– ¡Sabe muy bien de lo que estoy hablando! -saltó Decker sin vacilar.
Goodman se sitió atrapado. «¿Podía haber querido Decker decir otra cosa?», se preguntó.
– ¡La clonación! -espetó Decker.
– Christopher -dijo Goodman intentando mantener la calma-, el señor Hawthorne y yo tenemos que charlar un rato. Entra en casa y dile a la tía Martha que estoy en el porche.
Decker aguardó a que Christopher hubiese cerrado la puerta antes de hablar de nuevo.
– Ha clonado las células de la Sábana -dijo Decker en un susurro tan alto y enfático que casi era un grito-. ¡Christopher no es el nieto de su hermano! ¡Jamás ha tenido hermanos! ¡Usted es hijo único! -le soltó, obviando cualquier intento de discreción.
Era una noche cálida y la luz de la luna iluminaba las flores de la señora Goodman; la fragancia impregnaba el aire, pero pasó totalmente desapercibida a los dos hombres. Goodman miró a Decker directamente a los ojos, examinó su rostro en busca de alguna señal que le indicase que Decker faroleaba, pero no encontró ninguna.
– Decker, no se lo puedes decir a nadie. No puedes -le rogó Goodman-. Harán de él una rata de laboratorio. ¡No es más que un niño!
Decker negó con la cabeza, estupefacto ante la evidencia de que estaba en lo cierto.
– Por eso le llamó Christopher, ¿no es así?
– Sí -contestó Goodman, consciente de que el daño ya estaba hecho y que sólo le quedaba la esperanza de inspirar en Decker confianza y cooperación.
– ¡En honor a Cristo!
Goodman no supo durante un momento a qué se refería Decker, luego cayó en la cuenta.
– ¿Cristo? ¡No seas ridículo! -dijo indignado-. ¡Fue por Colón! En honor a Cristóbal Colón.
– ¿Y por qué razón le iba a poner el nombre de Colón?
La pregunta sorprendió a Goodman, que creía que la respuesta era obvia.
– Te conté que había hecho el descubrimiento más importante de la historia desde que Colón descubrió el Nuevo Mundo. No hablaba solamente del hallazgo de las células o de las posibles ventajas médicas. Te hablaba de Christopher. Había conseguido implantar con éxito el embrión clonado en la madre de alquiler, y ella llevaba varios meses de embarazo sin ninguna complicación. Nunca pensé que funcionaría. ¡No tenía que haber funcionado! Clonar un ser humano es mucho más complicado de lo que puedas imaginar. Pero las células C resultaron tan resistentes que la transferencia de material genético al óvulo de la madre de alquiler tuvo éxito en el primer intento. Te lo iba a contar, pero reaccionaste tan mal cuando mencioné la clonación que no me atreví a seguir.
»¿No te das cuenta, Decker? ¡He demostrado que ahí afuera, en algún lugar de la galaxia, hay vida! El hombre de la Sábana pudo haber pertenecido a la misma raza que introdujo la vida en el planeta hace cuatro mil millones de años. Pensé que, si clonaba al hombre de la Sábana, podría saber algo más de esos seres. Tenía la esperanza de que nos condujera a la raza primigenia. Esperaba que, como Colón, Christopher nos guiara hacia un nuevo mundo, un mundo mejor.
»Cuando nació Christopher lo estudié. Lo observé. Le hice pruebas. ¿Y qué descubrí? Pues no un alienígena; tampoco un dios. Descubrí un niño pequeño.
»Y sin embargo, no es sólo un niño pequeño. Es el clon de un hombre que vivió hace casi dos mil años.
»Pero él no recuerda nada de aquello. Que él sepa, no es más que un niño normal de once años.
– ¿Y me está contando que no hay diferencia entre Christopher y otro niño cualquiera? -preguntó Decker incrédulo.
– Bueno, está bien, sí que hay algunas diferencias. Nunca ha estado enfermo y cuando se hace un corte o un arañazo, la herida se le cura enseguida. Pero eso es todo.
– A mí me parece extraordinariamente inteligente -contrarrestó Decker.
