Las miradas se desviaron hacia Decker, que dormía ya profundamente. Ilana le pasó suavemente los dedos por el pelo. Joshua continuó, aunque bajó la voz para no perturbar a su invitado.
– Estaba escribiendo un artículo sobre el declive del programa de investigación para la Iniciativa de Defensa Estratégica norteamericana y le habían contado mi decisión de mudarme a Israel. Cuando me llamó, acepté hablar con él sobre el tema, y le sugerí que comparase las capacidades y metas de la política de defensa estratégica estadounidense con la israelí.
– Entonces, ya conocía a Decker de antes.
– Sí, claro -contestó Rosen-. Nos conocimos en la expedición de la Sábana de Turín, en Italia.
– ¿En serio? No sabía que hubiese participado usted en aquel proyecto -dijo Tom-. Me gustaría hablar sobre eso algún día.
– Por favor -rogó Ilana-, no le animes.
Joshua pretendió no haber oído el comentario de su mujer y siguió con la historia.
– Pero, bueno, ¿por dónde iba? -dijo-. Ah, sí. Cuando Decker llegó le convencí de que en realidad eran dos las historias que había que contar. Primero estaba la historia sobre la decisión de Estados Unidos de dejar de lado los rayos láser y los haces de partículas, que era la razón por la que me había llamado; y luego estaba la política israelí de denegar la ciudadanía a los judíos mesiánicos.
– Decker escribió sobre lo ocurrido y cómo nos habían denegado la ciudadanía -agregó Ilana-. No pudo poner más empeño en aquella noticia. Pero, al final, los editores de vuestra revista recortaron el artículo y lo publicaron en un pequeño recuadro.
– Mientras Decker preparaba el artículo, entrevistó a varios miembros de la Kneset, todos partidarios incondicionales de una defensa antimisiles israelí -añadió Joshua recuperando el control de la conversación-. Cuando conocieron nuestra situación, exigieron a los burócratas que nos concedieran la nacionalidad de inmediato. La vista que se celebró dos semanas después fue tan rápida que ni siquiera se nos dio la oportunidad de hablar. Antes de que nos enteráramos de lo que allí pasaba, el juez falló a favor nuestro y al poco se nos concedió la ciudadanía. Verás -explicó Rosen-, sin la nacionalidad israelí no me habrían autorizado a trabajar en programas de defensa clasificados. Intentábamos denunciar la ley contra los judíos mesiánicos, pero de repente nos convertimos en la excepción a dicha ley y nos quedamos sin argumento.
– ¿Y han visto a su hijo desde entonces? -preguntó Tom.
– Sí, en la vista -contestó Ilana-. Le enojó muchísimo la rapidez con que todo ocurrió. Pero parece ser que vernos allí, con quince años más, le hizo reflexionar. Nos llamó dos días después de la vista para preguntar si nos podíamos ver. No es que se haya disculpado, pero ha aprendido a aceptarnos. Y lo cierto es que, cosas de la vida, ha acabado siguiendo los pasos de su padre, por lo menos en parte.
– Sí -dijo Joshua recogiendo el testigo a Ilana-. Scott ha resultado ser un físico de primera. Por eso se enteró de que estábamos en Israel y que queríamos la nacionalidad; él también está metido en proyectos de investigación sobre defensa estratégica.
– Ahora le vemos cada pocas semanas -agregó Ilana.
– Incluso hemos trabajado juntos en un par de proyectos -añadió Joshua.
Hicieron una pausa para dar un sorbo al café, indicando así que daban por concluido el tema. A Tom todavía le quedaba algo en el tintero que quería le aclararan, así que aprovechó el silencio.
– Joshua, Ilana, han nombrado ustedes a «Yeshua» varias veces, pero me temo que no sé a qué o a quién se refieren exactamente.
– Yeshua ha Mashiach -contestó Joshua Rosen en hebreo-. Es probable que te suene más el nombre tomado del griego, Jesús, el Mesías.
Tom levantó una ceja asombrado.
– ¿Me está diciendo que Yeshua es Jesús en la lengua judía?
Joshua e Ilana asintieron al unísono.
