Выбрать главу

Al cerrarse la puerta Decker oyó un sonoro chasquido y sintió que un fortísimo dolor estallaba en su cabeza nada más recibir el impacto de un contundente garrotazo.

En algún lugar de Israel

Notó cómo el dolor descendía lentamente por el cuello y los hombros hasta detenerse en la boca de su estómago vacío. Estaba atado de pies y manos. Las cuerdas estaban lo suficientemente flojas como para permitir el riego sanguíneo aunque no el movimiento. Recostado de lado con la mejilla pegada al suelo, se preguntó dónde estaba y cuánto tiempo podía llevar allí. El aire estaba cargado y por el olor y la ligera humedad de los pantalones dedujo que mientras había estado inconsciente se había orinado encima. Calculó que había permanecido inconsciente menos de un día; la evacuación de fluidos se produce durante las primeras veinticuatro horas. A partir de ese momento el cuerpo pasa a retener todos los fluidos para evitar la deshidratación.

Podía oír a dos hombres hablar. Pensó que por el momento lo mejor era no dar señales de que había despertado. Muy lentamente abrió el ojo más próximo al suelo. Una vez hubo comprobado que nadie se había percatado, Decker se esforzó por observar todo lo que permitía aquella postura, torciéndosele el gesto con una mueca de dolor cada vez que movía los ojos. Lo que veía no le dio demasiadas pistas. Estaba en un cuarto con un ventanuco tapiado con tablas. Aproximadamente a metro y medio de él, en el suelo, yacía Tom en un estado muy similar y de cara al lado opuesto al suyo. Dos hombres echaban una partida de cartas en una mesa improvisada, prestando muy poca atención a sus prisioneros. Decker cerró el ojo y descansó para aliviar el dolor. Los hombres hablaban un dialecto árabe que Decker no comprendía. Con todo y mientras intentaba soportar el dolor, estimó razonable seguir allí inmóvil escuchando a los hombres por si pudiera enterarse de algo acerca de su situación.

* * *

Unas horas después, Decker se dio cuenta de que se había quedado dormido. Las náuseas habían desaparecido y el dolor de cabeza no era tan intenso como recordaba. Le había despertado el sonido de un portazo y de hombres hablando, lo que interpretó como un cambio de guardia. Con los ojos todavía cerrados, sentía a los hombres desplazándose por el cuarto, cómo se acercaban a echarle un vistazo y luego se apartaban. Cauteloso, abrió un ojo y los vio de pie junto a Tom.

– Despierta, judío -dijo uno de ellos en un inglés con fuerte acento extranjero. Decker observó como echaba el pie hacia atrás para luego lanzarlo hacia delante con todo el peso de su cuerpo y golpear a Tom con su bota militar en plena espalda. La fuerza del golpe hizo que Tom se desplazara por el suelo más de un metro. Arqueó la espalda por el dolor al tiempo que soltaba un aullido ahogado por la falta de aire.

– ¡Basta! -gritó Decker.

Los cuatro hombres se volvieron hacia Decker, que había conseguido incorporarse y ahora estaba sentado en el suelo. El hombre que había pateado a Tom se acercó y le miró. Decker sintió que le estaba inspeccionando, que aquel hombre buscaba algo. Al no encontrarlo, le empujó con el pie para que volviera a quedar tumbado en el suelo y regresó a donde estaba Tom.

Tom no podía respirar y un profundo gemido cargado de angustia le traspasó sus labios. El hombre le había hecho mucho daño y se disponía a golpearle otra vez.

– ¡Basta! -gritó Decker de nuevo.

Esta vez el hombre volvió a acercase a Decker y le dio una patada en el hombro derecho. Le dolió mucho, pero Decker sabía que no le había golpeado con la misma saña que a Tom.

– Cierra la boca o acabarás recibiendo lo mismo que el judío -le advirtió el hombre antes de regresar con Tom.

– ¡Espere! -dijo Decker sentándose de nuevo y olvidando la advertencia. El hombre se volvió hacia él-. ¡No es judío!

Por un instante pudo leer un asomo de duda en la mirada del hombre, que se detuvo un momento para al instante volver a concentrarse en Tom, ignorando la insubordinación de Decker.

Decker insistió.

