– ¿Qué tal el viaje?
– Demasiado largo. Nos han hecho esperar más de dos horas en el aeropuerto De Gaulle antes de despegar.
Faure se sentó a la mesa de su despacho y empezó a hojear una pequeña y aseada pila de papeles.
– ¿Qué noticias tenemos del general Brooks? -preguntó a su jefe de gabinete sin levantar la mirada.
– Todo parece ir de maravilla. Tal y como usted pronosticó, la prohibición de la entrada de armas chinas a Pakistán ha decantado la balanza a favor del ejército indio. El general Brooks estima que la medida tardará todavía dos semanas en surtir todo su efecto, pero yo creo que podemos contar ya con una rápida solución del conflicto y, lo que es más importante, con el apoyo de la India a su próxima candidatura a la Secretaría General. Estoy convencido de que el embajador Gandhi ya no podrá negarse a votar a su favor, dadas las circunstancias.
– Bien. ¿Y qué hay de nuestras relaciones con el embajador Fahd? ¿Alguna novedad?
– No. Pero tendrá la oportunidad de tantearle mañana mismo, he concertado un almuerzo con él. Que sepamos, no hay indicios de que el embajador le culpe a usted personalmente de las actuaciones del general Brooks. Creo que su apoyo a la moción que presentó la embajadora Lee a favor de prohibir la entrada de las fuerzas de la ONU en territorio chino ha hecho mucho para disociarle de Brooks en la mente de la mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad.
Faure no contestó; uno de los documentos de la pila de papeles que hojeaba había acaparado toda su atención. Poupardin reconoció el gesto y esperó en silencio a que Faure terminara de examinarlo. Pasados unos instantes, Faure reemprendió el repaso del resto de papeles que quedaban en la pila y retomó la conversación por donde la habían dejado.
– Sí -dijo con una sonrisa-. Ni planeándolo habría salido mejor.
– Unas pocas casualidades más y podría haber contado con el apoyo de China sin necesidad de…
– El azar es un aliado extremadamente imprevisible, Gerard -reprendió Faure-. Además, no podemos permitirnos el lujo de esperar a que la fortuna se ponga de nuestra parte. Ten esto presente, si no se elige a un nuevo secretario general de aquí a seis meses, es seguro que el Consejo de Seguridad prescinda para siempre del cargo y establezca que sus responsabilidades recaigan de forma rotativa en los miembros del Consejo. Debemos construir nuestra propia fortuna.
Poupardin asintió conforme.
– ¿Qué pasa con China? -preguntó Faure.
– Mañana tiene programada una cena con el nuevo embajador chino. Le he preparado un pequeño dossier. -Poupardin entregó el expediente a Faure-. No creo que encuentre nada alarmante en él. Todos nuestros informes lo describen como un hombre razonable. No espera ninguna promesa. Su criterio a la hora de elegir al nuevo secretario general depende básicamente de que el candidato se muestre receptivo para atender con objetividad lo que China tenga que decir.