– ¿Pero cómo pueden ser judíos y cristianos a la vez?
– Bueno, hay mucha gente aquí en Israel que haría la misma pregunta -contestó Joshua-. Pero seguro que sabes que los primeros cristianos eran judíos. Durante la mayor parte del siglo primero, a los cristianos se les conocía como «seguidores del camino», siguieron viviendo como iguales entre sus hermanos judíos y formaron una secta bastante importante dentro del judaísmo. Es más, la primera discrepancia entre los seguidores de Yeshua tuvo que ver con si los gentiles debían convertirse o no al judaísmo antes de hacerse cristianos.
– Supongo que no lo había pensado hasta ahora -dijo Tom-. Entonces, la razón del rechazo de su hijo es porque son cristianos.
– Preferimos que nos llamen «judíos mesiánicos» -contestó Joshua-. Pero la respuesta a tu pregunta es sí.
Tom asintió pensativo mientras valoraba la historia de los Rosen. La conversación parecía haber llegado a su fin, se habían bebido el café y comido las rosquillas. Tom se acercó a Decker y le despertó con una pequeña sacudida. Joshua se había tomado el día libre para poder acompañar a Tom y Decker a Jerusalén y hacer algo de turismo. Decker apuró el café, ya prácticamente helado, y los tres hombres partieron rumbo a la ciudad.
Joshua guió a sus invitados en una visita relámpago por algunos de los lugares más turísticos, todos con un rasgo común, la presencia de la policía y del ejército israelí. Jerusalén es una ciudad donde la gente ha acabado por acostumbrarse a cosas así.
Tom Donafin estaba especialmente interesado en el Muro de las Lamentaciones, el muro occidental -y todo lo que se conserva- del antiguo Templo judío. Al acercarse al muro, les fueron entregadas kipás negras de papel para que se las colocaran en la cabeza. El gobierno israelí permite a los turistas visitar el muro pero exige a los hombres que lleven puesto el tradicional casquete. Cerca del muro, docenas de hombres vestidos de oscuro formaban una masa en constante movimiento que se mecía de delante atrás mientras rezaban o leían sus libros de oración. Algunos llevaban correas o cordones enrollados en los brazos y lucían atadas a la frente pequeñas cajitas llamadas filacterias. Joshua les explicó que en el interior de aquellas cajitas se guardaban algunas páginas de la Torá, el primero de los cinco libros del Antiguo Testamento.
Al igual que en las paradas turísticas anteriores, Joshua les contó brevemente la historia del lugar.
– El Templo original -empezó Joshua- fue erigido por el rey Salomón y destruido bajo el yugo babilónico. La reconstrucción se inició en el 521 a.C. y luego sufrió importantes reformas bajo el reinado de Herodes. Hacia el año 27 a.C., Yeshua profetizó que el Templo sería destruido de nuevo antes de que muriese el último de los que en ese momento le escuchaban. Pero, como veis, esta parte del muro sigue en pie. Algunos dicen que sólo se refería a las estructuras del interior de las murallas del Templo. Otros dicen que el muro occidental sólo formaba parte de los cimientos y que, por tanto, no entraba dentro de la profecía. Pero según Josefo, que estuvo presente en el asedio romano de Jerusalén, Tito ordenó que algunas partes de la ciudad fueran conservadas como monumento a sus logros. [15] Quiso que todo el mundo fuera testigo del tipo de fortificación que tuvo que superar para derrotar a los judíos.
– Y ¿con qué interpretación se queda usted? -preguntó Tom.
– Aunque con reservas, no puedo más que ponerme del lado de quienes dicen que la profecía sólo se refería a los edificios del Templo y no necesariamente a las murallas.
– ¿Por qué con reservas? -preguntó Tom.
[15] Flavio Josefo: La guerra de los judíos, VII, 1. Véase también Midrash Rabba, Lamentaciones 1,31, donde se recoge que el general de Vespasiano, Pangan es interrogado sobre la razón por la que no ha destruido el muro occidental del Templo y éste responde: «Así lo hice en honor a tu imperio… Cuando la gente vea el muro occidental exclamará: "¡Sed testigos del poder de Vespasiano en aquello que no destruyó!"».