– No es judío, se lo aseguro. Es americano, como yo. Compruebe su pasaporte. Lo lleva en el bolsillo.

Por la mente de Decker empezaron a desfilar imágenes de la sangrienta muerte del periodista del Wall Street Journal, Daniel Pearl. Pearl era judío y sus secuestradores islámicos le habían grabado en vídeo mientras le obligaban a repetir «Yo soy judío. Mi madre es judía». Luego, sin dejar de grabar, lo habían asesinado brutalmente. [29]

– Ya hemos visto vuestros pasaportes -contestó el hombre. Decker le había conseguido algo de tiempo a Tom; por lo menos, el hombre había empezado a hablar-. Me da lo mismo que sea judío israelí o judío americano.

– ¡Pero es que no es judío! -dijo Decker. Decker recordó también el secuestro en 1994 de tres turistas británicos por Ahmed Omar Saeed Sheikh, el mismo hombre que había planeado el secuestro y asesinato de Pearl. Tras varias semanas en cautiverio, los británicos habían sido liberados ilesos. La gran diferencia entre Daniel Pearl y los turistas británicos había sido la descendencia judía del primero. Decker sabía que era imprescindible convencer a los secuestradores de que Tom no era judío.

– Pues a mí me parece judío -dijo el hombre, como si aquello cerrara la cuestión.

– Se lo estoy diciendo, es americano y es gentil -insistió Decker poniéndose al nivel argumentativo del hombre.

Decker sabía que si estaba convencido, el palestino no iba a perder el tiempo discutiendo, tuviera o no razón. Pero allí había algo más en juego, algo tan sencillo y tan poderoso a la vez como era ganarse el respeto de sus iguales. Los otros hombres observaban a su compañero, a la espera de cuál sería su decisión. El americano estaba desafiando su criterio y tenía que responder.

Tom había dejado de gemir y yacía prácticamente inmóvil en el suelo, respirando con dificultad. El palestino hizo caso omiso de Decker y volvió a concentrar su atención en Tom.

Decker le espetó lo primero que se le ocurrió. Era arriesgado, pero ni Tom ni él tenían nada que perder, otra patada más con aquella bota podía romperle la espalda a Tom.

– Si no me cree -dijo Decker captando de nuevo la atención del secuestrador-, bájele el pantalón.

Los palestinos se miraron entre sí, como dudando de si le habían entendido bien. Luego se echaron a reír conscientes de lo que Decker pretendía. Si Tom era judío estaría circuncidado.

La idea no pareció que le gustara demasiado al que había pateado a Tom. No quería arriesgarse a quedar en ridículo. Pero los otros tres ya habían empezado a desabrocharle el pantalón a Tom sin dejar de reír. Estaban disfrutando de lo lindo con aquel duelo entre su líder y el americano. Además, parecía una forma muy divertida de resolver una discusión en la que estaba en juego la vida de un hombre.

Sólo había un problema, y en él residía el riesgo: Decker no sabía si Tom estaba circuncidado o no. Pero con la vida de Tom pendiente de un hilo, Decker no había tenido otra elección que establecer aquello como criterio. Y los tres lacayos lo estaban aceptando al acceder a bajarle el pantalón para comprobarlo. Decker sabía que muchos americanos, judíos o no, están circuncidados, así que era consciente de que bien podía estar condenando a muerte a su amigo.

Lo que vio decepcionó al líder.

Los tres palestinos volvieron a tirar del pantalón de Tom para casi subírselo hasta arriba. Volvían a reír, aunque esta vez, y por lo menos en parte, lo hacían de su líder. Una mirada furibunda cortó de golpe su regocijo. El cabecilla cambió rápidamente de tema y, después de tumbar de nuevo a Decker en el suelo con un empujón de su bota, hizo una señal a los otros para que salieran con él del cuarto. Tan pronto se hubieron ido, Decker intentó como pudo verificar el estado de su amigo. Le ayudó a terminar de subirse el pantalón, pero con las manos atadas a la espalda fue imposible abrocharle el botón o subirle la cremallera.

вернуться

[29] Daniel Pearl fue secuestrado en Karachi, Pakistán, el 23 de junio de 2002 mientras trabajaba en un reportaje.