– Es inteligente, sí -concedió Goodman-, pero nada excepcional. Además, la señora Goodman y yo hemos trabajado mucho con él en casa para complementar los estudios del colegio.
– ¿La señora Goodman? -preguntó Decker-. ¿Sabe lo de Christopher?
– Por supuesto que no. Cuando nació, pagué a la madre de alquiler y la despaché de inmediato a México para evitar futuros problemas de amor materno. Alquilé un apartamento y contraté a una enfermera para que cuidara de él. Sé que ahora suena de lo más irresponsable, pero no tenía planeado qué hacer con él cuando creciera. Estaba tan inmerso en el proyecto científico que no pensé en el niño como persona. Cuando fui consciente de las responsabilidades que había contraído, el niño casi tenía un año. No podía dejarle a la puerta de un orfanato sin más, así que le dejé en la puerta de mi casa. Lo coloqué en una cesta y dejé una nota. Martha siempre ha querido tener hijos, así que después de cuidar de él unos días mientras "tomábamos una decisión", no me costó convencerla de que nos lo quedásemos por si la madre regresaba algún día a recogerlo. Más tarde nos inventamos la historia de que era nuestro sobrino nieto y yo conseguí que me falsificaran un certificado de nacimiento y otros papeles para cubrirnos las espaldas.
»Decker tal vez fuera un error lo de la clonación. Puedes decir que me lo advertiste. Pero no me arrepiento. Es como si fuera mi propio hijo. Si denuncias que Christopher es un clon, destruirás tres vidas: la suya, la mía y la de Martha. Christopher no volverá a vivir un día normal en toda su vida. No puedes hacerle eso. Tienes hijos. No creo que una noticia en una estúpida revista merezca tanto sacrificio, ¿tú qué opinas?
Goodman esperaba una respuesta, pero a Decker no le gustó la contestación que se le vino a la mente. No, no quería arruinar la vida de Christopher, pero tenía que haber alguna manera de contar la historia y proteger a sus protagonistas al mismo tiempo. La promesa de anonimato acostumbrada no valdría. La noticia era demasiado importante. Al final alguien los descubriría. Y si no daba nombres ni explicaba las circunstancias de la noticia, nadie le creería. Tenía que haber alguna forma de hacerlo. Necesitaba tiempo para pensar.
Goodman dio con la solución. Llevaba tanto tiempo esperando la respuesta de Decker que empezó a temerse que no iba a obtener la respuesta que buscaba.
– Mira -dijo-, ¿por qué no vuelves la semana que viene y dedicas algo de tiempo a conocer a Christopher más a fondo?
Goodman tenía la esperanza de que, al intimar con él, Decker sacrificaría la noticia por muy espectacular que fuera para así proteger a Christopher. A Decker le pareció una buena sugerencia, pero por otras razones. Dispondría de tiempo para pensar; y si conseguía dar con la manera de hacer pública la noticia, entonces tendría mucha más información para el artículo.
El sí de Decker fue implícito.
– No podrá ser la semana que viene. Me voy a Israel, ¿recuerda?
Entonces se le ocurrió una idea. Era una apuesta arriesgada, pero Decker debía su posición a las apuestas arriesgadas y a estar en el sitio adecuado, en el momento oportuno.
– ¿Y si me llevo a Christopher conmigo a Israel? ¿Quién sabe? A lo mejor le ayuda a hacer memoria.
Goodman enrojeció de ira.
– ¡Estás loco! ¡De ninguna manera! ¿Cómo se lo iba a explicar a Martha?
– ¡Está bien, está bien! Pensaba que era una buena idea.
– ¡Pues no lo es! -espetó Goodman.
– Mire -dijo Decker conciliador-, mantendré la boca cerrada por el momento. En enero regreso de Israel, así que calcule tenerme aquí por esas fechas durante una semana aproximadamente.
Goodman tragó con esfuerzo. Él había pensado en unas pocas horas, un día a lo sumo. Con todo, aceptó con la idea de negociar más adelante.
Decker y Hope volvieron a ponerse en camino casi seis horas más tarde de lo planeado. Decker se preguntó cómo le iba a explicar a Elizabeth aquel retraso.
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